Lo sagrado del rebaño: el nacimiento de un símbolo/4
La sociedad de Jalisco es de frontera. Sus orígenes históricos están cimentados en el “correr de la frontera” ganando territorio a los pueblos nómadas, hacia el norte de la Ciudad de México.
Los rancheros, la base social y cultural de Jalisco, nacieron en esa tesitura. Hombres de a caballo, ciertamente aguerridos, formaron los tejidos básicos de un pueblo en formación cuyos símbolos se erigieron como integradores imaginados de una nacionalidad.
El sello profundo de esta simbolización que porta el Club Guadalajara lo ha significado el que sólo contrate a jugadores mexicanos. Eso lo convirtió en el “Rebaño Sagrado”. En términos de esos contextos simbólicos, una vez nacido el Rebaño Sagrado, el conjunto de mexicanos que batalla por el prestigio del país, el equipo de futbol pasó a protagonizar un complejo de contradicciones que se expresa en ciertos partidos.
La consolidación deportiva del Guadalajara ocurrió la noche del 3 de enero de 1957, ocasión en la que con un gol del legendario Chava Reyes, el Rebaño Sagrado derrotó al Irapuato, el símbolo de los agricultores freseros de El Bajío, para erigirse como campeones del futbol mexicano. Esa noche también triunfó el nacionalismo mexicano. Fue la demostración de que, por sobre la presencia extranjera, un equipo de jugadores nacionales, era capaz de alzarse con la victoria. El Rebaño Sagrado se había consolidado.
De 1957 a 1965, el Guadalajara, ante el delirio de sus seguidores a lo ancho y a lo largo de todo el país, ganó sucesivamente los campeonatos de liga. En términos de las contradicciones mencionadas líneas arriba, el Rebaño Sagrado, portador del simbolismo nacionalista no dejó de ser un símbolo de “lo tapatío” además de “lo popular” en Jalisco. En ese sentido, el clásico tapatío como se nombra al encuentro entre el Atlas y el Guadalajara, simboliza contradicciones de diferente carácter. Por un lado, la más obvia, la de clase.
El Atlas sigue siendo un símbolo de “lo burgués” mientras que el Guadalajara es de “lo popular”. Dentro de esta contradicción simbólica existen, valga la redundancia, contradicciones empíricas.
Así, una buena parte de los seguidores del Atlas, de las porras que lo animan, pertenecen no sólo a sectores populares de Jalisco sino a sectores sociales que bien caen dentro del concepto de lumpen. Es casi una falsedad obvia que los palcos se abren a totalidad en el Estadio Jalisco cuando juega el Atlas. Más bien lo contrario es cierto: los palcos están acaparados por simpatizantes Chivas que no son, precisamente, sectores populares. Ello se explica no por la simbología de clase, sino por la de identidad. Los simpatizantes de las chivas se identifican con “lo tradicional tapatío”, esos símbolos que son el tequila, el mariachi, la birria, las tortas ahogadas y la charrería.
En contraste, la mayoría de seguidores del Atlas son jóvenes portadores de una identidad alternativa, que incluso, importa símbolos de fuera y los asimila a esta “otra identidad tapatía”.
Para que las paradojas se compliquen, el Che Guevara resulta símbolo de la aristocracia jalisciense, gracias a los jóvenes de clases populares incómodos con “lo tapatío”. El Che es argentino y como tal, es incorporado a la nueva identidad tapatía portada por los atlistas. Por eso, ya no son “porras” sino “barras”. Por eso también, no se celebra en la fuente de la Minerva un triunfo atlista, sino en la Glorieta de los Niños Héroes.
La Minerva es un símbolo de la “vieja Guadalajara”, de los “tradicionales”, de aquellos que “no cambian”. Pero la popularidad avasallante del Club Guadalajara, de las Chivas Rayadas, del Rebaño Sagrado, es prueba de la existencia de una “tradición tapatía” que aún está vigente. La rivalidad entre ambos equipos es una rivalidad simbólica de la lucha entre las diferentes identidades existentes en una ciudad tan compleja como Guadalajara, que pugnan por la hegemonía. Demuestra, además, que el sentimiento de identidad atraviesa las condiciones empíricas de clase y que es el que finalmente, provoca la integración. Los atlistas se congregan no por “ricos” sino por ser, precisamente, “atlistas”. Y lo mismo sucede con los seguidores tapatíos del Guadalajara: se integran por ser “chivas” más allá de su condición concreta de clase social.
Pero, ¿por qué el Guadalajara tiene arraigo nacional, más allá de los linderos de Jalisco y de México? ¿Por qué tantos seguidores intra o extra fronteras nacionales? La respuesta a estas preguntas está asociada al nacionalismo mexicano, de nuevo, a la identidad. Las Chivas son un símbolo de la identidad mexicana, cualquiera sea esta, en medio de la variedad cultural del país. El juego en contra del equipo América expresa las contradicciones entre “lo local” y “el centro”, por un lado, y por el otro, la tendencia a importar rasgos culturales foráneos contra la que persiste en hacer de la mexicanidad un proceso exclusivamente interno. Quien percibió a cabalidad estas contradicciones y el potencial económico que portaban en un contexto de negocios, fue Emilio “El Tigre” Azcárraga, demiurgo del imperio Televisa.
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