El México que viene
El virtual triunfo de Andrés Manuel López Obrador (reconocido pronto por sus contendientes) llega acompañado de un amplio respaldo nacional. Ese apoyo que le valió al candidato de Morena el triunfo es la medida del consenso que habrá de construir, trabajar por mantener y garante de las medidas que habrá de tomar al inicio de su gobierno. Pero no está exento de retos. El significado de la elección de este 1 de julio es más amplio que el de la victoria de un candidato y habría que someter a consideración las implicaciones del evento.
Una posible forma de cuestionar y tratar de construir un significado, si hay solo uno, del resultado electoral que vimos el pasado domingo es sometiendo a análisis algunos de los argumentos que empiezan a volverse discurso de sentido común en el marco del clímax del proceso electoral.
Culpar al PRI
El mal desempeño del PRI en el gobierno con Peña Nieto a la cabeza (la responsabilidad del Estado en Ayotzinapa, la corrupción e impunidad estructural, los casos Duarte, la Casa Blanca, etc.) aunado a la violencia que campeó durante los casi últimos 18 años en el país se han vuelto el factor causal de la victoria de López Obrador. El argumento parece indicar que la culpa de que ningún partido pudo frenar al candidato de Juntos Haremos Historia es precisamente del mal desempeño de los gobiernos pasados.
La idea parece plantear, de fondo, que el voto a AMLO fue un voto de castigo al PRI y a sus partidos aliados. Una expresión de reprobación e, incluso, para los críticos más agrios (en todo sentido), una venganza ciudadana a causa de la decepción.
Sin embargo, “culpar al PRI” es poner a la ciudadanía en el papel simplemente reactivo, de que premia o castiga a un gobierno sin mediar mayor sentido crítico.
Si bien es cierto, la reprobación al gobierno de Peña Nieto (que llegó al nivel más bajo de aceptación, 20%) es un hecho objetivo e innegable, no debería desestimarse el nivel de activación ciudadana de una gran sector de la ciudadanía que decidió —ojo a la palabra escogida— formar parte de un “movimiento”, encabezado, sí, por una figura que algunos calificarán de carismática.
Culpar sólo al PRI de los resultados es desconocer, pues, que el movimiento formado en torno a AMLO integra a múltiples sectores, muchos de ellos que por largo tiempo han estado activos por distintos temas y que lograron reunirse en una gran coalición que desembocó hacia las urnas. Quizá pensar que hay algo más que “voto de castigo” sea útil para entender la complejidad integrada en la ciudadanía que eligió ayer a López Obrador.
El país se polarizó
Otro argumento que se volvió común durante las campañas es que éstas habían polarizado al país, colocando de un lado a grupos pro-AMLO y del otro, a los demás, como si los clivajes políticos fueran tan sencillos de definir en una democracia pluripartidista como la mexicana y en un país tan heterogéneo como el nuestro.
Quizá habría pensar que, si alguna, la polarización es resultado de una serie de políticas que aumentaron la desigualdad entre las y los mexicanos. No sólo la pobreza ha seguido aumentando, sino que salir de ella se ha vuelto prácticamente imposible para quienes nacen en ella (independientemente de “si le echan ganas”, de “si empiezan por cambiar ellos mismos”).
No estaría de más recordar los años de discurso polarizante que, desde el poder, se ejecutó hacia el hoy presidente virtual: la idea del peligro para México, el uso clasista y discriminador de palabras como “chairo”, “pejezombi”, la promoción de la idea de la violencia entre los opositores, etc. Esas ideas sí que eran polarizantes y, promovidas desde el poder y el privilegio, pernearon en las distintas capas sociales.
No fue la campaña la que polarizó al país, era un país dividido por sus gobernantes el que luchaba por emprender un camino que condujo a un resultado en las urnas. Poner en cuestión, tratar de desarmar el discurso que ha insistido en ponernos a las ciudadanas unas contra otras, esa sí es una tarea que podemos emprender personalmente y en la que valdría la pena trabajar.
Un solo hombre no va a cambiar al país
La idea, con la que se intentaba descalificar la intención de votar por López Obrador, de que poner las “esperanzas” en un solo personaje era, por decir lo menos, ingenuo, quizá desmotivó a alguien, pero en realidad quizá reforzaba la posición de quienes estaban en contra de tal personaje.
