¡Detén la corrupción! el mandato popular a AMLO
México vio cómo su próximo presidente Andrés Manuel López Obrador perdió primero dos elecciones presidenciales de forma inequitativa. Probablemente una de las causas fue una transición a la democracia bastante lenta, porque la victoria en este 2018 de AMLO fue producto de cuatro parteaguas que transformaron el unipartidista sistema político mexicano con varios años de diferencia: el México de las protestas del 68; el de la efervescencia social del sismo del 85 con la irrupción de la sociedad civil; las elecciones de 1988 y la aparición neo-zapatista de 1994.
Hoy Andrés Manuel López Obrador, es un auténtico fenómeno social. Será el primer presidente que arrasó electoralmente a sus oponentes. Pero su triunfo es debido a su constancia, persistencia y resistencia personal; al hartazgo nacional y también, producto de esa lucha social que inició con el México de 1968.
La transición mexicana se intentó contenerse o darle causa legal con sucesivas reformas electorales. Por ello fue un proceso político lento. Poco a poco el “presidencialismo mexicano” característica de nuestro sistema político; fue cediendo poder; la agencia de colocaciones y también la maquinaria electoral gubernamental; es decir el PRI, fue perdiendo poder y por supuesto elecciones.
Luego vivimos los mexicanos varios fenómenos políticos; la competencia electoral, el poder en aumento de los gobernadores, los partidos “bisagras” como el PVEM, el asunto de los políticos “juanitos”, la equidad de género electoral y los saltimbanquis de la política.
La conquista democrática mexicana es innegable. Ha sido lenta, pero significó la alternancia democrática. Se fue el PRI, la ciudadanía le dio la oportunidad al PAN y luego de nueva cuenta al PRI. Ahora lo hace con la izquierda. Con ello; desde el año 2000; la derecha, el centro político y la izquierda; tendrían la oportunidad de iniciar su correspondiente ciclo de gobierno nacional.
De los lastres políticos mexicanos que la alternancia electoral nacional no ha erradicado, podemos mencionar dos casos emblemáticos; la corrupción y el presidencialismo mexicano. Este último regresa con fuerza con Andrés Manuel López Obrador. Pero recordemos; así lo decidió en las urnas la mayoría de los mexicanos.
Hay muchas esperanzas puestas en el nuevo gobierno de Andrés López Obrador. Tantas; que a casi todo el país el gobierno del todavía presidente en funciones Enrique Peña Nieto le parece pequeño y espera con ansias su término constitucional, porque está expectante esperando que el gobierno de López Obrador sea ya un hecho.
El gobierno de Peña Nieto ya no es noticia; ya no cuenta para la ciudadanía; ya parece un gobierno, de facto concluido. Aciago final para un gobierno y un grupo político que pensó que con las reformas estructurales modernizaría al país y dejaría un legado político permanente.
La corrupción y la impunidad los perdió y también la frivolidad. Para regresarle la sensibilidad a la institución presidencial, López Obrador propone una presidencia itinerante. Para erradicar la corrupción y la impunidad, AMLO propone la figura de los delegados federales. ¿Tendrá éxito con esta propuesta?
La polémica se desató. Pero si hemos cuestionado el poder casi absolutista de los gobernadores, si hemos criticado la corrupción y la poca efectividad de los programas sociales ¿quedaba otro camino? No basta ser un funcionario público honesto, hay que crear la maquinaria para que los funcionarios honestos sean varios y no solo estemos esperanzados en la voluntad política del presidente de acabar con la corrupción.
Si López Obrador quiere que funcionen sus propuestas anticorrupción, tendría como primer medida que centralizar el gasto, dirigirlo desde Presidencia de la República. Pero en el fondo, AMLO toma esta decisión primero porque no hay un estado de derecho efectivo en el país y luego, porque tantas décadas de despilfarro federal y virreinato de gobernadores, lo obligaron a ello. Así de sencillo.
