El futbol: hazañas y tragedias
Para mi compadre Marco y todos los colegas
de la sección XVIII de Mahuixtlán, Veracruz
En el futbol, los deportistas suelen tener sueldos estratosféricos, pero solamente algunos de ellos pueden llegar a recibir tales ingresos. Alguna vez, Luis García, aquel futbolista letal y rápido para tomar el balón al aire, tratando de minimizar el monto del salario que recibía dijo que la única diferencia era que podía comprar más pollos. Sólo por ociosidad hice una elemental operación aritmética y descubrí que con la cantidad de pollos que se podían comprar con sus ingresos fácilmente se alimentaba mucho más que un regimiento.
Se sabe que la vida de los futbolistas suele ser relativamente corta. En algunos casos, las lesiones o las tragedias terminan una promisoria carrera de éxitos en el arte del manejo de la pelota. Así, el jugador holandés Marco Van Basten, dejó las canchas después de una grave lesión en el tobillo que, pese a las constantes operaciones, siempre se quejó que le causaba un dolor insoportable. El médico suizo que le atendió toda la vida decía que Van Basten tenía los pies de una bailarina. Dentro de los distintos sobrenombres con que se le conocía, quizá ninguno sea tan exacto como el que lo caracterizaba como el Nureyev del futbol.
Robert Enke, otro futbolista perseguido por la tragedia y el miedo incontrolable al fracaso, dejó de cubrir la retaguardia alemana el día en que amaneció abatido por la tristeza y decidió terminar con su vida. El portero alemán que sustituyó a Oliver Kahn, ese gran arquero que convirtió sus manos en auténticas tenazas para atrapar balones, sufría ante la más mínima falla y llevada al extremo, no tenía piedad para recriminarse los errores cometidos. En un deportista de alto rendimiento el ejercicio continuo resulta extenuante. Por eso mismo, la vida del futbolista es relativamente corta. A esto se agrega que se trata de un deporte de contacto, lo cual los convierte en sujetos potencialmente vulnerables a sufrir lesiones con frecuencia. La lesión de Enke era más profunda que el dolor físico de los partidos y los entrenamientos. Sus casi 1.90 mts de estatura eran demasiado pequeños para el dolor intenso que lo atormentaba en sus adentros. Consternados, la afición alemana y la propia Ángela Merkel, rindieron un póstumo reconocimiento a quien sin duda llenaría de gloria las páginas de las proezas deportivas alemanas. Para Enke, como para muchos que hemos tenido la gracia de ser padres, no hubo mayor adversidad que la de ver morir a su hija. No hay palabras para expresar semejante dolor y para quien lo sufre no existe término alguno para significarlo. Antes que sucumbir al tren que lo liberó, Enke fue abatido por los demonios que internamente lo aniquilaban.
Al astro argentino, Diego Armando Maradona, no le angustiaban tanto sus problemas personales como la fama. Gracias a sus piernas, el pelusa había sorteado con éxito las más elementales carencias materiales. La meteórica carrera de éxitos y la disposición de recursos prácticamente sin límites, obnubiló a tal grado al futbolista que prefirió vivir sus propios paraísos artificiales de la mano de la cocaína. La genialidad de Diego era tan grande e inversamente proporcional a su necesidad de reconocimiento, que cualquier reto deportivo no era impedimento para la habilidad de sus piernas; el futbol le ofreció el refugio para sacar la fuerza necesaria y sobreponerse a una vida plagada de limitaciones. El barrio y los amigos fueron ese bálsamo que cauterizaron las heridas que las privaciones dejaban marcada en su autoestima. Sus propias capacidades, como su fortaleza de carácter, hicieron de Diego Armando un icono de éxito en el futbol y su genialidad arrolladora en la cancha puso a sus pies tanto a colegas, como a los hinchas de un deporte que despierta las más encendidas pasiones.
El arquero nacional, Pablo Larios, escribió algunas páginas memorables en el balonpié mexicano por su intrépidas salidas que a don Antonio Carbajal ponían al borde del infarto. “A dónde vas, Larios. Por vida de Dios”, decía el cinco copas mexicano, cada vez que don Pablo propinaba algunos lances para el respetable más allá de su zona de seguridad. En no pocas ocasiones, semejante atrevimiento terminaba regalándole a los contrarios una oportunidad de oro para horadar la retaguardia.
Un día, don Pablo decidió abandonar las canchas que tantas alegrías le habían dado. Los porteros son una extraña casualidad en el deporte de las patadas. Pueden durar tanto en su puesto cuando la mayoría de sus colegas ya se han jubilado. Los arqueros de la selección italiana, Dino Zoff y Gianluigi Buffon, rebasaron o llegaron a los 40 años en sus respectivos cargos defensivos. Al menos para mi, Larios se perdió como la mayoría de los héroes deportivos, hasta que un amigo me contó que había pasado por situaciones difíciles en términos personales. Como la curiosidad mató al gato y dado que conservaba gratos recuerdos cuando algunas veces vi jugar a Larios en compañía de mis amigos, me puse a investigar lo que había pasado. Con el rostro en buena porción desfigurado, el impacto de verlo fue brutal para mi. En una entrevista narraba lo que le había sucedido. De nuevo, la tragedia viste de manera sombría la trayectoria de un futbolista. Había perdido a uno de sus hijos y la debilidad de la pérdida, le provocaron altos grados de melancolía y su angustia solamente encontró sosiego mediante el socorrido método de las drogas. Su inexorable pena no solamente lo consumía, sino que lo mantuvo atenazado durante algún tiempo a su desdichada vida. Pese a sus impulsos suicidas, no lo mató la carencia filial, pero las marcas de la ruda batalla han dejado sus huellas en cuerpo y alma. Después de años terribles, el arquero que algún día defendería la portería de la selección nacional, llevaba en el rostro las marcas inconfundibles de su lucha contra los paraísos momentáneos que las drogas le ofrecían; pero parecen haberse esfumado aquellas alegrías que algún día el juego le permitiría a él y sus seguidores.
El futbol nos brinda esta mezcla de tristeza y alegría. Para quienes no tenemos más remedio que sobrevivir en esta condenada existencia, nada más reconfortante que recordar las proezas que a menudo el deporte y sus protagonistas nos terminan por obsequiar.
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