La problemática de fondo
Una opinión difundida ampliamente en México, es la de que el principal problema que afronta nuestro país es la corrupción. Es fácil aceptar esta opinión dados los niveles y grados que alcanza la corrupción, sobre todo, en la administración pública. La corrupción entre quienes ocupan cargos de función pública no es vista como tal, sino como un resultado normal de su actividad, producto de que son “muy listos” y tienen el derecho de beneficiarse de lo que consideran es justo el propósito de participar en política y en el desempeño de cargos públicos. Detrás de esta realidad se encuentra la concepción patrimonialista del desempeño de una función pública. Para decirlo en breve, es una característica estructural del sistema político mexicano-que decía don Daniel Cosío Villegas-concebir que los recursos que se ponen bajo la responsabilidad de un funcionario, son de su propiedad. De aquí el lenguaje característico que suelen usar los políticos mexicanos: “Te voy a dar”; “Yo le dí a fulano”; “Me debes que te haya dado”. Y así por el estilo. Todos los días lo escuchamos y lo seguiremos escuchando. Un político mexicano nunca dice, “propongo que..” sino “quiero que esto y esto, se haga”, “Voy a hacer tal cosa”, “Quiero”, porque se sienten y creen dueños de los bienes públicos bajo su administración. En ello consiste la visión patrimonialista del desempeño de un cargo público. Viene de lejos tal concepción. Durante el régimen colonial, los cargos públicos se subastaban al mejor postor. El que lograba comprar un cargo llegaba allí no con la idea de servir, sino de recuperar su inversión y obtener la mayor ganancia posible. Esa herencia colonial persiste en el país. Forjó la visión patrimonialista de los recursos públicos. Así que cuando un político mexicano escucha que es acusado de robo, no sólo se extraña, sino que se indigna. ¿Por qué se le acusa de robar lo que es de su propiedad? Es indignante. Esta situación es lo que explica que la sociedad en general piense que el problema principal del país es la corrupción.
Con todo lo grave que es la corrupción, con todo el daño que le hace a México, ese no es el problema principal sino resultado de lo que sí es el problema principal: la desigualdad social. De aquí arranca todo: la pésima distribución de la riqueza, el simulacro de democracia, la pobreza, el racismo, la exclusión, la violencia. México, como la mayoría de sociedades en el mundo, configura una formación social desigual y, si se vale la expresión, profundamente desigual. Veamos algunos datos de los llamados “duros” como si hubiera otros que son “blandos”.
Si en México la riqueza producida por el trabajo social se repartiera con equidad, le tocaría a cada familia la cantidad de 3 millones de pesos anuales, suficientes para igualar el nivel de vida de la población. Pero, por supuesto, ello no ocurre. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), el 80% de la riqueza que produce el trabajo social en México se concentra en el 10% de la población. Este dato se cierra aún más: sólo el 1% de la población acapara más de un tercio de la riqueza total producida en el país. Veamos esta realidad desde otro ángulo: dos terceras partes de la riqueza total están en poder del 10% de las familias mexicanas mientras que un 1% del total de familias en el país, concentran más de un tercio de la riqueza producida. Para quienes deseen documentar su pesimismo (parafraseando a Monsiváis), pueden consultar a Miguel del Castillo Negrete, La magnitud de la desigualdad en el ingreso y la riqueza en México: Una propuesta de cálculo, libro editado en México por la CEPAL en 2015. Más aún, se pueden seguir con mayor detalle los datos de la desigualdad en México, a través de consultar las publicaciones del Seminario de la Cuestión Social de la UNAM, que están disponibles en internet.
El sistema político mexicano es resultado y se sostienede la desigualdad. Esta es la razón sencilla de que el llamado “combate a la pobreza” no prospere. Cada sexenio los mexicanos escuchamos el mismo discurso: que se combatirá la pobreza, con el resultado de que esta aumenta justo al finalizar cada sexenio. La desigualdad es lo que allana el camino a la exclusión y al racismo. Los acaparadores de la riqueza sienten confort al auto convencerse de que racialmente son superiores y ello los justifica a explotar el trabajo social del país. Una ilustración de ello es una frase que escuché a una dama de la más alta “sociedad” tapatía, en respuesta a una pregunta mía: “Si no hubiera pobres, ¿quién nos atendería? ¿quién nos haría todos los servicios que necesitamos?” La buena mujer piensa que la desigualdad social es natural, una hechura del buen Dios de los que todo lo tienen. Y así, nuestros políticos piensan que es natural disponer de los recursos que la sociedad produce y hacerlo a través del ejercicio del poder. Las acusaciones de corrupción en los casos en que proceden, es porque son parte de los mecanismos de lucha por el poder, una manera de quitar del camino a quienes aspiran a lo mismo.
No es sencilla la solución al problema más grave que padece México. En otros contextos, aún con una economía de lógica capitalista, las sociedades han encontrado formas de controlar la concentración de la riqueza a través de Estados que son vigilantes al respecto. Un ejemplo concreto lo son los países Escandinavos o sociedades como la holandesa e islandesa. Sería tema de otra reflexión explicar por qué ello es así. Lo que es posible adelantar es la hipótesis de que en México lo que la sociedad requiere es un mecanismo de control del poder simultáneo a otro que reparta con equidad la riqueza social. Cómo lograr eso es lo que está en la mesa de la discusión.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala, a 20 de mayo de 2018.
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