Laco Zepeda en la librería del Fondo de Cultura Económica
En la Ciudad de México ayer se rindió homenaje al escritor chiapaneco Eraclio Zepeda, fallecido en 2015, con la inauguración de la Librería del Fondo de Cultura Económica de la ANUIES que lleva su nombre.
Jaimes Valls Esponda, secretario general de esta asociación, recordó al poeta, cuentero, cuentista, político congruente y militante de izquierda, “extraordinario escritor, conversador hipnótico, el mejor compañero alrededor de la fogata”, árbol frondoso chiapaneco, cuyas ramas darán sombra a este “foro de vitalidad espiritual”.
Elva Macías habló de la vida compartida con Eraclio Zepeda durante 52 años, primero en China, después en la Unión Soviética, y de la pasión de este cuentero, dedicado a la consagración de la palabra mágica.
Conocí a Laco Zepeda en 1984, cuando lo invitamos a la presentación de Tinta Joven, una publicación estudiantil que habíamos fundado con José Antonio Tello, como motor principal, seguido por Sergio Melgar Recinos, Enrique Alfaro, Juan Pablo Zebadúa Carbonell y este escribidor.
Me tocó entonces hacer una atrabancada y nerviosa presentación del cuentero y cuentista chiapaneco, que había tenido a bien aceptarnos la invitación, no obstante nuestra juventud y su celebridad.
Su mundo eran los libros y la palabra. En 1961, le tocó combatir en Playa Girón, Cuba, y ahí conoció a Fidel Castro, quien cargaba una gran mochila. Le preguntó: “Comandante, ¿qué trae en la mochila? “Sonrió, se despojó de la mochila, la abrió y me la mostró, puros libros”, recordó el escritor en Los pasos de Laco, de Mario Nandayapa (Unicach, 2012).
Eraclio Zepeda recordaba que en su casa paterna había dos bibliotecas: la biblioteca de libros, legado de su bisabuela Juana, y la biblioteca de palabras.
En la primera leyó su primer libro: Don Quijote de la Mancha; en la segunda, aprendió, por medio de las palabras emocionadas de su padre, que en el Quijote se hablaba como en Chiapas, con el “vos” confianzudo y el “vení” cariñoso.
En esa ocasión, que lo invitamos a que presentara Tinta Joven, contó que cada año don Lindo Oliva, abuelo del poeta Óscar Oliva, anunciaba su próxima lectura del Quijote con una banda de música ruidosa que recorría todas las calles polvorientas del Tuxtla de los cuarenta.
Don Lindo sabía de memoria todos los refranes de Sancho Panza y fragmentos enteros de Don Quijote. Cuando se armaba algún jolgorio, decía: “son las bodas de Camacho, hijo”. Y como en Tuxtla hay mucha camachada, la gente se preguntaba “¿Qué Camacho sería?”.
Un hombre tan apegado a los libros, y que los escribió espléndidos, este homenaje, a iniciativa Jaime Valls Esponda, secretario general de la ANUIES, resalta su memoria y la pasión de un chiapaneco, que vivió en la Ciudad de México cuando estudiaba en la Universidad Militar Latinoamericana.
Radicó en San Cristóbal, en donde escribió su primer cuento, Benzulul; viviría también en Jalapa, en La Habana, y ya casado, en China y la Unión Soviética. Murió en Tuxtla Gutiérrez el 17 de septiembre de 2015.
Era un gran escritor que practicó varios géneros. En un principio se dedicó a la poesía en el famoso grupo de La espiga amotinada, en donde participaron también los chiapanecos Óscar Oliva y Juan Bañuelos, el sinaloense Jaime Labastida y el defeño Jaime Augusto Shelley.
Su mundo era el cuento en las diferentes formas. Se graduó como cuentero cuando entretuvo hasta la madrugada a un grupo de trasnochadores en el poblado de Rayón, Chiapas (que por qué se llama Rayón: “porque vino un ingeniero con su teodolito y puso un rayón en el mapa”), y cuando el más viejo, le preguntó y bautizó: “¿de onde sos pue, cuentero?”, quedó marcado su destino. Decía que el oficio del cuentista es un acto solitario, mientras que el del cuentero, es un acto solidario, en el que necesita oyentes-cómplices. Y fue espléndido en ambos oficios.
Escribió también obras de teatro que montó el español-chiapaneco Luis Alaminos. En sus últimos años se propuso escribir la tetralogía con rasgos sobre la historia del Chiapas profundo y violento, que dieron como resultado Las grandes lluvias, Tocar el fuego, Sobre esta tierra y Viento del siglo.
Su vida de novela, que le permitió vivir la revolución cubana y convertirse en combatiente en Playa Girón, así como actuar para el cine, en donde una noche pasó de teniente, teniente coronel, general y finalmente a encarnar a Pancho Villa, en Campanas Rojas.
Conoció a diversos personajes metidos a la política y a la literatura. En La Habana frecuentó a Alejo Carpentier; en Moscú a Pablo Neruda; en París a Miguel Ángel Asturias y a Octavio Paz, quien le escribió unas palabras precisas y generosas:
“La primera y única vez que vi a Eraclio Zepda me pareció, en efecto, una montaña. Si se reía, la casa temblaba; si se quedaba quieto, veía nubes sobre su cabeza. Es la quietud, no la inmovilidad. Un signo fuerte: la tierra áspera que esconde tesoros y dragones. Un lugar donde viven los muertos y los vivos guerrean. Uno de los mejores poemas de Zepeda es Asela: el hombre que mira a la mujer tendida, el monte frente al mar extendido”.
Paz no conoció al Laco cuentista, ese hombre que también impregnó con su voz y su presencia varias estaciones de radio y televisión, y que a partir de ahora, irradia con su nombre a una de las librerías de la ciudad de México.
“Toda librería, dijo Jaime Valls en la inauguración, es un sueño interminable y un camino abierto, por donde fluye el tiempo pero también las ideas, la aventura de la imaginación y la sabiduría acumulada de los hombres”.
Bien dicen que Dios aprieta, pero no ahorca. Mientras en Tuxtla se cierne la mala idea de cerrar una librería, en la Ciudad de México se inaugura otra. Más aún, ese librería lleva en nombre de uno de los grandes escritores de Chiapas, Eraclio Zepeda. Paradojas de la vida.