¿Con qué dedos de música tocarte?
Casa de citas/ 393
¿Con qué dedos de música tocarte?
Héctor Cortés Mandujano
José Luis Martínez y Christopher Domínguez Michael son los autores del librote (gran formato, pasta dura, hojas lujosas, muchas fotografías), que es una enseñanza del buen hacer crítico y editorial: La literatura mexicana del siglo XX (Conaculta, 1995).
Martínez cita a Cardoza y Aragón (p. 148): “No recuerdo quien recomendaba cultivar lo que nos critican. En ello está la personalidad”. (Días después me encontré con la cita directa leyendo la Antología del poeta y crítico guatemalteco.)
Cuenta Leduc (lo dice José Luis Martínez) que a José Alvarado “le gustaba platicar con las estatuas” (p. 162), “y que una noche que sus amigos lo vieron caminar por un costado de la Alameda se escondieron tras el monumento a Juárez y, al pasar, uno de ellos le gritó ‘Adiós, Pepe’. ‘Pepe –dice Renato– se detuvo, hizo un saludo con la mano a la marmórea mole del Benemérito, contestó ‘Adiós, Benito’ y siguió impasible su camino’ ”.
Al escritor a quien más le dedica páginas el libro es a Octavio Paz (casi 30, varios son despachados en un párrafo), y qué bueno. No resisto una cita de este mago del idioma. Dice Paz (p. 168): “A la palabra torre le abro un agujero en la frente. A la palabra odio la alimento con basuras durante años, hasta que estalla en una hermosa explosión purulenta, que infecta por un siglo el lenguaje. Mato de hambre al amor, para que devore lo que encuentre”.
Martínez se ocupa de la literatura mexicana de 1910 a 1960 donde, sólo lo señalo, no se menciona a un solo autor chiapaneco. El “Breve repaso a las letras contemporáneas de México (1955-1993)”, lo escribe Domínguez Michael y en estas páginas (más generales, más rápidas) son atendidos Rosario Castellanos y Jaime Sabines, como los obvios, y luego son mencionados, como parte de La espiga amotinada, pero dejados fuera de análisis, Óscar Oliva, Juan Bañuelos (el único a quien le dedica mención especial) y Eraclio Zepeda (ni como poeta ni como narrador le parece importante al crítico); de generaciones posteriores es nombrado de paso Roberto López Moreno y despachado en pocas líneas Jesús Morales Bermúdez; el único poeta chiapaneco a quien dedica más atención Domínguez Michael es a Efraín Bartolomé.
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Pero, callad.
Un silencio sonó por fin en el buzón de la noche.
Torres Bodet,
en “Abecedario”
Mario Emilio Jaime Torres Bodet, quien se quitó los dos primeros nombres para firmar sus muchos libros, nació en 1902 y se suicidó el 13 de mayo de 1974. En una de las versiones (creo que la segunda o la tercera) de mi primera obra de teatro, Tres sueños muertos, usé unos versos suyos que me encantaron. Leo ahora Destierro y otros poemas en la sombra (Conaculta, 2000), que contiene varios de sus libros, pero de nuevo quedo enganchado en “Buzo”, que inicia así (p. 70): “El agua de la sombra nos desnuda/ de todos los recuerdos/ en esta brusca/ inmersión que anticipa, en los oídos,/ la sordera metálica del sueño…”
[El título de esta columna es, también, un verso de este poema tan sabido, tan querido, que decíamos en coro los actores.]
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Leo una novela más de César Aira: Entre los indios (Era, 2017), en donde el diablo (Pillán) se aparece ante una comunidad india, pero en especial ante el jefe Cafulcurá a quien le hace un largo discurso y luego le cuenta sobre sus intimidades. Dice Pillán (pp.88-89): “Al parecer se creó la idea del diablo cuando los hombres se convencieron de que Dios no se manifestaría, y como necesitaban un interlocutor con poderes especiales, para hacer sus pactos, me crearon; es decir, creyeron hacerlo, porque yo ya existía, al menos eso creo (tengo mis dudas)”.
El diablo se enamora de una mujer que lo hace conocer las desventuras del amor (p. 96): “Ella se me entregó, como suele decirse, ‘en cuerpo y alma’. El alma la dejé para después”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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