La historia de Rafa Nadal

Llegó a mis manos el libro Rafa: mi historia (Urano, 2011), del tenista Rafael Nadal, y aunque no soy aficionado a este deporte, decidí leerlo porque el coautor es John Carlin, uno de mis escritores favoritos.

El hilo conductor de estas memorias son dos de los partidos más importantes de Nadal: la final de Winbledon de 2008, frente a Roger Federer, y el US Open, ante Novak Djokovic. 

Los primeros seis de los diez capítulos abren con los detalles, estructurados en forma de suspenso, de lo que ha sido el mejor partido de la historia del tenis entre Federer y Nadal, en donde se disputaron cada punto los dos gigantes de este deporte.

El libro está impregnado del ánimo combativo de Rafael Nadal, del reconocimiento del esfuerzo y la disciplina, como elementos indispensables para alcanzar el triunfo constante. 

Quizá la palabra más importante para Nadal es aguantar, es luchar, es ver en medio de la desesperanza la posibilidad de triunfo. Si revisamos algunos de sus partidos, cuando para muchos el punto ya está perdido y no vale la pena correr, Nadal lo hace y rescata la victoria. “Mi tío siempre hacía hincapié en la importancia de aguantar. Aguantar —decía—, aprender a superar la debilidad y el dolor, esforzarte hasta el límite sin derrumbarte nunca. Si no aprendes eso, nunca serás un deportista de élite”. 

“Aguantar es una palabra que Toni le ha martilleado en el cerebro a Nadal desde su más tierna infancia. Refleja una filosofía espartana de la vida que es poco frecuente en una isla, y en todo un país, donde lo que suele reinar es el principio del placer”, escribe Carlin. 

Tony Nadal, tío y entrenador, se explaya: “El problema actual es que los hijos han pasado a ser el centro de atención. Los padres, la familia, todos cuantos lo rodean se sienten obligados a ponerlos en un pedestal. Se invierte tanto esfuerzo en potenciar su autoestima que acaban sintiéndose especiales por sí mismos, sin tener que hacer nada. Viven confundidos: no entienden que la gente no es especial por ser quien es, sino por hacer lo que hace”. 

Si Rafa Nadal se parece a alguien dentro del futbol es sin duda a Cristiano Ronaldo, porque ambos se han hecho a sí mismos, en los gimnasios, en el campo de juego, en el esfuerzo y la combatividad. No es que no tengan talento, pero lo han alimentado de forma concienzuda: “La verdadera prueba se produce esas mañanas en que despiertas después de haber trasnochado mucho y lo que menos deseas es levantarte y entrenar, sabiendo que vas a tener que trabajar muy duro y que vas a sudar mares. Es posible que por un momento se establezca un debate en tu mente. ¿Y si me lo salto hoy, sólo por esta vez? Pero no escuchas el canto de sirena que suena en tu mente, porque sabes que de ese modo acabas cayendo por una pendiente resbaladiza y peligrosamente inclinada. Si flaqueas una vez, flaquearás más veces.”

Por el otro lado está la genialidad, la de Federer, muy cercano a Leo Messi, esos deportistas que nacieron para un deporte, que hacen cabriolas, que destellan habilidad y tremenda luz natural.

Miguel Ángel Nadal, quien fuera jugador de futbol del Barcelona, dice que el compromiso significa aprender a aceptar que si has de entrenar dos horas, entrenas dos horas; si has de entrenar cinco, entrenas cinco; si tienes que repetir un ejercicio cincuenta mil veces, lo repites. Eso es lo que diferencia a los campeones de los que solo tienen talento”. 

Nadal no es de la brillantez de Federer, quizá el mejor tenista de todos los tiempos, ni tampoco la explosividad de Djokovic, el que más semanas ha encabezado el ranking de la ATP, pero tiene la tenacidad más corrosiva y luchona de los tenistas. Es por eso que a los 32 años, cuando muchos se retiran antes de llegar a los 30, es el número uno del mundo. “Soy muy consciente, dice, de que todo lo que me ha sucedido no se debe a quién soy, sino a lo que hago”. 

La potencia mayor de Nadal está en su voluntad inquebrantable. Su verdadero escudo protector está en su cerebro. Carlos Moyá, uno de sus entrenadores y que ganó un Grand Slam, lo describe muy bien:

“Lo que distingue a Rafa de los demás es su cabeza. Es algo que se vuelve evidente en la pista y lo advierte no sólo su rival, sino también la gente que lo ve en televisión. Es un elemento invisible, pero que se siente. Su revés, su derecha: otros lo tienen también. Naturalmente que tiene talento. Creo que ni él se da cuenta de cuánto, porque tiene tendencia a subestimarse. Pero desde el punto de vista psicológico, es de otro mundo. He conocido a muchos deportistas de altísimo nivel, no sólo en tenis, y nadie tiene lo que él, con la excepción, quizá, de Tiger Woods y Michael Jordan. En los puntos cruciales es un asesino; su concentración es absoluta y tiene algo que yo nunca he tenido: una ambición sin límites.”

Dicen los conocedores que Nadal es un híbrido entre Björn Borg y John McEnroe, el primero todo impasibilidad y el segundo todo destello, fuego y alarido. De ese cruce solo puede haber un guerrero deseoso de reclamar sangre y brindar tributo a los dioses centenarios.

Lo interesante de este libro es que Nadal se aleja del autobombo, para reconocer sus debilidades, y por increíble que parezca, uno de las piedras que encuentra en su camino a los premios es el miedo a ganar, que es tan paralizante como el miedo a perder: “La voluntad de vencer y la de prepararse son una y la misma cosa. No hay atajos para lograr el éxito sostenido. En los deportes de élite no se puede engañar: el talento solo no basta. Es el primer ladrillo, pero encima de él tienes que amontonar el trabajo incesante y reiterado en el gimnasio, el trabajo en las pistas, el trabajo de estudiar tus propios vídeos y los de tus oponentes en acción, siempre peleando por estar más en forma, por ser mejor, más astuto. Elegí ser tenista profesional y el resultado de aquella elección sólo podía ser una disciplina inquebrantable y un incesante deseo de mejorar.”

Tony Nadal, tío y entrenador de toda la vida de Rafa, dice que la clave en el éxito deportivo de su sobrino está en su capacidad de sufrimiento y de aguante. Actualmente, dice, los niños no los educan para resistir, para concentrarse, todo lo quieren rápido y sin trabajo y eso explica, según él, que hoy los principales tenistas tengan más de 30 años, cuando en el siglo pasado eran veinteañeros.

Este libro bien vale la pena, se lee como una novela, y deja muy buenas lecciones para los deportistas: que detrás del éxito está el esfuerzo y la disciplina constante y exigente. 

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