La realidad es un disfraz del todo
Casa de citas/ 376
La realidad es un disfraz del todo
Héctor Cortés Mandujano
He oído la música de Arvo Pärt desde hace mucho y por eso me llamó la atención que al encontrarme por azar el libro de poemas Los disfraces del fuego (Atrasalante y otros, 2015), del joven Manuel Iris –nació en 1983, en Campeche, dice la contraportada– y abrir las primeras páginas, me hallara con su nota (p. 8): “La presente sección debe leerse escuchando Für Alina, de Arvo Pärt”. Le hice caso. A cada sección corresponde una pieza del célebre compositor estonio, nacido en 1935.
Me encantó su libro, disfruté sus poemas. “Ecos” me parece prodigioso, pero no lo cito, porque vale la pena leerlo completo. Usé uno de sus versos para titular esta columna y comparto contigo lector, lectora, estas brevedades que, espero, te gusten como a mí.
Dice en el final de “De la memoria” (p. 33):
Todo poema es el brillo
de una estatua de hielo
frente al sol.
Y este es otro de sus finales (p. 38): “Tu piel es el abismo/ en que se trenza el miedo”.
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Lo dice el personaje que interpreta Federico Luppi en Lugares comunes (2002), recomendable película dirigida por Adolfo Aristarain: “La vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas e inseparables”. Luppi es un maestro al que, por sus ideas, jubilan por decreto; deja su departamento en Buenos Aires y se va con su mujer (Mercedes Sampietro), los dos mayores, al campo.
Allá sigue pensando: “La lucidez es un don y es un castigo. Está todo en la palabra. Lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer y Lucifer viene de Luz y de Ferbus, que quiere decir el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior. El bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría será el placer de ser consciente de la propia lucidez”.
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En arte, se es aprendiz toda la vida o se es un farsante
Cézanne,
citado por Raquel Tibol
Compré hace años, en abonos, la Historia general del Arte Mexicano, de pequeño formato y con las ilustraciones puntuales. El tomo I, Época Moderna y Contemporánea (Editorial Hermes, 1981), lo escribe la crítica Raquel Tibol. Aunque centra su análisis en el arte académico, no deja fuera al popular, aunque anota (p. 28): “Al no poseer la base técnica-formal, el artista popular descubre la pólvora y el huevo de Colón a cada paso, vuelve siempre al origen de las cosas”.
Todo el arte mexicano estuvo enseñado por extranjeros. Hubo varios alumnos destacados, pero “el primer gran artista del México moderno” (p.126), dice Tibol, fue José María Velasco (1840-1912).
El otro, el “gran delta del arte mexicano” (p. 211) fue, según Tibol, José Guadalupe Posada (1852-1913), quien, además tuvo una enorme dignidad como ser humano (p. 212): “No merodeó el ambiente artístico ni buscó relaciones con gente de prestigio cultural; no trató de escalar posiciones o adquirir influencias”. Con una producción cercana a “los 15, 000 grabados”, Posada fue (p. 222) “el primer artista que tuvieron los de abajo”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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