Definición de obra
Yo era un niño. Iba a misa con mis papás. A veces escuchaba “…fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo…”. Desde mi altura veía a mi papá, en intento de que me explicara en qué consistía eso de obra y gracia. Mi papá bajaba su mirada, me miraba y nada decía, regresaba su mirada al frente, donde estaba el cura presidiendo el culto y la retahíla de imágenes, entre las cuales estaba la de la virgen con el niño, niño que, según la lectura, fue concebido por obra y gracia de…
Jesús era un niño como nosotros. ¿Nosotros habíamos sido concebidos por obra y gracia del Espíritu Santo? ¿Qué significaba concebidos?
Como mi papá nada decía, una tarde, mientras estaba sentada en el corredor, fumando un cigarro Alas Azules, le pregunté a mi abuelita Esperanza, ¿qué significaba concebir? Mi abuela me vio, tosió, como si se le hubiera atorado una bola de humo, y dijo que qué clase de preguntaba era esa. Le platiqué y ella, entonces, descolgando palabras como si fueran calcetines en el tendedero, me dijo que el niño Jesús había nacido de una virgen, que concebir era tener pichito, pero que ella no había tenido relaciones como los demás, que todo había sido por intercesión del Espíritu Santo. ¿Quién era el Espíritu Santo? Entonces mi abuelita, ya un poco molesta y cercada, me agarró de mi mano, me llevó al oratorio y me enseñó un cuadro en donde estaba el Espíritu Santo. ¿Una paloma? Al día siguiente llegué a la escuela, con pose de sabelotodo y le dije a mis amigos que el niño Jesús había sido concebido (sí, así lo dije) por obra y gracia de una paloma. Enrique, hijo del taquero que tenía su taquería frente al parque central y que era mayor que nosotros, dijo que eso lo sabía todo mundo, que el niño había salido de la paloma de su mamá. Mis amigos rieron. Yo no, porque no entendí, hasta que Juanito me explicó qué era la paloma en la mujer. En ese momento, mi sabiduría cayó como meteorito. Entonces, la concepción del niño había sido por obra y gracia ¿de dos palomas? Cuando pregunté a Roberto, él, también con la duda en su cara, dijo que tal vez el Espíritu Santo era macho; es decir, era palomo, porque era imposible la concepción entre paloma y paloma, se necesitaba un macho y una hembra, y para explicármelo me llevó al sitio donde el tío Emerenciano tenía palomas en jaulas. Roberto me dijo que viera el cuello de las aves con plumas más llenas de color, dijo que esos eran machos. Las hembras tenían las plumas con colores más apagados. Luego dijo que, por lo regular, en la naturaleza, los animales machos son más bellos que las hembras y puso como ejemplo al faisán, me enseñó dos ejemplares que tenía su tío, también en jaulas. El macho tenía un colorido que dejaba casi oculto el plumaje de la hembra. Cuando regresé a casa fui al oratorio, prendí la luz y observé el cuadro donde estaba el Espíritu Santo, por más que le busqué no hallé plumas plenas de color, parecía que esa ave era hembra. ¡No, no podía ser! Ya Roberto me había explicado que el Espíritu Santo debía ser palomo. Fui de nuevo con mi abuelita y le planteé mi duda. Ella, echando humo por su boca (humo del cigarro), dijo que el Espíritu era Santo, ¿qué no miraba que así lo decía su nombre? Y los santos, dijo, con voz grave, ya echando humo también en los ojos, de coraje, pueden hacer toda clase de milagros. ¿Incluso que dos palomas conciban un niño?, pregunté. ¡Sí, también!, dijo mi abuelita y me mandó a la tienda a comprar una cajetilla de cigarros. Me dio un billete y me dijo que me quedara con el cambio y que dejara de hacer preguntas tontas.
Mientras iba en la banqueta, pensaba que el Espíritu Santo, fuera paloma o palomo, poseía dos virtudes que lo posibilitaban para la concepción: la obra y la gracia. Cuando escuché que don Raymundo era maestro de obras, pensé que sólo le faltaba la gracia para poder concebir.
Ya más grande, cuando más o menos entendí el fenómeno de la concepción y mi prima Esther quedó embarazada y me confió que ella (¡por Dios santo! ¿De verdad no entendía?) no era virgen, pensé que Alfonso era como aquel palomo santo de mi niñez y había embarazado a mi prima por su obra y gracia. Deduje que era como el maestro Raymundo, era un maestro de obra y gracia, y si mi prima ya no era virgen, mi primo sí era un santo, casi casi tan poderoso como el Espíritu Santo.
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