La opacidad en la elección de los candidatos políticos
Candidatos de los partidos políticos van y candidatos vienen, aunque lo cierto es que para la elección presidencial el panorama cada vez parece más definido; una decisión que al menos ya tiene cara en algunos de los contendientes más populares o que llevan años deseando ocupar la máxima magistratura del país, como es el caso de Andrés Manuel López Obrador. El otro de los políticos que también ya está definido es el que ha ocupado distintas secretarías en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y cuyo apellido volverá a causar problemas a la hora de pronunciarlo, me refiero a José Antonio Meade Kuribreña que representa al partido histórico de México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Otras candidaturas están pendientes pero es probable que los aspirantes arriba mencionados sean los que realmente se disputen la Presidencia de la República. Uno como continuidad del actual gobierno, siempre cuestionada, eso sí, cuando el nuevo mandatario toma realmente el poder y, el otro, seguramente ante su última oportunidad para obtener los resultados necesarios y así desplegar las acciones prometidas para cambiar prácticas políticas y efectuar las transformaciones socioeconómicas tan anheladas por muchos mexicanos, aunque algunos de los conceptos utilizados por López Obrador tengan resonancias bastante decimonónicas, como la idea de “regeneración”. En fin, dos gallos de pelea en espera de las definiciones de la coalición establecida entre el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), o la sorpresa que pueda causar alguna de las candidaturas independientes, poco posicionadas para enfrentar luchas electorales donde el dinero resulta fundamental a la hora de ganar votos, como es conocido históricamente en México desde hace décadas. Y sino solo hace falta recordar una de las frases emblemáticas del primero profesor, después político y resultado de esto último, también empresario, Carlos Hank González: “Un político pobre, es un pobre político”.
Con los candidatos prácticamente decididos lo que se ha puesto en evidencia, una vez más en el país, es la opacidad que rodea todas las designaciones de candidatos. El caso de Meade se inscribe en la típica designación presidencial, el dedazo, mientras que para el caso de candidatos a gobernador u otros de elección popular, como son los diputados y senadores, seguimos con un oscurantismo digno de siglos pasados y donde era inimaginable la elección como hoy se entiende. Esta realidad viene a reforzar, aunque se diga con pesar, el poco o ningún respeto que las cúpulas de los partidos políticos tienen hacia su militancia; así como el enorme peso que cae sobre la dirigencia en turno, y con mayor razón si se trata del partido que ostenta el poder en el país o en cualquiera de sus estados.
Todos los partidos desean la victoria para su instituto político, es lógico, pero esa supuesta ansia de servicio al país no ha sido la característica propia de los profesionales de la política. Si esa realidad, hecha vox populi, pocos parecen discutirla, también es clara la que muestra la nula democracia interna de los partidos políticos, y el ejemplo de la elección de candidatos a los distintos puestos de elección popular es suficiente y, por desgracia, rotunda. Cuando la casa se construye por el tejado solo queda ponerse a temblar porque nunca podrá ser habitada; parece que en caso de los partidos políticos la cuestión es similar, cuando la democracia pregonada no se desea para tu institución será muy difícil, por no decir imposible, que se cumpla en cualquier ámbito de la sociedad. Una lección de realidad, de esa realidad que no quiere desaparecer a pesar de tanto discurso y tiempo desperdiciado hablando sobre la democracia.
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