Definición de perpetua
Los que saben cuestiones de la vida dicen que “Nada es para siempre”. Sin embargo (todo mundo lo sabe) hay una palabra que contradice tal sentencia. La palabra Perpetua nos dice que “Dura siempre”, por eso, en el panteón venden tumbas a perpetuidad. Pero, parece, hay más razón en la primera sentencia que en la segunda; es decir, parece que la palabra perpetua es un mero espejismo, un mero deseo vano. Parece que la única punta perpetua del rebozo es, precisamente, la perpetuidad del panteón y ya ni ésta es segura, porque ahora hay muchos delincuentes que se dedican a ubicar las perpetuidades que ya no son visitadas por familiares, exhuman los huesos del difunto y revenden el espacio, como si fueran condominios en la Ciudad de México.
¿Cuál es la cosa más perpetua de la vida? Sin duda que la vida mientras permanece viva, pero (también es cosa obvia) esta vida puede ser como la del recién nacido que apenas vive dos o tres horas, por alguna deficiencia física en su cuerpecito, o puede ser extensa como la de la vieja que logra vivir más de cien años. La perpetuidad es apenas un eslabón en la cadena infinita del universo; nuestra perpetuidad mortal nada tiene que ver con el sentido de eternidad. ¿Es perpetua la eternidad? Sí, si concedemos que ésta es infinita, pero quién sabe qué es, en realidad, tal concepto.
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, dice que él admira a varios personajes literarios. En uno de sus ensayos comenta que los personajes reales son más ricos que los literarios, siempre y cuando estén vivos, porque cuando fallecen comienzan a perder esencia, son como espejos que, poco a poco extravían el vaho y comienzan a mostrar otro rostro en su superficie. Llega el momento en que el recuerdo se vuelve opaco, casi una niebla que oscurece el recuerdo, el rostro verdadero. A la vuelta de algunos años, el difunto es apenas un recuerdo vago, un hilo de cáñamo ya podrido, a punto de romperse. En cambio, dice don Mario (no sin razón), los personajes literarios permanecen fresquitos, como si fuesen atunes recién pescados en el mar de Japón. Basta abrir el libro para que se muestren idénticos, con su vida perpetua, con sus hojas perennes. Los personajes literarios son árboles que no tiran sus hojas, son árboles que viven su propia vida, sin hacer caso a la primavera, verano, otoño o invierno, son árboles de vida perpetua. Los lectores mueren. Los personajes literarios viven a perpetuidad. Basta abrir un libro para hallar a Emma Bovary completa, íntegra, inamovible, con todas sus fortalezas y debilidades. Ahí está sin alguna mella, sin grieta nueva. Por ella no pasa el tiempo, o pasa pero por la orilla, sin modificar su esencia. Los personajes literarios (aun los que fallecen en el decurso de la trama) nunca mueren, son infinitos en su aliento de vida.
La palabra Perpetua es una palabra mentirosa, casi una utopía. En la realidad real la perpetuidad es un mero artificio de la memoria para engañar al corazón. A mí no me gusta emplearla en mi conversación diaria. La reservo para los instantes en que pienso en el universo, en que debo responder a la pregunta: ¿En dónde está Dios? La palabra Perpetua es una palabra que se transforma en el agua, se vuelve pez y trata de nadar muy lejos de donde están los pescadores que, con el pretexto del cebo, la transforman en pescado; es decir en una materia que se torna cadáver. ¡Ah!, qué palabra tan mentirosa, apenas un instante antes era un pez que movía la cola de manera grácil y luego ya era un pescado con la panza para arriba, con los ojos bien abiertos, abiertos, pero muertos, muertos a perpetuidad.
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