Mi palabra favorita
Casa de citas/ 384
Mi palabra favorita
Héctor Cortés Mandujano
Leo El tercer personaje (Era, 2013), del maravilloso Sergio Pitol, que cita a Joseph Conrad (p. 64): “Todas las grandes obras de la literatura han sido simbólicas, y de ese modo han ganado en complejidad, poder, profundidad y belleza”.
Se supone que este libro es de ensayos, pero Pitol es mucho más que ensayista y por eso el suyo rezuma humanidad, la suya, sobre la que descansa su prodigiosa mente y su inmenso talento. Maestro de la lengua, su estilo hace parecer sencillo el conocimiento profundo que tiene sobre el cine, las artes plásticas, la literatura, la vida, y lo que dice de otros es aplicable para él; para quien quiera no el oropel, sino la certeza de estarse dedicando a lo que más quiere (p. 116): “A todo escritor le interesa ser leído. […] No creo que llegue a ser nunca satisfactorio carecer de lectores. Un mínimo reconocimiento se antoja como necesario […] Pero si no se da, paciencia: el autor debe proseguir su obra y no intentar rebajarla para obtener lectores”.
Pitol es, también, igual que yo y que muchos, un entusiasta de César Aira y le cede la palabra en su defensa a la mala literatura (p. 152): “Lo que tiene de bueno la literatura mala es que opera con una maravillosa libertad, la libertad del disparate, de la locura, y a veces la literatura buena es mala porque para ser buena tiene que cuidarse tanto, se restringe tanto, que resulta mala”.
Y sigue Aira, en el libro de Pitol (p. 153): “Algunos libros de Marguerite Yourcenar, Octavio Paz o Milan Kundera, que se suponen buena literatura, podrían traducirse interiormente como ‘Estoy bien escrito, estoy bien escrito, estoy bien escrito, etcétera’, y eso es todo. Y uno querría otra cosa, ¿no?”
En su texto sobre Juan Soriano, también le cede la palabra a él y entre otras cosas Soriano dice esto, que me encantó (p. 191): “Uno es omnipotente cuando dibuja, porque de una línea puede surgir un ojo, una zorra, el sol, un abismo. Todo entonces se vuelve germinal”.
(Escribí este texto antes que Pitol muriera. Quise conservar el presente en mis líneas para sentirlo como lo siento: vivo.)
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Pitol dice que lo primero que leyó de Aira fue Cómo me hice monja y recomienda, a quienes no lo hayan leído, que empiecen con ésa. Yo he leído una veintena de novelas de Aira, pero no la que recomienda Pitol. La busqué y la leí. Divertida, genial. La niña-niño, el propio Aira, se supone, aunque no importa, protagonista y narradora en Cómo me hice monja (Joaquín Mortiz, 1996), dice algo que es válido para todos a quienes nos gusta cómo nos llamamos (p. 104): “Me llamaba por mi nombre todo el tiempo, César, César, César. A mí me encantaba que pronunciaran mi nombre, era mi palabra favorita”.
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Santa Evita (Joaquín Mortiz, 1995), de Tomás Eloy Martínez es una novela espléndida sobre la vida y el cadáver (más bien, los cadáveres) de Evita Perón, escrita con la mano maestra de este hombre a quien por primera vez leo. No sé, ni me importa, cuánto de ficción haya en esta que parece una investigación prolija (con entrevistas, diarios, trascripciones, etcétera), porque el libro me pareció apasionante.
Curiosamente, mis citas no tienen que ver con el personaje, sino, en primer término, con la escritura (p. 85): “Escribir tiene que ver con la salud, con el azar, con la felicidad y el sufrimiento, pero sobre todo tiene que ver con el deseo”.
Dice más adelante (p. 150): “Un hombre, como usted sabe, nunca es igual a sí mismo: se mezcla con los tiempos, con los espacios, con los humores del día, y esos azares lo dibujan de nuevo. Un hombre es lo que es, y también es lo que está por ser”.
Habla de una pareja (p. 247): “Se prometían un amor de puro presente porque la noción de futuro, decía Mercedes, apaga todas las pasiones: el amor de mañana nunca es amor”.
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