Lo urbano nos alcanzó

San Cristóbal de las Casas. Foto: Cortesía

Lilia estaba quitando la maleza en el patio de la casa, en ese terruño tan querido, lejos del bullicio de la ciudad, el sol de la tarde era aún abrasador. Disfrutaba despojar de las enredaderas a los árboles de limón y aguacate, para ella era liberarles y dejarles respirar de tan atosigadoras compañías.

Mientras estaba concentrada en su labor, dejaba que el paisaje sonoro de la naturaleza le acompañara, el canto de los pájaros, el sonido del aire acariciando las hojas de los árboles y no podía faltar el concierto de las gallinas. Para Lilia este sonido era como una fiesta, sobre todo  cuando Luisa y José les daban de comer,  las gallinas entraban en una especie de jolgorio, todas se juntaban en torno a las verduras o al maíz. Ahí estaban las de color gris, las de tonos naranjas, las de color negro, las saradas, las de nuca pelona y por supuesto, las mamás con sus pollitos.

Cuando terminó su actividad, se dispuso a lavarse las manos, la magia del paisaje sonoro natural se interrumpió con música a alto volumen, sí, de esa que luego la gente vecina  se excede y olvida que no a todas las personas les agrada ese nivel de volumen, ni de género musical. Por un instante Lilia olvidó que lo urbano había alcanzado ese terruño, que a unos escasos metros se encontraba un fraccionamiento que había cambiado el paisaje desde hace algunos años, dejando un buen número de terreno sin árboles y llenándolo de muchas viviendas pequeñas.

Era tan contradictorio, ella que disfrutaba de las tardes con los sonidos armónicos de la naturaleza y esa tarde se había convertido en una especie de tortura porque la música no cedía en el nivel de volumen. Echó un vistazo a los recuerdos y se situó en ese terruño muchos años atrás, se vio ahí, observando los árboles, la inmensidad de terreno que se perdía entre lo boscoso de la vegetación. Imaginó los corrales con alambres de púas que eran las cercas que separaban un terreno y otro.

Su mente no había imaginado que ese espacio tendría una drástica transformación en tan poco tiempo, que todo ese mundo natural que su familia y ella amaban sería algo desconocido para quienes llegarían a habitarlo. Ahora a la gente vecina no le importaba el sonido de la naturaleza, o el paisaje verde en los tiempos de lluvia… Lilia se situó frente al horizonte, observando esa montaña misteriosa que tanto quería y le llevaba a su infancia, aún estaba ahí, imponente y bella.

  • Lo urbano nos alcanzó, dijo para sí.

Las carreras y gritos de Luisa y José la sacaron de su ensimismamiento, habían irrumpido en casa, así como habían entrado habían salido,  entre gritos y carreras se perdieron entre los árboles y el zacate. Lilia sonrío, no todo estaba perdido. Ahí seguía ese terruño, quienes lo querían y las ganas y gusto de seguir conservándolo con todo y sus paisajes sonoros.

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