A mi modesto entender; al faltar contrapesos políticos en nuestro país -es decir instituciones fuertes y aplicación efectiva del estado de derecho- no queda otra que confiar en la voluntad política de nuestros gobernantes; en este caso; los ciudadanos depositamos la confianza -a través del voto- en López Obrador.
En ese sentido; el gobierno de AMLO comienza con una gran legitimidad. La otorgada por las urnas. Su inicio como presidente en funciones; para lograr una presidencia efectiva, tendría que descansar primero en convencer a la ciudadanía que tiene voluntad política para cambiar las cosas en el país y luego; en una segunda etapa, fortalecer a nuestras instituciones.
No hay oposición fuerte. Eso significa que las propuestas de AMLO, por lo menos en la primera mitad de su gobierno no tendrán contrapeso en la Cámara de Diputados. Por ello se necesita que el presidente más poderoso de los últimos tiempos; tenga la voluntad política de cambiar la vida política y económica nacional.
Lo que MORENA ganó en las urnas es una mayoría absoluta, pero una mayoría absoluta ganada en democracia. Que esto no se nos olvide ni a los ciudadanos, ni a MORENA y su líder nacional.
La aplanadora “morenista” será total. Pero AMLO tendría que encontrarle sentido a la aplanadora de su partido. ¿Para qué la quiere? ¿Solamente para concentrar el poder?
La expectativa con AMLO es grande, pero en el fondo; solo hay un mandato popular que la ciudadanía le exige y le exigirá al gobierno de AMLO: “Detén la corrupción”.
AMLO en correspondencia a ese mandato popular, no tendría que salir a las calles a buscar políticos y administradores públicos honrados; tendría que vigilarlos, formarlos y lograr que nuestras instituciones funcionen correctamente.
Tiene el reto de demostrar que la austeridad republicana no es una utopía y que para los ciudadanos no será imposible ver a un país en donde los excesos de los funcionarios se terminen.
AMLO tiene ante sí el reto de lograr que los ciudadanos de pronto veamos que las calles en que se ubican las escuelas particulares no estén atascadas de “guaruras” de funcionarios que dejan a sus hijos en las escuelas. Que es posible que los autos oficiales no sean utilizados por los familiares de los altos funcionarios. Que los choferes asignados no vayan a “hacerle el super” a las esposas de los funcionarios.
Tiene también el desafió de detener la ira popular contra la corrupción que se ha afianzado en todos los rincones del país y en los tres niveles de gobierno. Andrés Manuel López Obrador tiene que encontrar una fórmula para que desaparezcan los funcionarios que actúan a la “Adela Micha”. Esos que piden “la micha” y “por adela” en los contratos y las obras públicas.
¿Cómo nos daremos cuenta los ciudadanos si el combate contra la corrupción de López Obrador tuvo efectos positivos?
La corrupción es un obstáculo para el crecimiento económico. Socava la productividad y crea desigualdad en el reparto social de la riqueza. Si la corrupción disminuye sensiblemente o se termina; el crecimiento económico es más alto, se eleva la productividad y la riqueza nacional se reparte mejor y se eleva la confianza en el país de los inversionistas nacionales y extranjeros. En ese sentido, los indicadores económicos nos dirán si AMLO tuvo éxito o no.
Esencial y prioritariamente, lo que los ciudadanos le están pidiendo al presidente electo, es que actué en contra de la corrupción y la impunidad. Por eso votaron por su proyecto de nación y lo hicieron arrollar en las urnas a sus oponentes.
Nadie mejor que AMLO les daba confianza a los ciudadanos sobre un cambio nacional. A nadie más la ciudadanía vio que podía ser un auténtico Jefe de Estado y no líder de un gobierno y de un sistema político faccioso.
Ojalá en el México del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Zapata simbólicamente cabalgue de nuevo para que el abandonado campo florezca; regrese entre los funcionarios de gobierno la “honrosa medianía” que promovía Benito Juárez y que AMLO tenga como lo decía Francisco I. Madero; “la fuerza necesaria para salvar a la patria en los más grandes peligros”.
Twitter: @GerardoCoutino
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