Descentralizar la administración federal
La reincorporación después del periodo vacacional nunca es fácil, aunque la realidad mexicana tras él resulta inquietante debido a los resultados electorales que han conducido a Andrés Manuel López Obrador a ser el Presidente electo de la República. Inquietud no como desasosiego, sino como el lógico nerviosismo ante las novedades. Algo que cualquier ser humano siente en su vida cuando emprende nuevos retos, o realiza cambios radicales a su cotidianidad.
Eso parece ocurrir debido a ciertas promesas efectuadas dentro de la campaña del Presidente electo. Entre otros muchos temas propuestos para modificar o crear se encuentra la descentralización administrativa del país, es decir, el ofrecimiento de que muchas secretarías y dependencias públicas dejarán la Ciudad de México para trasladarse a otros estados. En tal sentido, es sabido que la República mexicana es centralista. Todo ha pasado y sucede a partir de esa enorme capital, convertida en referente nacional y, también, núcleo de una mexicanidad construida, entre otras cosas, con signos prehispánicos tan poderosos como el representado por la gran Tenochtitlan, el núcleo del poder imperial mexica. Punto geográfico simbólico pero, sobre todo, cúmulo de los poderes del país desde el proceso de independencia.
Un país federal como México ha tenido dificultades para hacer efectivo tal federalismo con una concentración de poder tan relevante como el acumulado en su ciudad capital, sin embargo el proceso descentralizador prometido no siempre es fácil y, mucho menos, trasladando dependencias públicas. Grandes países en extensión territorial, como el caso de Brasil, se plantearon, y lo hicieron, crear una nueva capital como lo es la actual Brasilia. Incluso en la actualidad Egipto está construyendo una nueva ciudad para sustituir a la histórica El Cairo, nueva urbe en medio del desierto y todavía sin nombre conocido. Ejemplos como los anteriores serían impensables en el México actual, pero la creación de una nueva ciudad capital tampoco asegura el colapso del centralismo sino que remite a la acumulación del poder administrativo en busca de una mayor eficiencia y, por otra parte, la eliminación de agravios entre ciudades como es el caso brasileño.
Concentrar poderes públicos, una de las máximas del Estado moderno, se fundamentó en la idea de que su cercanía hacía más eficaz su tarea y, por supuesto, los aproximaba a las instancias superiores, dentro de la lógica jerárquica del poder, a la hora de tomar decisiones. Una máxima con racionalidad política y que no resume todo lo que representan las consecuencias del centralismo, puesto que éste influye en la organización económica, de las comunicaciones, etc., de un país. Situar dependencias del poder federal en estados puede lograr impulsos económicos en los territorios donde se ubiquen, pero no asegura la eficiencia institucional si la estructuración del poder no se modifica.
Descentralizar significa mucho más que mover instituciones, es una praxis que incluye autonomía política, proyección económica y transformaciones logísticas difíciles de conseguir cuando el modelo de país se estructuró siguiendo la lógica de un poder concentrado, al estilo francés con su omnipresente capital, París.
Lo ganado por algunos estados, con la llegada de instituciones gubernamentales, también lo resentirá la capital mexicana, como no puede ser de otra forma. Si la promesa electoral se convierte en certeza en los primeros meses del próximo año habrá que confiar en que se han efectuado los estudios pertinentes para que todos salgan ganando, en especial los ciudadanos mexicanos. Sin embargo, y no como crítica sino como preocupación lógica, hay que esperar modificaciones nacionales que acompañen a esta medida. Los desequilibrios entre el norte y el sur-sureste del país y la concentración de actividades de todo tipo en la Ciudad de México no se resuelven únicamente con el alejamiento de instituciones de la capital.
Esta medida, como otras futuras si se llevan a cabo, las evaluarán los propios ciudadanos. Hay que esperar su éxito por el bien general, pero todos sabemos que la paciencia no es el denominador común para juzgar a los políticos, del signo que sean. La descentralización del poder es algo loable, aunque cabe preguntarse si una sola medida será suficiente para lograrla. Tiempo al tiempo.
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