La naturaleza en mí
Es muy probable que hayamos escuchado o dicho la frase, verde es vida y particularmente hoy me resuenan mucho en la mente y en el corazón estas tres palabras. ¿Alguna ocasión se han preguntado qué sentido tiene la naturaleza en sus vidas? Más allá de que sin ella no podemos vivir, ¿qué les significa en su caminar? En esta ocasión les comparto un poco sobre algunas experiencias que han dado pauta a que la naturaleza habite en mí.
Desde pequeña he tenido la fortuna y bendición de estar en contacto con la naturaleza, recuerdo con mucho agrado en la infancia el gozo de estar con la familia rodeados de árboles, perros, gallinas, a veces patos y guajolotes, también vienen a mi mente imágenes de cómo solíamos enfrascarnos con mi hermano en busca de aventuras, algunas de éstas sin pensar en las consecuencias que traerían: caídas, enlodadas, raspones, sustos, regaños por parte de mis papás. Sin embargo, decidíamos correr los riesgos. Ahora que veo a mis sobrinos hacer esto, me alegra el corazón, se aventuran en busca de experiencias… ésas que mi hermano y yo también buscamos.
Quizá sin proponérselo mi mamá y papá fueron sembrando la semilla de ese hermoso nexo con la naturaleza, de la importancia de su cuidado, sin dejar a un lado que el trabajo en el campo es un lazo que une a mi familia. Con el paso del tiempo ese espíritu aventurero por conocer se incorporó a nuevos horizontes, tal cual ojos infantiles se abren con asombro, una se quiere comer el mundo disfrutando cada paraje natural con las riquezas que tiene.
He ahí que fui descubriendo el placer de recorrer distintos espacios, en cada oportunidad que se me presenta, travesías por ríos, cerros, praderas, volcanes, playas… uno de los deleites más gratos es viajar por vía terrestre – con todo y lo que conlleva ir sentada a veces por muchas horas-, nada se compara al hermoso regalo de contemplar un atardecer con sus diversas tonalidades, cómo las nubes en complicidad se intercalan unas con otras, como filtros para diseminar los rayos del sol y crear bellas postales, la imaginación vuela en la búsqueda de formas que tiene cada nube.
Cierro los ojos y ahí aparecen mis árboles favoritos, el del palo de nanchi que me hace evocar tantas experiencias gratas, divertidas y también una que otra triste; el del árbol de eucalipto que ya no está físicamente y que siempre fue imponente por su tamaño; el árbol de mango que dejó una huella imborrable y el del árbol de higo, ése que da cobijo a la bandita peluda que se adelantó en el caminar y que nos regala una hermosa sombra, además de su bella hojarasca, por cierto, luego les contaré en otra entrega –si no me olvido- lo divertido que es levantar la hojarasca.
Verde es vida, indudablemente, la naturaleza es uno de los estímulos para recordar que este planeta es bello, con todo y sus bemoles, hay muchos regalos a nuestro alcance, una postal en el amanecer, en el atardecer, las noches decoradas por estrellas, el viento que sopla nuestro rostro y alborota el cabello, los amaneceres gélidos cobijados por la neblina que se esparce cuando el sol anuncia su llegada, las olas del mar que van y vienen, entre muchos regalos más.
En esta ocasión les invito a conservar la capacidad de asombro, al igual que cuando fuimos pequeños, así como el espíritu de aventurarnos a descubrir los tesoros que nos depara cada regalo de la naturaleza. Demos una pausa al mundo de la tecnología y volvamos nuestra atención a la naturaleza, conocerla, cuidarla, convivir en ella, con ella.
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