Sabines, el exgobernador “cristiano” que ahora busca el perdón
Juan Sabines Guerrero se acaba de convertir al cristianismo evangélico, y con su Biblia bajo el brazo, se acerca a sus antiguos enemigos para pedirles perdón por las ofensas y los agravios cometidos. “No fui yo”, se disculpa; “me obligaron a hacerlo”, aclara; “ahora soy un hombre nuevo”, dice.
De algunos recibe el abrazo franco; de otros, la mirada inquisidora; hay quienes se ríen de este nuevo cristiano, y muchos le rehúyen; no quieren saber de este converso nazareno, quien tanto perjudicó a los chiapanecos.
Es normal que pocos crean que Juan Sabines es un nazareno converso y arrepentido, porque cuando buscaba la candidatura al gobierno de Chiapas, no dudó en asistir a los cultos evangélicos que dirigía Cléver Salazar Mendiguchía, para ganarse la confianza del gobernador. Y se la ganó. Porque si algo tenía Sabines era que sabía actuar con gran veracidad. Era, es, un gran gesticulador.
Pero más que pedirle perdón a algunas personas, Sabines debería pedir perdón al pueblo de Chiapas por dejarlo atado a una deuda que no podrán pagar nuestros nietos porque asciende a 43 mil 500 millones de pesos, unos diez mil pesos por habitante, sea anciano, joven o niño.
También debería pedir perdón por emplear las instituciones para su provecho personal. Por engañar con las ciudades rurales, en donde se perdieron más de dos mil millones de pesos; por crear fantasías en torno al biodiesel, en donde se fueron mil millones de pesos más; por repartir dinero a todos los candidatos presidenciales para obtener impunidad, y hasta premios, como ser cónsul en Florida, donde seguramente continuará, por apoyar con recursos la campaña de Andrés Manuel López Obrador.
El perdón debería venir con el retorno de los 43 mil millones 500 mil pesos, que por concepto de la deuda, dilapidó Sabines, además de gran parte del presupuesto que se quedó en sus manos o en la de sus allegados. Sus amigos cobraron por carreteras que no se construyeron, por obras de agua potable que nadie vio, por medicamentos que jamás llegaron, o que llegaron pero quintuplicados en su precio, y por papelería que y artículos de oficina que solo se facturaron.
La solicitud de perdón debe venir con obras de un buen corazón; Sabines debe resarcir a las viudas y a los huérfanos, víctimas de su gobierno; debe autoflagelarse, y quedarse como cuando llegó, con una vieja camioneta Chevrolet que le dieron para hacer campaña para diputado local.
Juan Sabines enloqueció en el poder. Se creyó dios, y no fue más que un cacique tropical, víctima de su propio poder, de sus excesos, de sus noches de fiesta y de sus días de cruda violenta que sufrió el pueblo de Chiapas. Hoy, dice buscar a Dios y ser el más humilde de sus seguidores. Ojalá que sea así.
Dudo, sin embargo, que el pueblo de Chiapas lo perdone. Son demasiadas cuentas pendientes. Son demasiados agravios. Él no vino a gobernar a Chiapas; vino a vengarse de los chiapanecos, como si un viejo rencor, quizá provocado por el alejamiento con su padre, lo empujara a gobernar en contra de los intereses estado.
El pueblo chiapaneco no puede perdonarle, como no puede absolverlo la historia. Sabines inauguró la noche más negra de Chiapas; su corte fastuosa y resentida se propuso retrasar las manecillas del progreso en esta entidad, la más pobre del país, y lo logró.
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