El augurio del tío Andrés

Imagen de Caracol Radio

A  mis maestras y maestros para la vida, en especial a mi mamá y papá

Esa mañana algo lluviosa y con aire frío Aretha se asomó al patio de su casa, cerró los ojos, respiró profundamente y evocó el augurio del tío Andrés. Muchos años atrás, en su infancia, el tío Andrés solía decirle:

– ¿Dónde está mi profesora?

A ella le incomodaba la idea de sólo pensar que le llamara así. Solía responderle que no era profesora ni lo sería.

El tío Andrés falleció justo antes que Aretha se convirtiera en una profesionista. Comenzó a trabajar, le gustaba su labor, enfocada a la literatura y la escritura. Estudió un posgrado. Por esas vueltas que da la vida, al ritmo que va marcando el Universo en alianza con el Creador, se le presentó la oportunidad de ser maestra, en nivel medio superior.

Comenzó a desempeñar su labor con todo el interés por aprender y poder dar lo mejor de ella en un ámbito nuevo, aunque en realidad no lo era tanto, ella había estado inmersa en él mucho tiempo en su calidad de estudiante. Ahora los roles se habían invertido, a ella le correspondería facilitar la enseñanza a las juventudes.

Recordó sus tiempos como estudiante, varios de sus profes vinieron a su mente, fue retomando aportes de aquellos que marcaron su aprendizaje para la vida, sobre todo de sus primeros formadores, su mamá y su papá. Tenía sus profes consentidos, desde la educación básica hasta el posgrado.

Consciente que su formación no había sido en el campo de la educación, Aretha tomó esto como uno de sus grandes retos. Se fue formando en la práctica no fue fácil, asistió a talleres, aplicó metodologías que no eran comunes en la educación tradicional pero que resultaban interesantes. Por supuesto, también fue experimentando los altibajos, el desinterés de estudiantes por aprender, la flojera constante, el conocer las diversas problemáticas por las que atraviesan las juventudes, el darse cuenta que ella no podía resolver todo y no tenía por qué hacerlo cuando hay tareas que corresponden a otras personas, sus estudiantes se convirtieron en una fuente valiosa de aprendizajes, incluso cuando sus actitudes no eran del todo agradables.

En su afán por hacer su labor de la mejor manera, Aretha se topó con pared más de una ocasión, por momentos desistía, pero el estar en las aulas y trabajar con estudiantes le daba nuevos estímulos. Aprendió algo muy importante, el éxito no consiste sólo en el reconocimiento que dan las autoridades, ni en obtener reflectores, galardones o distinciones, sino que se vuelve parte de un proceso donde se suman mente y corazón, quienes están en las aulas son algunas de las personas encargadas de sembrar buenas semillas en las nuevas generaciones, semillas que crecerán y podrán dar frutos.

Su labor como educadora se convirtió en una pasión que fue forjando con el paso del tiempo, como cuando se siembra un árbol y se riega cotidianamente con mucho amor, cuidando cada etapa de su crecimiento.

El aire frío la hizo volver al presente, el canto de los pájaros resonaba en su esplendor como un concierto de distintas voces, la lluvia se había disipado, el sol se asomaba tímidamente. El tío Andrés estaría con el corazón contento donde quiera que se encontrara.

-¡Qué gusto me habría dado poder decirte qué tenías razón! – Musitó, al tiempo que su voz se esparció con el aire que soplaba suavemente.

 

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