Lo que ese argumento, reproducido de múltiples formas, lograba objetivamente, era invisibilizar (sobre todo, para quienes lo empuñaban en el discurso) que detrás de López Obrador en realidad había una estructura amplia, con personajes de alto nivel, tratando de conformar un plan y un programa de gobierno.
En cualquier caso, esa idea se acompañaba a veces con otra, la de “para cambiar el país primero hay que cambiar uno mismo”. Esta última, si bien, noble en sus intenciones la mayoría de las veces, también lograba borrar del panorama algo vital: que millones de mexicanas y mexicanos luchan todos los días, dura y honradamente, por mejorar al país pero se enfrentan a situaciones de injusticia, impunidad, corrupción, en fin, a barreras más grandes que ellos mismos y que venían de malos gobiernos que estuvieron siempre interesados en mantener el status quo.
Muchas personas ya habían cambiado, pero México se había negado a cambiar. Faltaba algo, un resultado estructural y, para muchas personas, ese resultado podía darse en las urnas. De eso se trató, para muchas, la elección de ayer: dar el paso que faltaba después de tanto cambio personal.
La tarea de hacer historia
Independientemente de por quién hayamos votado, la tarea de ser ciudadano/a nos corresponde a todos y todas. Es decir, si bien Andrés Manuel López Obrador (y su equipo) tiene una tarea titánica —como cualquier presidente— frente a sí, hay otra parte fundamental que corresponde a la ciudadanía: vigilar, exigir, ser pues, en resumen, ciudadanos/as de tiempo completo.
Para quienes votamos por AMLO, el momento de festejo será fugaz comparado con el trabajo que viene por delante. Para quienes no, la responsabilidad de seguir construyendo un mejor México no les está exenta. La falsa idea, reproducida hasta la náusea de “si no votas, no te quejes” o de “yo no voté por él, tú haste cargo” y etcéteras parecidos, minimiza el valor de la ciudadanía como una tarea permanente y que nos corresponde a todas y todos, desde todos los frentes, partidistas o no: activismos de todo tipo, ejercicios profesionales en todo su espectro, identidades sociales, culturales y políticas, todas las formas en que somos personas y por tanto, ciudadanas, están involucradas en el quehacer de edificar un país.
El que será entregado al próximo gobierno es un país fracturado por casi 18 años de violencia, corrupción, impunidad (y una larga historia de componendas políticas y de reproducción y mantenimiento de la desigualdad). Pero el trabajo de vigilancia, demanda, en fin, de hacer historia, nos corresponde a todos/as independientemente de nuestras filias políticas.
Coda
No se puede pasar por alto el significado que en el marco internacional podría tener la elección de México. Fuera de nuestro país se ha llamado la atención sobre la llegada de la “izquierda” al poder. La alternancia que hacía falta, pues, en el sistema político mexicano.
Esta “izquierda” tiene una alta responsabilidad histórica en el contexto regional latinoamericano. No fueron pocos los errores que otras izquierdas cometieron en países del continente (lo que no debería escamotear sus aciertos, aunque en los hechos, ocurra). El efecto político —y por extensión, económico— del gobierno de López Obrador en la región podría no ser mínimo. Eso, por una parte.
Adicionalmente, la reestructuración —¿o redistribución?— del poder político al interior del país (por la vía del reparto de diputaciones, senadurías y gubernaturas) tendrá amplias implicaciones en el corto y mediano plazo. Por un lado, el margen de maniobra del nuevo gobierno podría ser más amplio del que la propia coalición esperaba, y por el otro, al nivel local, la oportunidad de vigilancia sobre los nuevos gobiernos de alternancia podrían (y tendrían que) ampliarse.
Y todo esto, en conjunto, podrían dar lugar a rotaciones en los grupos de interés, en las élites (no sólo políticas, sino también, por qué no, intelectuales), en fin, que esta elección podría producir modificaciones en niveles que no son solo los colores de un gobierno. Si ocurrirá o no, eso es lo que habrá que ver. La atención ciudadana, después del festejo, podrá menguar, pero no debería suspenderse.
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