Dos mujeres novelistas
Casa de citas/ 382
Dos mujeres novelistas
Héctor Cortés Mandujano
¡Si al Diablo le encanta que la gente escriba!
Sobre todo cuando se trata de gente que carece de vocación y de talento
Ena Lucía Portela,
en El pájaro: pincel y tinta china
Regalo de mi querido amigo Sarelly Martínez, leo El pájaro: pincel y tinta china (Ediciones Unión, 1998), de la narradora cubana Ena Lucía Portela. La modesta edición es cubana, por cierto.
La novela es muy divertida, profundamente intertextual, lo que denota la cultura abarcadora de Ena Lucía (películas, poemas, novelas, obras de teatro canónicas mezcladas con telenovelas –Corazón salvaje– y dichos populares), centrada en un trío extraño: Fabián, guapo y culto (“ese loco de rostro renacentista”), que recoge de la calle y se coge por la fuerza a la muy fea Camila, y no lo hace con su hermosa y tonta vecina Bibiana, a la que somete y desnuda cuando quiere, sin poseerla. Al trío físico (Bibiana no está agregada, decíamos, a la posesión sexual) se agrega Emilio U, quien por la mañana se acuesta con su mujer y por las noches con Fabián.
Pero en realidad en esta novela no importa la trama, sino la escritura, las ideas sobre la propia novela y sobre la realidad y la ficción (constantemente se alude a la ficcionalidad de los personajes), sobre el sinnúmero de cosas que constituyen la vida y sobre (p. 11) “la certeza de que en última instancia todas las ocupaciones humanas resultan por igual inútiles”.
Por su análisis pasan muchos temas (p. 43): “La educación de los niños, pensaba, siempre estará dedicada a familiarizarlos con lo que sus mayores toman como verdadero, lo sea o no”, especialmente de la novela, que habla de sí misma (p. 110): “El Nuevo Realismo no puede vivir al margen de lo anterior, de lo ya dicho, es un parásito hambriento y, por tanto, precisa de la cita, a veces, incluso, de la cadena de citas”. Más adelante dice el narrador, la narradora (p. 149): “Yo cito alegremente, sin preocupaciones de ninguna índole”. Y aún más (p. 158): “Mi novela será retórica, exuberante, verbosa y palabrera. Sin conciencia alguna de la economía”. Y casi al final dice que el narrador es (p. 230) “buscador y enemigo sempiterno de los relatos como éste, donde siempre sobra algo, donde otro narrador Narciso se deleita con el ritmo de sus propias palabras”.
Dentro de las muchas cosas que me divirtieron de esta novela, de gran oficio literario y de pleno ejercicio lúdico, está ésta del dueño de una clínica psiquiátrica en Barcelona quien (p. 174): “en voz alta hace la promoción de su terapia, la cual consiste literalmente en enseñar a los pacientes a escribir poesías. Sólo se les da de alta cuando consiguen escribir un buen poema”. Conozco a varias, a varios que se quedarían allí eternidades. A ellas/ ellos dedico el epígrafe.
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He leído cuatro o cinco novelas de Carmen Boullosa y todas las he concluido con la certeza de que quiero leer de ella la siguiente, las siguientes. Leo ahora Llanto. Novelas imposibles (Era, 1992) que trata justamente de la imposibilidad de escribir la novela que escribe: Moctezuma aparece en el Parque Hundido de la ciudad de México y tres mujeres, que vienen de una fiesta, lo hallan y una, Laura, decide llevárselo a su casa, pero la autora sabe que (p. 91) “escribir una novela en la que el personaje principal sea Moctezuma es imposible, de todo punto, imposible”.
Fragmentaria, con la dosis de lo que sería la novela, más muchos apuntes sobre la escritura, la novela cuenta, creo, lo que quería contar y ofrece varias ideas sobre la misma (pp. 110): “Hay novela cuando el hombre se divorcia de la tierra, el agua, el viento y el fuego. Cuando un hombre se distancia de los otros hombres, cuando ya no es más padre, hijo, hermano, rey o esclavo, señor o molinero, marqués o japonés, dueño o despojado, francés o chileno o de Kenia o culichi, sino la maldición errada de ser alguien, a secas. Cuando su vida deja de tener sentido y consigue un sinsentido helado y desolador”.
“[…] El novelista se entrega a dos viajes radicalmente distintos cuando escribe. En uno, su conciencia y su imaginación lo obligan a alejarse, a irse más allá, donde ni el sentido del sinsentido es posible.
“[…] En el otro camino, el escritor entra a la vena del Hombre y él mismo es sangre placentera corriendo con gusto en los pasajes de la historia.”
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Me escribe mi amigo Alejandro Nudding y me cuenta que me soñó. Que le conté que era una persona de otra época (“me dijiste que eras una especie de Frankenstein cansado”) y le pedí que me dibujara al despertar. Lo hizo y me mandó el dibujo que ilustra esta columna que, evidentemente, no favorece mi apostura. Gracias, querido Álex.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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