Saludo al Bar de los Coutiños

© Nuestra Sol precursora, viva desde 1899. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (2016)

Todas las cantinas y bares del mundo, en donde existen, tienen su encanto. Hoy me refiero a las de los rumbos geográficos y barrios viejos de Tuxtla Gutiérrez, en especial a las más céntricas. Las enmarcadas dentro del perímetro central de la ciudad, delimitado por la Novena Sur, antiguo periférico; la Quinta Norte, avenida de San Jacinto; la Onceava Poniente, calle del Magueyito, y la Onceava Oriente, bulevar del Cinco de Mayo, aunque cabe destacar lo siguiente:

Que fuera de este marco, son especialmente “valiosas” las cantinas del recuadro noroccidental de la ciudad, zona circunscrita más o menos por la Calle Central y la misma Onceava Calle Poniente, entre Quinta y Novena Norte, barrio extendido de Niño de Atocha. Ubicación que ha de servirnos para identificar un lugar de alipuses y botanas que recién descubro: el Bar de los Coutiños, ubicado sobre la Segunda Calle Poniente, entre Quinta y Sexta Avenida Norte.

¡Naturalmente! ya sabía de la existencia del lugar, como seguramente Usted, aunque nunca lo había visitado, pues las querencias son así. Siempre consideramos, en relación a nuestras licencias, que es preferible lo viejo conocido, y no lo nuevo por conocer. Aunque en verdad hacía falta sólo el pretexto adecuado para conocerlo: el hecho de que, en El Pelucas —cantina de nuestra predilección—, tras la difamación de la que fue objeto hace un año, no permiten la entrada de niños.

Nos dimos cita: Amable Mabe Mendoza, Blanqui mi compañera, y la pareja de Carlos Rincón y Emmy Roblero, así que… —ya ni le busquemos —dice Carlos, tras regresar del Pelucas, en donde no los dejan entrar—. Vamos a la Casa de los Coutiños, junto a la Quinta Norte. ¡Ahí sí dejarán entrar a Carlita! —Pero, además —replica Emmy— son nuestros compadres y nos van a atender requetebien. Carlita es la hija pequeña de Emmy y Carlos. Apuntamos la dirección y allá vamos.

Primera buena noticia: expenden las cervezas de la línea Cuauhtémoc-Moctezuma. Segunda: nos indican que al fondo hay una sala algo más fresca. Entramos y efectivamente, somos bien recibidos pues hay cariño y compadrazgo entre los dueños y los amigos. Mabe y yo pedimos Bohemias oscuras, micheladas de Indio, Blanqui y Emmy, Carlos una mezcla de Superior y Laguer, y Carlita un Peñafiel de manzanas.

Revisamos la carta y es ahí que nos percatamos que el lugar no se llama Casa de los Coutiños, ni Cantina de los Coutiños, sino Coutiños’s Bar Familiar, nombre rimbombante y snob, aunque muy pronto el camarero estrella, don Rubén Camposeco, compadre de los amigos, nos confía que la clientela llama al lugar “El bar de los Coutiños”. Y hay de todo: micheladas, cheladas, “micheladas de sabores”, jarras de limonada y horchata, cuartitos, medias y caguamas, y en especial todas las chelas de la línea aludida: Sol, Superior, Laguer, Dos X ámbar, Indio, Tecate rojo y light, Heineken y nuestras dos Bohemias mexicanas: tradicional y obscura.

Hay también los chescos de Peñafiel y Cocacola, y bien surtida es su barra de licores: cinco marcas reconocidas de whisky, seis del mejor ron, nueve tequilas entre ellos los más viejos, reconocidos; seis brandis nacionales, entre los que se encuentran los de mi paladar: Terry, Fundador y Torres; tres vodkas de medio pelo y, además, anís dulce y seco, aunque no los de mi predilección, sino los de la casa Domecq México.

