El abismo en México entre creatividad y política
9 de la mañana del 20 de julio de 2018: escuché en el noticiero mañanero del Canal 11, la entrevista que Javier Solórzano le hizo a Elisa Carrillo Cabrera, una joven nacida en Texcoco, Estado de México. Muy cerca de allí, en un poblado llamado Tepetlaóztoc (en náhuatl: “lugar de las cuevas de piedra”), nació un político rapaz, que dejó a Chiapas sumido en la miseria. Primer contraste. Elisa Carrillo, haciendo un esfuerzo extraordinario, ganó una beca para estudiar danza en Londres. Allí destacó de tal manera que logró una estancia en Rusia, la tierra del ballet, y después convertirse en la primera bailarina del Staatballet de Berlín. Nada más, pero nada menos. El político rapaz nunca hizo ningún esfuerzo, excepto comerciar con el apellido y construir una trayectoria de rapacerías y traiciones. En la entrevista, Elisa Carrillo lucía un vestido confeccionado con una tela estampada con las diversas variedades de maíz que se cultivan en México. Su elegancia se realzaba con su sencillez. Durante la entrevista pronunció una frase que me impresionó: “Cuando bailo, baila México”. Una creadora que lleva en su alma a la tierra natal. Pensé en esos contrastes, hasta ahora no explicados por la ciencia social mexicana, entre los creadores y los políticos en nuestro país. ¿Habrá pensado Díaz Ordaz que cuando mataba jóvenes en 1968, mataba a México? ¿Habrán pensado los que saquean el dinero público del país, que están demoliendo a su propia tierra? ¿Pensarán los intrigantes de toda laya incrustados en el poder, todo el daño que le causan a su propia gente? ¿Las delicadas primeras damas que saquean las instituciones destinadas a atender las necesidades de las familias mexicanas, piensan en el país cuando lo hacen? No lo creo. Una paisana nuestra escribió en su cuaderno, “Merezco la prosperidad” y lo hizo repetidamente. Es la esposa de uno de los gobernadores más rapaces en la historia de México.
Mientras Elisa Carrillo narraba cómo llegó a ser primera bailarina del ballet estatal de Berlín y de describir su vida en esa ciudad, platicar con sencillez y sonrisas que lo que se lleva de México cuando vuelve a Alemania, son la salsa Tajín, tortillas de maíz, tlacoyos, chiles, pensé otra vez en los abismos que separan a los políticos mexicanos de los creadores. Me llegó a la memoria que Balam Rodrigo ganó el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes. Pensé en la prosa excelente, profunda, conmovedora de Heberto Morales o Jesús Morales Bermúdez. La lista de escritores y escritoras chiapanecos es interminable: Jaime Sabines, Marisa Trejo, Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Leonardo Dajandra, José María Torres, Carlos Olmos, Mikeas Sánchez, Petrona de la Cruz, Jacinto Arias, para mencionar algunos. Ni que decir de esa cúspide del idioma castellano que es Rosario Castellanos. Ahora que vivo en Jalisco, me llegó a la mente la palabra enlazada con el alma popular de esta tierra, de Juan Rulfo. Pensé en Elías Nandino, en Agustín Yáñez, Fernando del Paso, Arturo Azuela. Recordé a mi entrañable amigo, el sonorense Gerardo Cornejo y su prosa directa, ágil, precursora de esa narrativa que representa con excelencia Elmer Mendoza. La lista es interminable y en todas las manifestaciones de la creatividad: artes plásticas, fotografía, arte popular, danza, danza contemporánea, danza follklórica, narrativa: cuento y novela, poesía, relatos, ensayo, cine, en fin, un torrente de talento mexicano. Y después pensé en los políticos, sobre todo en el siglo XX y lo que va de este: ¿Fuera de Lázaro Cárdenas, a qué presidentes recuerda con agrado, con alegría, con agradecimiento, la sociedad mexicana? Por supuesto, nos acordamos de quienes lucharon por un ideal mejor y dejaron sus vidas en el camino, además de ser encarcelados, salvajemente asesinados, como Rubén Jaramillo, el campesino morelense masacrado junto a su familia. Recordamos a Emiliano Zapata, a Demetrio Vallejo, a Valentín Campa, a José Revueltas, a Raúl Álvarez Garín, que pelearon con denuedo por un México mejor. Deseamos creer que el próximo 1 de diciembre, harán su entrada al Palacio Nacional.
Existe una expectativa social de lo que se iniciará el 1 de diciembre próximo. El apoyo abrumador recibido por Andrés Manuel López Obrador es inocultable. La mayor votación en la historia electoral de México. No sólo eso: con su voto, la sociedad mexicana destruyó el sistema de partidos existente, lo mandó a la basura. El propio ex presidente del PRI en entrevista televisada decía que no habían tenido la sensibilidad de entender el movimiento estudiantil de 1968 que hoy cumple medio siglo; que tampoco entendieron la exigencia de sensibilidad expresada repetidamente por la sociedad mexicana, ante los asesinatos cotidianos y la cifra de muertos que se incrementa día a día. Sólo en el primer trimestre de este año, la cifra de asesinatos en este sexenio llegaba a 104, 583. Recordé que Martín Caparrós cuenta que se dio una noticia, sin mencionar el país, de cifras de muertos en América Latina y que él pensó de inmediato en México. Tenía razón: todo el país es una tumba. Por lo menos, el ex presidente del PRI lo dijo, lo reconoció. Dedicados a sus asuntos personales, no a la administración pública de los recursos públicos, los políticos mexicanos incrustados en el poder, echaron por la borda los ideales de la Revolución Mexicana, nada menos que el movimiento social que abrió el siglo XX. Corta fue la existencia de la Revolución, desde su inicio en 1910 hasta su término en 1940. A partir de ese año, se inició el declive que llegó a su consumación el 1 de diciembre de 1988, con el arribo al poder de Carlos Salinas de Gortari, el grupo llamado de los tecnócratas y una cauda de analfabetos, que se dedicaron a saquear al país.
El contraste entre creadores y políticos en México, se repite entre trabajadores y políticos. Un pueblo que labora para sacar adelante no sólo su destino personal sino el colectivo, que produce tal riqueza, que ajusta para que el saqueo alcance cada vez, mayores cifras de escándalo. Erradicar todo ello no será fácil. Los propios jueces han dicho que o se les sigue pagando salarios ofensivos para un país como el nuestro, o entonces la justicia se venderá al mejor postor. Es inaudito. Lo dicen con una tranquilidad asombrosa, resultado del cinismo como forma de ser.
El cambio social no se produce por la voluntad personal, sino por un convencimiento colectivo de la necesidad de superar la ignominia de la desigualdad social y los sistemas de justicia podridos. No es posible esperar que Andrés Manuel López Obrador, al siguiente día de su mandato, por decreto haga desparecer la desigualdad social, la corrupción, el racismo, la falta de sensibilidad, el cinismo, y otras lindezas que caracterizan a los “servidores públicos” de México. Veremos operar la resistencia a toda medida destinada a transformar la sociedad. Por ello, es la concurrencia de todos los que en México deseamos un cambio lo que logrará construir un país mejor. El esfuerzo que se demanda es inmenso. Es una batalla de todos los días, sin tregua. Quizá mi generación no logre ver el final de ese descomunal esfuerzo social, pero por lo menos, hago votos porque veamos el camino abierto a un México justo, próspero, feliz.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 20 de julio de 2018.
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