Seducción o acoso, un peligroso debate

 

Tarana Burke. Foto tomada de internet

Las Cruces, New Mexico. No hay posibilidad alguna de confundir la seducción y la libertad sexual, por un lado, y el acoso y el hostigamiento sexual, por otro. Menos aún es posible confundir la libertad sexual con la violación. Mezclar el primer gran tema, la libertad sexual o la seducción, con los graves problemas del acoso,  hostigamiento y violación sexual, es empezar mal un debate; si lo continuamos por diversas vías, lo que hacemos es reforzar las posturas antagónicas.

Inútil y hasta peligroso.

Ante todo, hay que reconocer toda la originalidad, tanto como legitimidad, al movimiento #Metoo iniciado por Tarana Burke, activista norteamericana de derechos civiles, quien, en el año de 2007 creó ese hashtag.  En un espacio tan pequeño como éste, el del periodismo, no entraré al debate de las mujeres de color o negras que pusieron de relevancia el año pasado la falta de atención en su momento de feministas blancas a esta campaña. Sin embargo, dejo la constancia porque no es posible seguir como si nada pasase en el mundo: importa el género, la clase social y la raza.

Tarana Burke no buscaba ningún protagonismo al iniciar aquella campaña, sino que ideó la manera de cómo apoyar a las mujeres que tenían experiencias de violencia sexual. Específicamente, en 1997 conoció a una adolescente de 13 con tal experiencia y dijo sentirse impotente frente a ella, ni siquiera para poder decir “me too” cuando la escuchaba. [1]

La campaña del #Metoo fue retomada en 2017 por la actriz hollywoodense Alyssa Milano y generó toda una serie de denuncias inéditas por parte de actrices famosas.

En México, en abril de 2016 también hubo una campaña viral con el hashtag #MiPrimerAcoso, creado por Catalina Ruiz-Navarro, inspirada a su vez por la experiencia brasileira. Esta campaña, como se podrá recordar, reveló que muchas mujeres (las que se atrevieron a incursionar en el debate, habida cuenta del manejo de redes sociales que supone) sufrieron acoso desde niñas y/o adolescentes, en la más completa impunidad.

Me too.

En todos estos casos es inconfundible que estamos ante uno de los más graves problemas de la humanidad.

Por lo tanto, hablar en tal contexto de “seducción” o “libertad sexual” es no sólo inútil, sino perverso y hasta peligroso.

Celebremos, sin embargo, en medio del debate-caos mediático el gran cambio que tiene lugar en el mundo, a manos de las mujeres: nos atrevemos a hablar como nunca antes.

Precisamente, en uno de los espacios intocables, el de las estrellas de Hollywood, tuvo lugar el año pasado esa inédita campaña contra el acoso, el hostigamiento y las prácticas de violación sexual de hombres poderosos. Se habló concretamente del productor Harvey Weinstein. Y unos días más tarde, algunos hombres empezaron a hablar también contra el célebre actor Kevin Spacey por sus prácticas de hostigamiento sexual.

Dicho sea de paso que las mujeres y muchas personas podemos reconocer al gran actor de la película The usual suspects, pero también identificar a un depredador sexual. Y un depredador es un depredador.

Entre las famosas actrices que hablaron contra Harvey Weinstein, Salma Hayek ofreció un testimonio que resulta estremecedor: luchar sistemáticamente contra este hombre que por todos los medios intentó someterla sexualmente es de heroínas. [2] Un no es un no, ¿verdad? Pero parece que hablamos distintos idiomas.

“Mi monstruo”, así se refiere Salma Hayek a Weinstein.

Weinstein no es un hombre torpe con prácticas seductores torpes. Es un depredador sexual.

Por lo tanto, es imposible hablar de libertad sexual y seducción en este contexto.

Imposible.

Haciendo memoria, precisamente en Hollywood, la coprotagonista de la serie House of Cards, la talentosa Robin Wright, luchó públicamente en 2016 por un salario igual frente al de Kevin Spacey, a quien se le pagaba más.

Abrió la Caja de Pandora.

Nunca imaginamos que en Hollywood también pasaban esas cosas que en América Latina, en los estudios de género y las investigaciones feministas, hemos develado largamente: a las actrices no sólo se les paga menos, sino que tienen que someterse a prácticas de acoso, hostigamiento y violencia sexual de hombres poderosos.

Lo mejor de todo esto es que nos muestra que el mundo está cambiando a manos de las mujeres porque, al menos, nos atrevemos a hablar.

Trivializar este impulso renovador y necesario, como lo hacen las francesas que firmaron hace unos días el manifiesto contra el “puritanismo sexual”, es plantear una discusión desde una esquina equivoca (más allá de privilegiada por la clase social y la raza).

El gran problema que cruza todas esas historias narradas en los meses pasados y muchas otras que no se refieren públicamente no deben mezclarse con los grandes temas de la libertad sexual, por la que las feministas lucharon desde los años sesenta (y mucho antes, las ancestras), y la seducción.

Son grandes temas que merecen respeto y una discusión muy otra.

Como ha sido evidente en días pasados, mezclarlos no ayuda sino al contrario: fortalece las posiciones extremas; mientras que las posiciones “intermedias” (sí estoy en contra de la violencia, pero hay que tener en cuenta que a muchas mujeres les gusta tal o cual caricia impertinente…) puede pasar por posicionarse al lado de la barbarie depredadora.

No vale la pena, desde el feminismo, mezclar el debate a la francesa.

Hay que poner límites.

En este mundo patriarcal a las mujeres nos corresponde poner los límites.

Y empezar por la palabra es un paso fundamental.

[1] https://www.nytimes.com/2017/10/20/us/me-too-movement-tarana-burke.html

[2] https://www.nytimes.com/es/2017/12/13/salma-hayek-harvey-weinstein/

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