Emmy se acerca a la cocina y pide un platón de medias órdenes, y ya se nos hace agua la boca cuando explica que el servicio incluye: costilla, tasajo, carraca, butifarras y quesillo, todo aderezado a base de chile, limón, cebolla y jitomate. Habrá también, tortillas a mitades y tostadas.  Conversamos con don Rubén, el camarero que nos atiende, y ya entendemos la integración del negocio. Dice que lo fundan hace más o menos quince años, que la “mera buena” es su mujer, pues ella está al frente del negocio, a tiempo completo, mientras él, explica:

—Yo sólo me dedico a esto los días sábados, pues tengo un trabajo formal. Atiendo aseo y proveedores por la mañana, y desde medio día mesereo.

Explica que la del apellido es ella, Rocío Coutiño Betanzos. —De los Coutiños de Venustiano Carranza. Mientras yo soy casi de Guatemala, mero en la línea. De Pacayal, para más detalle, municipio de Amatenango de la Frontera. La misma tierra de mi comadre Emmy. —¡Ajajay! —les provoco—. ¡Ahí ya salió el peine! y ambos lo confirman. Fueron vecinos, jugaron juntos, se conocen desde la Primaria.

Bebemos pues, comemos casi al hartazgo, nos ponen un ventilador ante el calor de todos los demonios y, sin embargo, Carlitos habla hasta por los codos. Conversamos, descomponemos y volvemos a poner en su lugar el mundo; en particular el de la academia, el de la política y las elecciones próximas… históricas, pues como nunca antes, la Nación entera votará todos los cargos de elección popular: presidente de la República, senadores, diputados federales, gobernadores, diputados locales y Ayuntamientos.

Nos fastidia, es verdad, la música que programan, pues va al hilo con el gusto grupero y arrancherado de la paisanada, pero ya, en la mesa de enfrente los cuatro jóvenes-señores siguen nuestras peripecias lenguaraces, nuestras carcajadas. Y cuando algo se nos sale respecto del gran Rutilio, ellos se encargan de recordar algo que en los últimos días es común: —¡Arriba Morena! ¡Todos con AMLO, pero no con Rutilio! Y entonces todo el bar retumba a manotazos y carcajadas.

Pido especialmente una orden de carraca al estilo de Tuxtla, para hurgarla y degustar su sabor, pues como explico a los amigos, el modo y la calidad del platillo, regularmente califica a la cocina de estos lugares. Su modelo se encuentra en la carraca de tres cantinas emblemáticas: El Talismán (detrás del hospital viejo), El Pelucas (en las inmediaciones de San Pascualito) y La Chancluda (rumbo del panteón) y… muy pronto viene, atractiva y olorosa, pues además de los menjurges típicos, lleva una ramita del inconfundible tomillo. Pruebo y… viva Dios que, desde mi paladar ¡Esta es una muy buena carraca!

Tras tantear entonces, casi todas sus botanas y empanzarnos con las tres chelas de rigor, vamos al baño a refrescarnos, y aquí caigo en la cuenta de los inconvenientes de las cantinas típicas… probablemente de todo el país: espacios en verdad reducidos, inexistencia de patios de ventilación, calor excesivo, nulas salidas de emergencia y un asunto reclamado en ocasiones anteriores: que a los lugares llaman, de acuerdo con alguna norma: “restaurant bar familiar”, lo que no cuadra en ninguna lógica competente, y peor aún en el caso de este lugar, pues aquí se lee en su fachada, en sus cartas y en su publicidad: “bar familiar” ¿Bar para todos los miembros de la familia? Bar, sinónimo de cantina, ¿también para nuestros hijos?

Nos vamos ya. Son las seis de la tarde. Nos despedimos de don Rubén Camposeco y de doña Rocío Coutiño. Prometo incluir el Bar de los Coutiños, entre las cantinas preferidas de la ciudad. Va a su salud y… ¡A mejorar y adelante!

cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.

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