Modernizar como único objetivo
Nada más lejos de mi intención que criticar las campañas políticas de México, país en el cual he desarrollado mi carrera profesional y personal. Además tal circunstancia no es admisible como extranjero residente en este país desde hace muchos años. Simplemente comentaré, a modo de observador externo, pero también interno, algo que me llamó la atención recientemente, cuando escuché una presentación pública de los coordinadores de las campañas políticas de los cuatro candidatos a la Presidencia de la República. En concreto fue en un programa de radio presentado por Joaquín López Dóriga. Allí se encontraban Tatiana Clouthier, de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador; Fausto Barajas, quien coordina la campaña de Margarita Zavala; Aurelio Nuño como representante de José Antonio Meade y Jorge Castañeda, el coordinador de la coalición que encabeza Ricardo Anaya.
Los discursos políticos se han vuelto sumamente previsibles en cualquier latitud del mundo. Abundan los lugares comunes y los estudiosos en el tema son expertos en explicar tales formas de transmitir los mensajes. Aspecto que conduce, por supuesto, a la contratación de especialistas en comunicación para dictar los contenidos y formas de enunciar, incluso las de presentación pública de los políticos. Algo que el interaccionismo simbólico nos explicó hace décadas, pero sigue siendo vigente a la hora de apreciar las relaciones interpersonales de los seres humanos.
Los contenidos de cada propuesta serán analizados por los electores mexicanos, y ahí nada tengo que decir, sin embargo, y seguramente por deformación profesional, no pude dejar de sorprenderme cuando la mayoría de los coordinadores de los candidatos repitieron los conceptos de moderno o modernizar.
Insisto, tal vez se debe a una mirada u oído disciplinar, pero sí resultó impactante escuchar esos conceptos en pleno siglo XXI. Ni lo moderno, aquello que como definición de diccionario huye de aspectos antiguos o tradicionales en busca de la novedad; como modernizar, pensado como el cambiar algo antiguo por otra situación nueva, son ajenos a la historia del México independiente. Y, lógicamente, quien dice la República mexicana también puede hablar de otros países, empezando por Europa y pasando por el resto de repúblicas latinoamericanas.
Lo que llama la atención de manera viva es que todavía, en el discurso político, exista esa insistencia en el logro de la modernización como meta inalcanzada. Lógicamente, y como todo concepto que tiene en su propia concepción una acción, a pesar de que ella tenga matices y muchos espacios sociales de aplicación, las interpretaciones de lo dicho por los coordinadores de campaña de los candidatos mexicanos a alcanzar la máxima posición del país pueden ser muchas. Pero asentado ello, resulta curioso que el siglo XIX se haga presente con tanta nitidez, y con tanta soltura, en las voces de quienes representan públicamente el discurso de los políticos.
Las nuevas repúblicas surgidas del colonialismo apostaron por la modernización en América Latina, anhelo destinado a no perder el tren del progreso que se vendió como la panacea del destino único, por universal, de las sociedades guiadas por la ciencia. Hoy, transcurridos tantos años desde entonces, seguramente esa modernización tenga otros matices, y sería bueno preguntarles tanto a los coordinadores de los candidatos como a los mismos contendientes en la campaña electoral a qué se refieren. Es fácil saber la respuesta, y creo que todos lo tenemos claro, pero insistir en ello otorgaría respuestas obsoletas o vacías de contenido si solo son discursos.
Tal vez sea un reto, pero los ciudadanos, con certeza, agradecerán que les expliquen qué será ser modernos, más modernos o, simplemente, anhelar la modernidad y, sobre todo, cómo conseguir ese objetivo.
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