Derrumbe ¿y restauración?
Los electores hemos asestado quizás el más duro golpe al sistema de partidos en México. Acostumbrados a decidir prácticamente sin contrapeso alguno, los partidos políticos tradicionalmente se han repartido el poder sin escrúpulo alguno ignorando a la ciudadanía. Algunos pronto habrán de desaparecer, no así el presupuesto que los partidos se auto asignan para el desempeño de sus actividades. Por lo pronto, aunque sería deseable una disminución del presupuesto que se aprueban los actores políticos por la disminución de los competidores, no parece que ese sea el ánimo de quienes tienen el privilegio de decidir sobre los recursos públicos que se ratifican en la Cámara de Diputados.
Por una parte, están las agrupaciones políticas que perdieron en esta elección y, desde luego, son las que en lo inmediato, si no son capaces de diagnosticar de manera adecuada los errores que los condujeron a semejante coyuntura y, además, no logran procesar de la mejor forma sus diferencias, corren el peligro de la balcanización e incluso su extinción. Ese puede ser el caso del PRD e incluso del PRI. No estaría de más que hubiese una limpia en el sistema de partidos no sólo por un imperativo presupuestal sino, además, por una necesaria compactación del espectro ideológico de la representación política.
El PAN, por su parte, aunque tiene una mayor institucionalidad en su vida interna, la lucha descarnada por el poder en los órganos internos del partido, así como la maquiavélica postura mostrada por Ricardo Anaya para deshacerse de enemigos propios y apropiarse de la candidatura presidencial, dejó muy confrontados a los grupos y sus dirigentes. Todo ello, junto con la mala estrategia de alianzas y una campaña errática, configuró el escenario de su derrota más estrepitosa de los últimos tiempos. Peor aún, los aliados internos de Anaya se niegan a abrir espacios para la reconstrucción del partido y, al mismo tiempo, obstaculizan la posibilidad (la urgente necesidad) de renovación de sus liderazgos.
Es cierto, sin embargo, que los partidos más longevos del espectro político pueden estar mejor preparados para solventar esta difícil situación, pero tanto dentro del PAN, como del PRI, ya se escuchan voces que piden y hasta exigen las renuncias de sus dirigentes actuales.
Acostumbrado no sólo a tener como guía al propio presidente de la república y, sobre todo, usar clientelarmente los programas sociales y el desvió de recursos públicos, quizás sea el PRI el que más dificultades tendrá en el futuro próximo para sobrevivir. De las nueve gubernaturas en disputa, cabe recordar, no ganó ninguna de ellas y si su forma de mantenerse en el escenario político como un actor competitivo depende de sus vínculos con el poder, el futuro no parece ser muy satisfactorio que digamos. De hecho, recientemente ya hubo un relevo en su dirigencia nacional y, también, se discute hasta el cambio de nombre del partido.
Cabe apuntar, además, que si bien el PRI perfeccionó las formas de control político a través del uso clientelar de los recursos públicos, todas las agrupaciones del espectro político actual en México se sirven de esas tradiciones. Esta constituye una práctica bastante arraigada en nuestra cultura política y todavía parece tener una larga vida. Esta propensión de los actores políticos de relacionarse con la ciudadanía de esta forma, particularmente con los sectores más vulnerables económicamente hablando, niega en los hechos que estos sean portadores de derechos, cuando se les asimila como clientes.
Morena, por su parte, tiene en su triunfo la manzana envenenada debido a las grandes expectativas generadas por su candidato presidencial y por su natural falta de estructura para una de las más jóvenes agrupaciones políticas que tenemos en México. Un riesgo adicional se desprende del tipo de relación que se establezca con el virtual presidente de la república, quien hasta ahora ha venido decidiendo las cuestiones fundamentales del partido. En este sentido, Morena puede estar en la antesala de la conversión en el siguiente partido de estado. El signo más preocupante de esto se deriva de la defensa a ultranza que hace el hoy candidato electo, frente a la multa que el INE ha impuesto a su partido, subordinando y obstruyendo el papel que sus órganos internos deberían tener en un tema de esta naturaleza.
Pero, a mi modo de ver, existen dos elementos adicionales que nos envían señales de advertencia. Una de ellas es el clima de violencia que se ha vivido desde el inicio de las campañas y hasta estos días en que han sido asesinados o agredidos candidatos y funcionarios públicos. El otro elemento se relaciona con el papel que inmediatamente después de los resultados tomó la clase empresarial del país, actitud que podría calificarse de vergonzosa y hasta pusilánime frente al poder.
En el primer caso, hasta un día antes de la elección se habían detectado poco más de 600 agresiones a candidatos y políticos en general. De todos ellos, 145 fueron asesinatos perpetrados en contra de candidatos, dirigentes políticos o funcionarios públicos. Aunque se habló poco de estos hechos durante las campañas y menos aún de las víctimas de este clima de violencia que azota al país, al menos se empiezan a enviar señales positivas desde el equipo de transición a fin de pacificar al país, cosa que incluye la legalización de algunas drogas y un sistema de justicia transicional que permita conocer la verdad, reconocer a las víctimas, la reparación del daño y hacer justicia combatiendo la impunidad.
En el segundo caso, puede decirse que resulta por lo menos sorprendente que los organismos empresariales más fuertes del país pasaron en muy poco tiempo del combate a la reconciliación con López Obrador. Mientras se llevaban a cabo las campañas, el empresariado no dejó de tildar de populista al ahora candidato electo y no fueron pocos los llamados a no votar por el; incluso un grupo empresarial conminó a sus empleados a no votar por él. Si bien es saludable la reconciliación de la clase empresarial con el virtual presidente, no es menos cierto que las actitudes que tomaron frente al poder nos retrotrae a la viejas etapas del priismo y su relación subordinada frente al presidente. Un ambiente por lo demás cortesano que no debería tener lugar en una república democrática.
Después de todo, nos queda una larga transición hasta la toma del poder el 1º de diciembre. Por lo pronto, continuaremos analizando los pros y contras de un naciente régimen que nutrió de esperanzas a la sociedad mexicana. Ya veremos.
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