Juan Luis Sariego Rodríguez: una ausencia irremplazable
El 4 de marzo se cumplirán tres años de la ausencia de Juan Luis Sariego, antropólogo como pocos he conocido pero, sobre todo, un amigo afectuoso. Su lucha contra el cáncer fue tan intensa como el ejercicio de su profesión, aunque esta vez no logró vencerlo y nos lo arrebató una enfermedad implacable que no tuvo compasión de familiares y amigos que lo quisimos en su inmensa y entrañable humanidad.
Lo conocí cuando su acento ya era el de un norteño de Chihuahua. Lejos había quedado la Asturias en la que nació y la España franquista de la que renegaba por su compromiso político imposible de entender en un Estado que parece no creer en la posibilidad de la democracia. Demasiado anhelo de colonialismo aún hoy en día, por mucho disfraz y adjetivos que se quieran agregar a un sistema político herido desde su raíz.
De hecho su compromiso fue tal que antes de venir a México, y cercano a la vida religiosa que su hermano gemelo sigue ejerciendo, Juan Luis estuvo dos años en el África más profunda, en Chad; estancia que lo marcó y lo encaminó hacia el estudio de la antropología en las aulas de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Las minas asturianas fueron su escuela de referencia y se convirtieron en objeto de estudio antropológico, en una dilatada carrera profesional que lo llevó a múltiples investigaciones reflejadas en otras tantas publicaciones que siempre tuvieron presente a mineros e indígenas. Uno de esos libros recibió el Premio Fray Bernardino de Sahagún a la mejor tesis doctoral y cuya temática fue la presencia del Instituto Nacional Indigenista en la Sierra Tarahumara. En ese andar por los caminos de la formación académica es cuando conocí a Juan Luis. Ambos fuimos compañeros de estudio en la primera generación del posgrado en Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma Metropolitana, en su sede de Iztapalapa. Él en el norte del país, y yo en el estado fronterizo con Centroamérica, Chiapas, coincidíamos pocas veces en la capital del país pero los encuentros fueron siempre fructíferos y labramos una amistad sincera y, sobre todo, fraternal.
La amistad es una de esas circunstancias humanas tan poco descifrable como maravillosa en sus resultados cuando sucede. Y eso ocurrió con Juan Luis Sariego. No nos vimos mucho, pero disfrutamos esas veces. Tantas cosas queríamos decir que el tiempo pasaba sin percibirnos. La antropología, la política en México y España o nuestra vida personal fluían entre platos y vino.
Un maravilloso viaje por la Sierra Tarahumara, después de una semana de clases en Chihuahua, donde me invitó a impartir un seminario en la Maestría en Antropología Social, es un recuerdo imborrable. Junto a Lore(lei) Servín, su amor y compañera de este viaje terrenal, disfrutamos un magnífico fin de semana entre montañas y paseos por uno de los lugares más indescifrables del país. Momento en el que también Lore y Juan Luis me hablaron de sus planes de comprar un terreno en uno de los pueblos que están en el camino que va de la ciudad de Chihuahua y a la Sierra Tarahumara. Lugar con agua, para lo que es el desértico norte, aunque yo era poco crédulo debido a que mi visión del agua está sesgada por la abundancia chiapaneca.
La última vez que lo vi fue en Mérida, donde yo estaba viviendo entonces. El Coloquio “Antropología e historia en México: las fronteras construidas de un territorio compartido”, al que nos invitaron, fue buen pretexto para el reencuentro, sellado con una comida de mariscos y pescados, que tanto añoraba de su tierra natal, y un tequila al caer la tarde. Recuerdo sus proyectos de futuro y su risa, expresada con la sonoridad de quien está feliz y agradecido con la vida. Una vida entendida como pasión y compromiso con su trabajo, sus ideas y con las personas que lo rodeaban. Una pérdida que ha dejado un vacío tan profundo como intensa era su dedicación a la docencia y a la investigación en un país que ya era el suyo, y que conocía como pocos mexicanos.
La Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) de Chihuahua que se encargó de consolidar y donde se han formado muchos profesionales, también vio como en el año 2012 su académico Juan Luis Sariego era reconocido como investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Reconocimiento que no pudo disfrutar demasiado, aunque era imposible imaginarlo sosegado y sin pensar en los trabajos pendientes.
Durante el año 2017 se celebró el Congreso donde se reúnen los antropólogos españoles, ahí, en Valencia, pudimos varios colegas hablar sobre Juan Luis, uno más de los antropólogos hispanos que salieron de su país buscando un mejor horizonte. En las palabras de Andrés Fábregas Puig, Pedro Tomé y un servidor queda el recuerdo por un magnífico profesionista, aunque en su tierra natal sea desconocido como académico.
El tiempo de calidad que compartimos no impide evitar el profundo pesar de su ausencia física. Hoy me resta estar con él en algunas publicaciones y la lectura de su extensa obra. Es algo, pero sabe a poco. Quienes lo conocieron entenderán esa irremplazable pérdida, para los que no tuvieron esa suerte solo queda recomendarles leer a uno de los antropólogos más comprometidos y de mirada profunda sobre la realidad mexicana.
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