Lo que Chiapas debe aprender de Chihuahua
Chiapas tiene algunas característica comunes con Chihuahua, aunque también diferencias. Para empezar por el lado linguístico, tenemos que comparten la cuarta letra del abecedario al inicio de sus respectivos nombres. Son entidades que, a su modo, han vivido algún tipo de insurgencia civil. En Chihuahua, adquirió tintes dramáticos la defensa del voto en las elecciones de 1986, cuando Luis H. Alvarez contendió por la gubernatura, la cual le fue negada mediante un escandaloso fraude electoral operado desde el centro de la república, junto con los grupos de poder locales de la época. En Chiapas, la insurgencia básicamente étnica convirtió a los indios en héroes anónimos del nuevo impulso democrático que a partir de 1994 experimentó el país.
Ambos estados forman los extremos geográficos, pero también la confluencia de sus vocaciones libertarias y anticentralistas. Chihuahua, tanto como Chiapas y otros estados de república, viven hoy lo que nos retrotrae al siglo XIX. Sin embargo, por Chiapas han corrido ríos de dinero después del alzamiento zapatista, pero sobretodo con la llegada de la alternancia. Y los indígenas vivían no como el siglo XIX, sino como en el periodo de la colonia. Como se recordará, en la mayoría de los municipios de Chiapas casi el 90% de las familias carecían de energía eléctrica, cuando se trataba del principal estado proveedor de ese servicio a la república.
Mientras Chihuahua, particularmente Ciudad Juárez, vive experiencias cíclicas de violencia e inseguridad; Chiapas parece vivir en una aparente calma. Las dos fronteras muestran el rostros descarnado de nuestras tragedias muy ordinarias. En los límites con Guatemala ingresa de todo, pero en el norte se detiene selectivamente. Se controla la mano de obra, pero las drogas fluyen al mercado de consumidores más grande del mundo.
Chihuahua cuenta con una de las experiencias más innovadoras en participación ciudadana con el instituto de planeación de Ciudad Juárez. Chiapas también tiene una sociedad civil vigorosa, pero temerosa de contaminarse con el gobierno. Mientras en Chihuahua se exige a las autoridades locales que cumplan lo que estipulan las leyes y los planes y programas que ellas mismas diseñan, en Chiapas cada alcalde es el prototipo de cacique sin el menor contrapeso ciudadano.
Chihuahua tiene 67 municipios y Chiapas casi llega a los 120. No es fragmentado la representación como nos irá mejor, sino haciéndonos cargo de la gestión de los asuntos públicos que por derecho propio tenemos todos los ciudadanos.
Chiapas debe mirar en Chihuahua la lucha que sigue contra los excesos del gobierno de la república, no para reproducir cacicazgos locales sino para fortalecer a la ciudadanía. Los recursos públicos no son patrimonio de quienes nos gobiernan, ni la representación política es patente de corzo para que políticos de diferente ideología nos impongan sus caprichos.
Por todo eso, resulta un despropósito descomunal la andanada que ha echado a andar el gobierno federal en contra del estado de Chihuahua. Cuando se combate la corrupción, como en Chihuahua, el gobierno del presidente Peña Nieto responde como una pandilla de forajidos porque no les interesa la legalidad, sino poner de rodillas a un gobernador que abiertamente los desafía. Javier Corral, no apela ninguna otra legalidad sino a la que tiene en sus manos, en apego a las investigaciones judiciales que apuntan al saqueo que sufrió la entidad durante el gobierno de César Duarte. Por cierto, modus operandi que se ha repetido en otras entidades por igual. Veracruz, Tabasco, Quintana Roo, Oaxaca, Sonora, Coahuila; entre otros estados de la república, han sido prolíficos en la vileza de sus gobernantes más recientes. Los gobernadores, tanto como el gobierno de la república, han convertido el ejercicio de la administración pública en la práctica del saqueo. Perdieron todo el pudor porque la impunidad ofrece condiciones inmejorables para su orgía.
La lección de Chihuahua es que no se necesitan más leyes, sino hacer efectivas las que están disponibles. Se trata de gobernar con la ciudadanía, no en contra de ella y, por sobre todo, ofrecer las condiciones para una convivencia pacífica fincada en la legalidad, la rendición de cuentas y la justicia. Pero eso no sucederá como una concesión graciosa de políticos sin escrúpulos, sino cuando reconozcamos como sociedad que tenemos el deber y el poder suficiente para hacer prevalecer aquellos principios. Los pueblos de Chiapas y Chihuahua llevan años intentándolo y con muchos sacrificios. El agua nos ha llegado al cuello y tendrémos que ocuparnos de poner el barco a flote y navegar en armonía todos juntos. Mientras eso sucede, habrá más dolor y muerte.
Xalapa, Ver, 10 de enero de 2018
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