Lo sagrado del rebaño: el nacimiento de un símbolo/3
Después de la lucha armada desatada en 1910, los torneos de futbol se reiniciaron en la ciudad de Guadalajara en el año de 1915. El balompié se había preservado en Jalisco bajo la mejor protección posible: la Iglesia Católica. Para esos años posteriores a los conflictos armados, los enfrentamientos entre el Atlas “de los ricos” y el Guadalajara “popular y nacionalista” fueron creciendo en intensidad.
Entre 1917 y 1921, el Atlas acaparó los campeonatos locales. Hacia la segunda mitad de los años veinte, el futbol en la Ciudad de Guadalajara se diversificó al formarse más conjuntos. De entre los nuevos equipos, destacó muy pronto el Club Oro, así llamado porque sus fundadores y patrocinadores fueron los joyeros del rumbo de Oblatos. Fue el primer equipo tapatío en construir su propio estadio, el Parque Oro, conocido popularmente como Parque Oblatos.
En una de las finales más recordadas aún por la actual afición tapatía, el Oro ganó el Campeonato de la Liga Mexicana en 1961, jugando, precisamente, contra el Guadalajara. Después, desapareció para siempre del escenario futbolístico mexicano, dejando a sus seguidores con la angustia en hombros.
Entre el ir y venir de equipos y jugadores se fue acrecentando la rivalidad entre el Atlas y el Guadalajara, constituyéndose el partido entre ambos en el más antiguo “clásico” del fútbol mexicano, bastante antes del que protagonizan actualmente el América y el Guadalajara. Este último recibió el apelativo de “chivas” después de un partido memorable por lo mal jugado.
Transcurría el campeonato de la Liga Mexicana 1948-1949, jugándose la jornada número dos en la Ciudad capital de Jalisco, un jueves 30 de septiembre de 1948, entre los equipos Guadalajara y Tampico. El partido se escenificaba en el memorable Parque Oblatos al que concurrió Reynaldo Martín del Campo, cronista y jefe de la página deportiva del periódico El Informador, el más importante de Jalisco. El partido había sido tan malo, que a Martín del Campo se le ocurrió que una cabeza periodística justa era la que finalmente publicó: “Jugaron a las carreras y ganaron las chivas: uno a cero”.
Lo paradójico del caso es que el apelativo “chivas” se le vino a la mente al cronista deportivo por haberlo oído en boca de los espectadores atlistas que así se burlaban no sólo del partido, sino de sus irreconciliables rivales del club Guadalajara. Eran estos los que, a los ojos atlistas, “corrían como chivas” en lugar de jugar al futbol. Con tal apelativo a las espaldas, el antiguo club Unión convertido en el Club Guadalajara, se fue arraigando en la mente y el sentimiento de miles y miles de tapatíos y de aficionados por todo el país. El éxito del apelativo está asociado a su categoría de símbolo que vino a unirse al complejo simbólico representativo de la nacionalidad mexicana.
En una sorprendente ligazón, el simbolismo popular de un equipo de fútbol jalisciense, se entrelazó con el de la aristocracia ranchera, la charrería, denominada el “deporte nacional”, y con el de una bebida de Jalisco, también convertida en parte de la simbología nacionalista: el tequila. Así, el charro, figura señera de los grandes hacendados, de los “hombres a caballo” que beben tequila, se identificó con las chivas del futbol para completar hacia mediados del siglo XX, un complejo simbólico que arraigó en la nación
mexicana. Incluso, hasta Petróleos Mexicanos (PEMEX) fue unida a esta simbología con aquella identificación publicitaria del “Charrito PEMEX”. Completó este cuadro la música de mariachi. La sociedad ranchera se alzó como el icono de “lo mexicano”.
Sin comentarios aún.