Cantinas de la Octava Sur/Segunda y última parte
Concluye su visita, y nuevamente a respirar el aire menos denso de la calle. Atraviesa la Segunda Oriente, y justo en la esquina observa que ahí opera un Cervecentro, que bien se acomoda a la normalidad del Corredor. Cervecentros: “tiendas de conveniencia” de la propia Cervecería Cuahutémoc-Moctezuma, expendios de todas sus marcas, en sus diversas presentaciones, desde los famosos cartoncitos de 20 cuartos, hasta los six y caguamones.
Avanza y he ahí, en el número 141, entre 1ra. Oriente y calle Central, el Restaurant Bar El Chavo, más conocido como El Barril del Chavo, probablemente su nombre original, cantina de las cervezas de la predilección del narrador. “Aforo 100 personas”, se lee a la entrada, e igual, la advertencia de siempre contra borrachos, menores de edad y etcéteras. Se ve que en otro tiempo todo estuvo decorado con imágenes y textos asociados al Chavo del Ocho, serie exitosa de la TV mexicana, años setentas y ochentas del siglo pasado. Así que aún se observan trazos y trozos de dibujos, lonas y cuadros con sus personajes: don Ramón, Quico, la Chilindrina, doña Florinda, el profesor Jirafales, doña Clotilde y el señor Barriga. Y siempre en su barril, el propio Chavo.
El lugar, cosa extraordinaria, se siente bien ventilado pues dispone de corredor y un patiecito. El baño es pasable en tratándose de cantinas, dos salas medianas y cocina, barra ubicada a la entrada en su primera sala, y de sus camareras ni hablar: seis ñoras, tres de ellas en verdad atractivas: chance y condesciendan con la clientela, piensa, aunque llama su atención el uniforme que llevan: ropas diversas, aunque todas imitan el camuflaje verde-ocre militar. Dos “supervisores” y un cantinero completan el personal, más la cocinera de planta.
En mala onda no tienen sinfonola, pues la música que pasan es terriblemente ordinaria. Meramente de arrabal, piensa el cronista: norteña, pro-narco, Paquita la del Barrio y voces chillonas que siguen su estilo.
Pero aquí el tipo de clientela es otro rollo: parejas de novios, casados y quizá amantes, amigos, e incluso tres o cuatro mujeres, solas o acompañadas. Y los precios son más altos que en la cantina anterior: “Caguamón XX, Laguer y Tecate $45.00, michelada Mega XX $65.00 y michelada Familiar $45.00”. Así reza uno de sus avisos, y según se ve, todos los comensales recurren al platito con trozos de limón y sal molida con chile que a cada rato les pasan.
Algo también descubre, al estilo de las cantinas del centro del país. Que escritas sobre sus muros se leen expresiones “reflexivas”, entre ellas aquella que creía propia del buen Abel Besares: “Hay que ser felices, aunque sea por joder”, aunque aquí agregan a ella: “¡Por joder a los envidiosos!”. Otra peculiaridad es el libre acceso a toda la banda de vendedores, pues aquí sí que se encuentran todos: los vende-rosas, vende-toques y boleros, pero también canguros, cacahuateros, vende-afocadores y baterías, vende-estampas-religiosas y hasta un tipo casi sin rostro por las gorras, cinturones y carteras que lleva encima.
Toma una cerveza y prueba la botana “especialidad de la casa”: media orden de butifarras aderezadas con jitomate, limón, chile y rodajas de cebolla, y pregunta por sus licores… ¡Aah! Usted entonces quiere un su fuertecito, expresa la muchacha de los mallones camuflados, que le atiende. Mejor le traigo nuestra carta de alimentos y bebidas.
Vuelve pronto y… efectivamente ahí está. Pequeña es su carta. De un lado muestra alimentos. destaca por su precio el “Platón mixto $280.00”, aunque en letras pequeñas explica: “lleva tortillas, chuleta ahumada, chorizo, bistec, tasajo, cebollas, frijoles, papas francesas y ensalada mexicana”. Del otro lado están las bebidas: wiskis, vodkas, tequilas, rones y brandis, entre estos últimos, marcas de su apetencia: Don Pedro, Azteca de Oro, Torres 10 y Terry.
¡Vientos!, expresa a la chica. Tráigame una copa de Terry, sin hielos, sin nada, y aparte un vaso de agua fría. Va, regresa y le dice: ¡Aay! ¿Sabe qué, don? Me dicen en la barra que no tienen. Bien, le responde. Entonces tráigame una de Torres. Tarda… aunque al fin, en vez de la camarera viene uno de los supervisores. Disculpe, amigo, expresa, hoy no tenemos copeo de Torres, sino botella cerrada. ¿Por qué no pide usted otra cosa? Okey. De acuerdo, contesta. Mira si tienen tequila, le dice. Ojalá haya Cuervo Tradicional. Trae un caballito de tequila y otro de sangrita.
Se va, al rato vuelve, pero ya no aquel, sino ahora el barman o cantinero. Mil disculpas, mi jefe, pues le estamos quedando mal, le dice compungido, como tocándose con la mano el corazón. Ese tequila no lo manejamos, jefe. ¡Fin de la historia! Se repone el escribidor, traga aire, pide agua y paga su cuenta, mientras de los labios de la camarera, sólo sale una sonrisa apurada y medrosa. Sale a la calle y continúa el periplo del corredor de la Octava Sur.
Avanza y descubre otro Cervecentro, cosa extraña, pues creía que eran más socorridos o abundantes los Modeloramas, los expendios así llamados de la Cervecería Modelo. Está en el número 182, entre calle Central y 1ra. Poniente. Cuadra ésta y la siguiente, atestada de “pasajeras” y “colectivos”: pequeños buses de rutas suburbanas del transporte público. Entre ellos distingue en el número 233, planta baja, entre 1ra. y 2da. Poniente, el Restaurant La Casa del Conejo, consignataria de la línea Cuahutémoc-Moctezuma. Aforo: 70 personas, aunque justo en la planta alta, escalerilla desde la calle de por medio, le hace la competencia el Restaurant Familiar Corona, de la Cervecería Modelo.
Luego continúa el Restaurant La Sombrita, algo más adelante, casi en la esquina de Segunda Poniente, la misma cuyos colores azul y amarillo de su fachada la delatan. La revelan incondicional de las cervezas Corona, aunque más allá, tras una cuadra vacía, un nuevo Cervecentro señorea la esquina de 8va. Sur y 4ta. Poniente. En esta esquina también, enorme se ve la casa de amarillo, rojo y blanco, identidad de las cervezas Superior, asiento de la antigua cantina y hoy Restaurant El Galeón, tercera o cuarta localización, desde que la recuerda, hace cuarenta años, frente al campo de futbol americano.
Y continúa ya algo tarde, 17:40, tan sólo para llegar al final de la ruta, al lugarcito afamado y pequeño, ausente sin embargo, en su geografía cantinaria particular. Pues ahí sólo sirven a la Cervecería Modelo: el Restaurant Bar Familiar Tío Choris, en el número 726, entre 6ta. y 7ma. Poniente, en pleno barrio de Las Canoítas. El bar de las banquitas de afuera, el de los afiches pornográficos y su anuncio afamado, siempre renovado dicen, el que ahora mismo reza: “Todo trabajador que sea sorprendido, haciéndose pendejo con el celular será multado. Atentamente El Choris”.
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