Lo irracional de las ideologías
Casa de citas/ 383
Lo irracional de las ideologías
Héctor Cortés Mandujano
Qué gran poeta es Eduardo Lizalde. Leo El vino que no acaba. Antología poética (1966-2011), selección de Marco Antonio Campos (Vaso Roto Ediciones, 2012) y aunque habría mucho que citar, comparto estas líneas sobre el tigre, tan caro a Lizalde (p. 99):
El tigre en celo
es como un pozo de semen,
como un brazo de río:
Más de cincuenta veces en un día
copula y se descarga largamente en la hembra,
como un cielo encendido en éxtasis perpetuo,
una tormenta de erecciones.
***
Debajo del cadalso, los perros lamían la sangre de la víspera…
Anatole France,
en Los dioses tienen sed
Evaristo Gamelin es un pobre pintor al que nombran juez que decide, junto con otros, la vida o la muerte de los acusados como enemigos de la Revolución Francesa, en Los dioses tienen sed (Universidad Juárez de Durango, 2009; la novela se editó por primera vez en 1912), del Premio Nobel de Literatura Anatole France.
Inteligente, irónica, y por lo mismo amarga, esta novela muestra la estupidez humana parapetada detrás de la ideología. Mauricio Brotteaux hace polichinelas (personaje clásico de la comedia del arte italiana) de cartón recortado. Un idiota “revolucionario” decide que sus muñequitos son contrarrevolucionarios y es condenado a muerte.
Antes que eso suceda, Gamelin, quien será su juez implacable, se lo encuentra y le ayuda a bajar su fardo de figuritas. Dice Brotteaux, con sutil crítica al género humano (p. 18): “Son mis criaturas; una muchedumbre que debe a mis manos un cuerpo mortal, pero sin goces ni sufrimientos; no quise dotarlas de imaginación porque soy un dios bondadoso”.
Más adelante, el mismo personaje hace un discurso, que medularmente dice (p. 55): “La ignorancia es condición indispensable para la dicha de los hombres, y es preciso reconocer que solemos tenerla completa. Ignoramos casi todo lo nuestro y todo lo de los demás. Nuestra ignorancia nos permite vivir tranquilos; la mentira nos ofrece la felicidad”.
El hombre tuvo una amante joven, se la encuentra y ahora los dos son ancianos (p. 115): “Decidme ahora, Mauricio –preguntóle la ciudadana–: ¿continuáis afortunado en
amor?
“¡Ay! –respondió Brotteaux–. Las palomas vuelan sobre los blancos palomares, pero no se posan entre ruinas”.
La mamá de Evaristo ve cuando prenden a Mauricio. No intenta ni siquiera decirle adiós porque puede comprometerse ante la policía y porque (p. 171) “en su condición modesta, consideraba como un deber la cobardía”.
***
Mi mujer y yo hemos hecho en las últimas fechas un jardín del que estamos orgullosos. Todos los días vamos a verlo, a regarlo, a hablar con las plantas, a gozar con el colorido de las muchas flores. Schopenhauer, al que acabo de leer, dice que la dicha es pronta, fugaz, y que la desdicha es la más permanente. Ah, polaco tristón.
Pues resulta que una mañana de éstas llegamos a gozar de nuestro jazmín inmenso, recién sembrado y lleno de belleza en flor, y, oh, sorpresa, era sólo un montón de varitas.
Lo mismo ocurrió con nuestros rosales al día siguiente. Nuestro ejército de maravillas era mermado cada día. Pensamos que las arrieras (pero ni rastro), que los gusanos… hasta que, según mi mujer, encontró a la culpable y le tomó una foto: una rana naranja que se escondía en una esquina del jardín.
Ni modo de sacarla o matarla. Mi hermana María y don José, el señor que nos ayuda, nos dijeron lo que nos ha confirmado cuánto medio hemos consultado: las ranas no comen plantas. De modo que son las arrieras que han pulido su labor y no dejan rastro de su caminar y su fechoría. Ya le pedimos perdón a la ranita por haber desconfiado de ella. Nos vio desapasionadamente y no sabemos si acepto o no la disculpa…
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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