La dinastía

Se terminó la temporada de futbol americano y el sino que marcó este año el súper bowl fue la sospecha ya común y general que ha consumido gran parte de los comentaristas y analistas de este deporte. De nueva cuenta, los Patriotas de Nueva Inglaterra contendrán la gran final de la NFL, por lo que estamos ante la mayor de las dinastías que se haya visto.

Una dinastía es la herencia de un poder social y político través del tiempo. En términos sociológicos, sería la adquisición por diversos logros de un discurso, de una idea social, que continuará a lo largo de los años. El futbol americano es uno de los deportes de masas más democráticos que existen, porque hay topes salariales y los drafts (las selecciones colegiales, o sea, la nuevas adquisiciones de todos los equipos) se hacen de la forma más justa posible, de acuerdo al lugar que quede en la temporada cualquier equipo. No obstante, siempre han existido las “dinastías”, las que han florecido y engrandecido, con campeonatos, nivel de estrategia, y jugadores, este deporte. En general, esto puede aparecer de esta manera: en los sesenta, fueron los Empacadores de Green Bay, con el mítico entrenador Vince Lombardi; en los setenta, la aplanadora los Acereros de Pittsburg; en los ochenta los 49´s de San Francisco y Joe Montana; los noventa Los Vaqueros de Dallas de Emmitt Smith, y los dos miles, los Patriotas de Nueva Inglaterra de Bill Bellichick y Tom Brady, entrenador y quarterback, respectivamente.

En el caso de los Pats, la recurrencia a los súper bowls es casi increíble, con nueve apariciones (han ganado cinco), pero no solo por su presencia sino que han llevado este juego a ciertos niveles de perfección y de sistemáticas lecciones de planeación y coordinación. Yo digo que mientras estén en el gran juego, no habrá quien les gane. Nadie. Ojalá me equivoque, porque en aras de hacer más atractivos los juegos, no hay nada más sano para la más primitiva de las democracias que haya diversidad y no centrarse en las hegemonías que, pasado el tiempo, pueden llegar a aburrir. Pero la espectacularidad y la dinámica con que los Pats han jugado a lo largo de los años, es algo que disfrutaremos en mucho tiempo quienes los hemos visto. Por eso se agradece esta dinastía, esta forma de ser en el campo de juego.

Si Payton Manning era la representación del ciudadano gringo ejemplar, deportista, triunfador, padre de familia, creyente y conservador, Los Pats son el modelo sociológico de los Estados Unidos encarnado en el deporte: perfecta gerencia, planeación y gestión colectiva, manejo de los medios y sobriedad en los triunfos y fracasos. Una forma de vida. En un país donde el peor de los insultos es ser “loser”, los Pats ejemplifican la forma de llevar a cabo el trabajo colectivo a los triunfos constantes, haciendo valer la máxima del ideólogo del futbol americano, Vince Lombardi: lo importante no es ganar, es lo único.

Antes de Bellichick y Brady, Nueva Inglaterra era un equipo con escaso público en México. Solo se recordaban dos de sus grandes y antiguos héroes, como Steve Grogan y André Tippet “El Karateca”, hasta que comenzaron a ganar. Entonces se volvieron temas de los infaltables “villamelones”, esos que dicen que saben de todo y antes que todos han tenido la razón solo porque el tema o el equipo está de moda. Quizá por ello, el equipo no cae tan bien en ciertos aficionados, además de que en México no hay cosa más detestable que alguien que gana todo el tiempo, y eso no se perdona, más temprano que tarde.

Todo visionario debe estar realmente desquiciado para poder hacer lo que hace. Desde los grandes conquistadores,  como Gengis Kan o Alejandro, hasta los más genios estrategas militares como Aníbal o Napoleón, deben tener claro que hay grados de locura para ocurrírseles cosas que ningún otro puede pensar. Con mi amigo Rac decíamos que Bellichick y Brady, cuando hacen barbecue con sus familia los fines de semana, seguro se separarán de todo el mundo, una hora, dos, y hablarán del próximo juego, de la temporada por venir, mientras se untan sangre de oso grizzly en un ritual iroqués, revolcándose el lodazal secreto de sus mansiones, pensando quizá que los trofeos que adornan sus casas son las cabelleras de los enemigos caídos. Pero no, como no pueden hacer eso, mejor se dedican a ganar.

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