Desde la tierra caliente a Los Altos
Duodécima parte
Antes sin embargo, deciden bajar sus botellas de agua purificada ¡por si las moscas! y entonces sí, a degustar tamaños platillos formidables, en especial esos frijoles negros y espesos, sorbo a sorbo. Terminan alrededor del mostrador de la tienda. En el tol aún queda un tercio de las tortillas servidas, pero entonces Juanjo pregunta casi ingenuamente a su anfitriona: Oiga, doñita y… ¿por qué sólo setenta pesos por todo? Por… ella titubea pues ya no está junto, el marido joven. “Diez pesos el chile vale, y veinte pesos por la comida”, responde.
Ha de sonar increíble esto, a oídos de los lectores, aunque ello es cierto de toda certeza. Montan los viajantes de nuevo a la camioneta y reemprenden el viaje. Su meta es dormir no en Simojovel que suponen cerca, sino descansar en Pueblo Nuevo.
Simojovel desde la montaña
Desde acá, horizonte y paisaje despejado, se observa cómo un río serpentea a lo largo de encañadas y montes, hacia abajo. Desaparece a ratos, pero continúa, ven los paseantes un meandro, bancos de arena y una especie de zigzag sobre la angostura. Probablemente los pueblos concentrados que se ven minúsculos, sean Simojovel, El Bosque y Plátanos, o quizá Bochil, Jitotol o San Andrés Duraznal, pero pronto atraviesan dos pueblos tzotziles —el segundo de éstos previamente conocido por Augusto—, ambos terriblemente sucios y desordenados, aunque eso sí, provistos de cafetales excelentes, incluso en sus patios, a la orilla del pueblo.
Puercos, gallinas y perros conviven con los niños sobre la calle. Son las localidades La Ceibita y algo más abajo La Ceiba, paraje éste último al que asiste don Augus en representación, nada menos que del propio gobernador de Chiapas en 1987. Va a inaugurarse el funcionamiento del sistema eléctrico comunitario y la iluminación de sus dos calles principales. Inicia la última temporada de FORTAM, su jefe es el inefable Chico Ruiz de Villacorzo, mientras el titular de esa institución pionera del municipalismo y de la buena administración en Chiapas, es Romeo Pedrero Yáñez.
Le acompañan, recuerda, el presidente municipal de Simojovel, el delegado del partido del gobierno en esa región, el agente municipal de la localidad, el presidente del Comisariado Ejidal y su buen amigo José Luis Farrera, quien los acuerpa en su calidad de fotógrafo.
Justo a la salida de La Ceiba atraviesan por primera vez el río que traen junto al camino, y se expresa “primera vez” pues a lo largo del camino, habrán de cruzarlo en dos o tres ocasiones.
Este es un puente de tubos sencillos, gruesos, bastante oxidados por viejos e intemperie. El río es bronco, lajas y piedras enormes entorpecen su camino, pero hay pozas formales en donde adolescentes y niños bañan a su aire, desparpajados. Las señoras de espaldas y chichis desnudos lavan la ropa sin ningún prejuicio. Entretenidas conversan entre ellas, golpean contra la roca las piezas más sucias. Y río Blanco se llama, pues justo así se lee sobre el letrero al inicio del siguiente paraje, localidad que lleva el nombre del afluente.
Casitas de bajaré y madera privan en esta comunidad. El camino continúa pésimo, lodoso y encharcado, pero ya observan a la vera del camino, elementos de la vegetación representativa de tierra caliente: cercas de coipú o piñón, por ejemplo, corrales hechos con madrecacao o flor de cuchunuc. El río se pierde a veces entre la montaña y los ranchos, pero bien saben que camina igual que ellos a su izquierda. Ceibas, cedros y chipilincillos menudean, y uno que otro Guanacaste.
Los leños, la madera combustible de los hogares, toman aquí una forma diferente a la adoptada en las localidades de arriba: son más cortos aunque algo más gruesos y alineados. Montones de grava aparecen sobre el camino, luego unas máquinas trabajando… ¡Ajúa! Expresa Juanjo, pues la carretera desde aquí, desde El Carmen Grande luce recién petrolizada.
¡Ya era tiempo! farfulla Clarangélica, aunque… dado que en el mapa, clarito se ve, de acuerdo con la simbología, que toda la carretera debería estar pavimentada. ¡Mentirosos! ¡Ladrones!, expresa, aunque igual, el asfalto, el simple petrolizado y la grava desnuda se intercalan a lo largo de la carretera, hasta llegar a San Isidro y El Carmito Buenavista.
Sitio a partir del cual, de nuevo el camino se transforma en una simple brecha. Camino que al igual que todos, son auténticas vías deplorables, descuidadas por el gobierno del Estado, y la gente lo dice, a su manera, de forma lúcida: “lo que pasa es que escoge el gobierno, porque así le conviene, gastar en publicidad; en periódico, televisión, radio, y regalar migajas: láminas, cemento, fertilizante, machetes y mochilas… pero ahí está que no hace lo más mejor: calles, drenaje, agua, alumbrado, carreteras”.
Tres o cuatro kilómetros antes de llegar a la cabecera municipal, finalmente, el camino restablece su pavimentación. Cruzan por última vez el río Blanco, mientras leen a la distancia, la pinta enorme sobre la roca igual de grande de la derecha. Informa sobre la intención de la gente: no pagar a CFE sus consumos de energía eléctrica, aunque desafortunadamente no explican el motivo.
Y a la derecha igual. Dejan la ciudad del ámbar mesoamericano —orgullo no suyo en exclusividad sino también de Totolapa en la región central—, tierra del tabaco de Chiapas hasta mediados del siglo pasado, cuna de la CIOAC y de la lucha en contra de los latifundios; punto inicial de demandas agrarias y organización campesina, aunque desafortunadamente, siempre sucia y desacompasada. Hoy sus calles, por ejemplo, lucen atestadas de basura y ripio y, “pa’cabar de joder”, como dice el buen Juanjo, precisamente entre Simojovel y El Bosque, a ambos lados del pavimento, escombro, desperdicio y perros, forman parte del paisaje.
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