La hija de Dios
Casa de citas/ 372
La hija de Dios
Héctor Cortés Mandujano
Una de las nuevas novelas de David Toscana, Evangelia (Alfaguara, 2016), es un divertimento sobre un libro que muchos se toman muy a pecho: la Biblia.
El arcángel Gabriel cumple con lograr que María acepte embarazarse del Espíritu Santo y convence a José para que acepte ser su marido, sin tocarla. Nace el primogénito, pero es mujer y la han llamado Emanuel. Gabriel intenta contralar la ira de Jehová y le dice que pensó que Él todo lo sabía. Él responde (pp. 14-15): “¿Crees que vivo al pendiente de lo que dices y comes? ¿Qué me la paso mirándote mientras duermes y me interesa tus sueños? ¿Crees que cada día acompaño a millones de mortales a la letrina?”
Jehová se da cuenta que eligió mal a sus escritores (p. 19): “Los griegos debieron ser mi pueblo elegido. […] Les habría dado el don de la profecía a Esquilo y a Sófocles. El Pentateuco sería una maravilla narrada por Homero”.
¿Cuál es la diferencia en la creación de hombres y mujeres? (p. 82): “Adán viene de tierra pisoteada y estercolada por animales, habitada por gusanos. Eva surge de una masa principalmente compuesta por fosfato de calcio y colágeno”.
Emanuel, la hija de Dios, hace milagros y el diablo también intenta tentarla (p. 83):
“—Si eres Hija de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
“—Oh diablo sin imaginación. Si yo quisiera, la convertiría en un becerro gordo cocido en leña.”
El cantar de los cantares pudo haber sido otro, si el poeta hubiera visto no a los pastores, sino a los pescadores (p. 176): “Si la vida del pescador fuera asaz apacible, entonces los versos de amor dirían que los cabellos de mi amada son como el cardumen de tilapias atrapado en una red, o que ella resplandece como lancha recién calafateada, o que sus caricias son la ola impetuosa que choca con la playa y regresa mansa al lugar de donde vino”.
María y José tienen otro hijo, ya no divino, al que nombran Jacobo. Él y Emanuel, su hermana, se disputan la gloria de pasar a la historia como hijos de Dios. Jesús, que vive a la diestra de Dios Padre, baja a la tierra, pero es muerto apenas tocarla, de distintas formas (una infección por tomar agua, un pasón de peyote, etcétera).
Crucifican a Emanuel y ella se muestra satisfecha de que sus discípulos no estén en ese trance (p. 318): “De lo contrario la habrían visto desnuda en la cruz. Ahora ella no tendría cara para presentarse delante esos hombres que sabrían reconocer la forma bonitamente ovalada de su ombligo, los huesos saltones de su pelvis, la picudez de los senos, y quizás habrían sido como tantos que pasaron por detrás de ella para mirarle las ancas”.
No sólo hay aquí la habilidad de contar de uno de nuestros mejores narradores, sino, también, y qué bueno, muchas páginas para reírse abierta, gozosamente.
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En La rebelión Delahuertista (Cuadernos mexicanos, SEP-Conasupo, Año I, Número 35), de John F. Dulles, se cuenta, justamente, la rebelión de Adolfo de la Huerta en contra de Obregón, que dejó como resultado (p. 46) “siete mil muertos” y “no menos de 70 millones de pesos” en pérdidas.
Derrotado (p. 47), “De la Huerta se estableció en California y dio clases de canto durante largo tiempo; entre sus muchos discípulos hubo varios artistas de renombre”.
Ramón Treviño, abogado, alegó que no podía ser fusilado por no ser militar. El secretario de Guerra, Serrano, solucionó el asunto: le concedió el grado de general del ejército y entonces sí ordenó (p. 47): “Fusile al general y licenciado Ramón Treviño”.
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Una de las tantas divertidas canciones de Kevin Johansen, “Oh, What a Waist (¡Pero qué cintura!)”, del álbum Mis Américas, Vol. ½, dice: “Hay cosas que sé, hay cosas que no sé, hay cosas que no sé que sé, hay cosas que no sé que no sé”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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