Definición de miserable
La palabra miserable es miserable. El otro día pregunté a Luis por Romeo, un ex compañero de la universidad. Luis, limpiándose la frente con un pañuelo de tela, dijo: “¡Es un miserable!” y ya no dijo más.
Yo, es comprensible, quedé con la duda. Según Luis, Romeo es un miserable, ¿miserable de miseria?, o ¿miserable de maldad? Porque, cuando alguien es definido como miserable puede referirse a que el tipo ha tenido una suerte comparable a la del famoso Jean Valjean, el protagonista de la famosa novela de Víctor Hugo “Los miserables”; o puede referirse a un tipo como Javert, que es también protagonista de la misma novela, y es quien persigue a Jean Valjean para que pague el desacato de haber robado un pan, ¡un pan! Miserable uno, como miserable el otro.
Por esto, la tía Elena agregaba una frase a la jaculatoria de todas las tardes: “De los miserables…”, y los sobrinos rezábamos: “Líbranos, Señor”.
Yo me hincaba en el reclinatorio anexo al principal de la tía y miraba que cuando ella decía lo de los miserables, sacaba un espejito de su bolso y se miraba. ¿Por qué lo hacía? Nunca le pregunté, porque, estaba seguro, ella ignoraría mi pregunta.
Ahora pienso que lo hacía por el temor de convertirse en una miserable, en el sentido de miseria, porque ella no era miserable, en el sentido de méndigo (y no de mendigo). La tía estaba lejos de ser una mujer miserable, en ambos sentidos, porque tenía una fortuna que le permitía vivir con holgura, y era una mujer bondadosa y caritativa. Tal vez el rezo era efectivo, porque “el Señor” siempre la mantuvo alejada de los miserables.
A mí no me gusta la palabra miserable, me produce urticaria mental su simple pronunciación. Si ahora debo escribirla es porque lo hago como conjuro, para que, como en el caso de mi tía, los miserables siempre estén lejos de mí. Los Jean Valjean de estos tiempos siguen robando panes para alimentar a sus familias, pero hay otra categoría de estos miserables (que entran en la denominación de cerdos asquerosos) que roban miles y miles y miles de pesos y que caminan con total libertad, con la prepotencia de verdaderos miserables, hijos de su engreída y miserable madre.
Todas las mañanas, los hombres de bien piden que “el Señor” mantenga alejados a los miserables. El territorio de los miserables es ancho y pasa a rozar las fronteras de los hombres de buena voluntad; en muchas ocasiones los salpica con su mierda; y en no pocas ocasiones tuerce los destinos de hombres que estaban destinados para la luz.
El rasgo de miserable está en el vaso de peltre que extiende el limosnero, así como en la copa de cristal de Baccarat que sostiene la socialité en la reunión con altos empresarios. Lo miserable es como la vida que se da generosa con cualquier persona, pero es también como la muerte que a nadie discrimina.
“Escribe de manera miserable”, dijo un lector y yo pensé que el escritor escribía de manera mezquina o de manera prepotente. De cualquier manera no era un modelo a seguir.
Que, como decía la tía, el Señor nos libre de los miserables, sean éstos lectores, escritores, banqueros, amantes, cineastas, carpinteros, comerciantes, oficiales de tránsito, médicos, enfermeras, maestros, delincuentes, escultores, artistas, políticos, políticos, políticos…
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