El axolote melancólico
Casa de citas/ 387
El axolote melancólico
Héctor Cortés Mandujano
Pensé, cuando la compré, hace tiempo, que Obediencia perfecta (Planeta, 2014; antes, en 2007, lo publicaron como “Perversidad”), de Ernesto Alcocer, era una novela y no: es un volumen con cuatro cuentos. El que le da título inspiró la película homónima, dirigida por Luis Urquiza, con guion del director y de Alcocer, una de las cintas mexicanas recientes que más me han gustado.
El libro vale la pena y las cuatro historias son muestra de un talento narrativo que con seguridad dará más y mejores frutos. En “El tercer grado de obediencia perfecta”, la trama gira en torno a la pedofilia del obispo Ángel de la Cruz (en su infancia él fue abusado por el padre Fitz) sobre Sacrosanto, un niño que, de adulto, encabeza al grupo que lo acusa de violador, pero la escritura no cae ni en tremendismos ni en anatemas (tampoco la película), lo que hace más complejo el asunto. No es un juicio donde se pone al sacerdote en el banquillo de los acusados, sino un paseo por los meandros tortuosos de nuestra condición humana.
El título tiene como fuente los Ejercicios espirituales, de Ignacio de Loyola, quien dice que en la obediencia perfecta de tercer grado (después de pasar las dos anteriores, que son imperfectas), página, 29, “actúas y piensas como aquel que te pide hacer las cosas, piensas como aquel a quien amas, eres como un báculo sin voluntad, como un cadáver”. Ese grado de obediencia promueve el obispo, protagonista de esta historia, en Sacramento. Así consigue lo que busca.
[Alcocer conoce a fondo las escuelas religiosas. En la nota biográfica dice que “desde la primaria hasta la universidad estudió en escuelas católicas”.]
En “Bien merecido”, el cuarto en el volumen, hay una mujer Aída, admirada por su amiga-amigo, un transexual, que la pinta como un ser de enorme fuerza indómita y busca personajes para citar a su interlocutor (p. 193): “Piense usted en Atila, por ejemplo, o en términos más modernos en el chofer de un microbús”.
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Roger Bartra, en La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano (Grijalbo, 1996), revisa la abundante bibliografía que se ha escrito sobre el ser mexicano y la pone en picota. A la par, en algo no muy convincente, desde mi punto de vista, plantea al axolote como símil de los habitantes de este país: este animal podría metamorfosearse en salamandra y no lo hace: se queda en “su larvario primitivismo” (aunque al final dice que los mexicanos, p. 199, “ya no se parecen al axolote, son otros, son diferentes”).
Tiene el libro un agradecible sentido del humor. Empieza, en lugar de prólogo, con “Penetración” y su penúltimo texto se llama “A la chingada”.
Aunque Bartra ataca los lugares comunes, los estereotipos que se han fijado en textos sobre los mexicanos, lo que dice sobre la preconizada indiferencia de la muerte en este país me parece inatacable (p. 75): “Suponer que hay pueblos que son indiferentes a la muerte es pensar a esos pueblos como manadas de animales salvajes”.
El periplo que debe recorrer el mexicano para encontrase a sí mismo, “desde el edén rural originario hasta el apocalipsis urbano” es pasar (p. 160) “de campesino a proletario, de hacendado a industrial, de cacique a funcionario, de soldadera a prostituta, de revolucionario a burócrata”.
También ataca la idea tan manida de que Malinche traicionó a su patria, porque (p. 179) “la realidad de una patria no (puede) aplicarse a los pueblos aborígenes”.
Él lo hace en este volumen y lo han hecho muchos (p. 192): “¿No han revoloteado en México, después del cataclismo de la Revolución, de la misma manera, en torno al cadáver del campesino y del indio, nubes de filósofos, poetas, antropólogos y novelistas, inspirados por una mezcla de melancolía y de exaltación fáustica?”
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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