De San Nicolás a los Reyes Magos o el regreso a la cotidianidad

El tópico, convertido en verdad para muchos mexicanos, del puente Guadalupe-Reyes ha llegado a su fin. Ese tiempo de familiaridad gustosa o sufrida y de reafirmación de relaciones sociales a través de convivios fenece con la entrada del nuevo año. Sin embargo, esa especie de potlatch nacional, como recordatorio de las ceremonias que en la costa del Pacífico estadounidense y canadiense realizaban los indígenas en forma de festín para reforzar el prestigio y las relaciones jerárquicas, y donde se producían importantes regalos por parte del anfitrión, finaliza en México con deudas familiares o, a lo sumo, con dificultades para finalizar el mes de enero puesto que en Navidades se pone todo en juego, además que lo más importante es celebrar, dilapidar incluso. Gusto compartido en otros países y que diferencia tradiciones de origen católico frente a las puritanas que fundaron sociedades como la estadounidense. En definitiva, que tras la partida de rosca de Reyes solo queda esperar los tamales  para la Candelaria y, de ahí, la Semana Santa. Siete días también convertidos en un referente de la sacralidad de origen religioso, aunque parezca un contrasentido.

Los Reyes Magos son, como todo el mundo sabe, una tradición surgida en ese Oriente bautizado desde Europa y que llega a este último continente mediante el paulatino crecimiento del cristianismo y reflejado en los textos bíblicos del Nuevo Testamento. El relato que los lleva recorriendo caminos hasta el lugar del nacimiento de Jesús nada tiene que ver con esa costumbre, estructurada en el siglo XIX, de establecer la noche previa al día de la Adoración de los Reyes como la que anuncia su arribo para dejar regalos a los infantes en sus hogares. Una noche esperada por los niños con ansía y nerviosismo para descubrir, al día siguiente, los obsequios dejados por sus Majestades de Oriente en calzados, calcetines o los lugares que en cada país se elijan. La diversidad regional mexicana hace que no todo el país haya hecho suya esa tradición. Seguramente es el centro imaginario del país, siempre pensado desde el poder más que desde la geografía, el que ha seguido con mayor ahínco esta tradición tan arraigada en suelo hispano, y de la que todos los que fuimos niños en ese territorio disfrutamos y guardamos un recuerdo imborrable, en algunas ocasiones con las frustraciones propias de quien no recibe el regalo solicitado en la carta previa entregada a los propios Reyes Magos o a sus pajes.

Ilustración: Luis Villatoro

En Chiapas la decantación por un día dedicado a los regalos, de los niños o mayores, se ha hecho hacia la tradición de San Nicolás, Papá Noel o Santa Claus, el mismo personaje con distinto nombre y de origen europeo. Es por ello que para la celebración de los Reyes Magos en nuestras tierras solo se espera partir una rosca de pan dulce y, como se dijo arriba, que los tamales lleguen durante el día de Candelaria, el 2 de febrero, gracias a la obligación que tienen de donarlos aquellos que sacaron el muñeco de la rosca.

En fin, finalizado este tiempo de recuerdos, encuentros y mucho derroche, toca regresar a cierta regularidad marcada por las obligaciones laborales, los ciclos escolares y el batallar por la sobrevivencia diaria de muchos chiapanecos. La ruptura de ese tiempo normalizado se producirá con otras celebraciones festivas en espera del gran festejo anual, el navideño.

Hasta entonces tendremos un año seguramente complicado y marcado por los comicios electorales federales y estatales. Habrá que esperar que los Reyes Magos o Santa Claus hayan tenido un buen ojo y nos dejen pendiente algún buen regalo para los chiapanecos; con certeza todos los ciudadanos que vivimos en este estado lo agradeceremos. Con esa esperanza se inicia este año y, en lo personal, retomo las colaboraciones en este 2018 que apenas nos recibe en sus primeros días.

 

 

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