Neocacicazgos habemus

 

© Y al centro… ¡El merolico! Ciudad de Guatemala (2010)

Cuxtepequenses amigos de La Concordia

Hoy hacen furor y delirio. Forman parte de la moda contemporánea, los neocacicazgos en Chiapas, específicamente entre los municipios indígenas y algunos mestizos, sobre todo a partir del desgobierno de los últimos once años: las administraciones de Sabissnes y el Meco. Los tipos buenos para nada, de nombres Juan Sabines Guerrero y Manuel Velasco Coello… los peores gobernantes de la entidad, a lo largo de la historia. Peores, por tracaleros. Sólo comparables con Salomón González Blanco por viejo y tibio, y Roberto Albores Guillén por arrastrado y represor.

Sí, amigas, amigos, leen bien. Neo-cacicazgos, nuevos cacicazgos políticos que al nivel local se instauran y vienen gestándose, a ciencia y paciencia de la gente, de la opinión pública, de la ciudadanía (por si algo de esto existiese) y del pueblo corriente y en general. Ante la negligencia del gobierno estatal en algunos casos, aunque en otros, con la venia e incluso con el abierto apoyo ilegal, fraudulento y espurio del gobernante.

“Cacicazgo”, nos recuerda el DRAE, Diccionario de la Real Academia Española (Madrid, 2001), es la “condición de cacique”, aunque también “territorio en el que manda [o ejerce el poder] un cacique”, mientras que la voz cacique, de origen taíno (antigua comunidad de las islas Bahamas), significa: “gobernante o jefe de una comunidad o pueblo de indios”, o bien: “persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo”, e incluso: “persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos”. Aunque al respecto, el diccionario de María Moliner (Madrid, Gredos, 2007) precisa: es la “persona que ejerce autoridad abusiva en una colectividad; particularmente, [quien] en un pueblo se hace dueño de la política o de la administración, valiéndose de su dinero o influencia”.

Cacicazgo, pues, tanto desde las simples definiciones de la lengua como desde las de la antropología y la sociología política, es el ámbito geográfico en donde manda, ejerce el poder, o manifiesta su dominio o su influencia ideológica, política, social y en la mayor parte de los casos también económica, una sola persona, con o sin su familia. Por sí y/o a través de personeros o incondicionales, agentes o representantes. Dominio que se ejerce sobre las familias, las personas, o los electores que habitan ese espacio territorial, que en el caso de Chiapas son municipios en particular y cuyos caciques tienen nombre y apellido.

Nos referimos ya, en el tiempo actual, al poder que ejerce el cacique, el personaje político aludido, valiéndose de su carisma natural y de las habilidades de palabra, intrepidez y manipulación que con el tiempo desarrolla; carisma y habilidades que materializa en forma de liderazgo, apoyándose primero en la solidaridad, en el poder y en los recursos de la propia comunidad, y en los del gobierno o Estado —en este caso al nivel municipal— en cuanto logra apropiarse de ellos.

Poder e influencia que, a partir de ese momento se fortalece, al descansar incluso en la legítima autoridad del órgano institucional de gobierno; jueces municipales, policías y cárceles incluidas, además de la administración a libre arbitrio de los impuestos, las contribuciones del gobierno estatal, las “participaciones” del gobierno federal y su injerencia en la gestión de la obra pública estatal y federal. Todo esto desde una perspectiva facciosa (en ocasiones criminal) aunque, sobre todo, clientelar. Esto es: desde la insensata óptica que ve a la gente no como ciudadanos sino como clientes viles; marchantes de un negocio sucio y ahora sí, criminal, cuyo substrato es la pobreza, la falta de luces, el atraso y el analfabetismo.

Es esa influencia o poder perverso, maldito, que los sujetos del cacicazgo ejercen sobre la gente humilde y en cierto modo ignorante; sobre ellos y sus familias, mediante los mecanismos del compadrazgo, el contubernio, la protección clientelar, la dádiva, los falsos paralelismos y las llamadas “identidades perniciosas”, etcétera. Todo eso que hoy llaman “subsidios”, “transferencias” y “apoyos”. Poder que finalmente se expresa en su apropiación y ejercicio de la autoridad institucional (municipal), por sí o a través de hijos, familiares, testaferros o incondicionales. Pasándose por el arco del triunfo, constituciones, leyes y reglamentos.

Tal cual, el ejemplo que mejor conocemos, por referirse a la geografía y a la gente a la que pertenecemos: La Concordia, la región de los Cuxtepeques. La tierra en donde los de mi generación contribuimos a la erradicación de los antiguos, arraigados y delincuentes cacicazgos, el de los Orantes y Ruices. Cacicazgo hoy restablecido en la figura de una familia de fuereños, maestros, oportunistas e improvisados. Ahora, incluso, emparentados políticamente con el gobernante que padecemos. “Dios nos libre y nos ampare de estos demonios”, decía mi abuela Mariantonia. Dios los agarre confesados.

Nota final. Tracalera, -ro. Deriva de trácala. Tramposo, embaucador. Quien tiene por costumbre hacer trácalas. Dícese de la persona que estafa y esquilma a sus clientes, y es dada en no pagar sus deudas.

Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com

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