Comienza el ritual electoral

Ya comenzaron las campañas electorales y con ello nos fumaremos durante todas la navidades y los próximos seis meses una serie de lenguajes que, en el mejor de los casos, son una letanía impropia de un país que desde hace seis años está sacudido por una de las más serias crisis institucionales de su historia actual. En el peor, estaremos ante el cinismo rampante y psicótico de una clase política que, según dijera la lapidaria frase que se hizo identidad de este sexenio, no entiende que no entiende.

 

Y no atañe nada más a los (pre) candidatos en disputa, sino a toda la institucionalidad de sus entornos, como el INE, los partidos políticos, los gobiernos, el propio Estado, etc. La danza de los millones, miles de ellos, está en juego y nosotros somos los rehenes de esa cascada discursiva propia de una fantasía que se antoja surrealista y peligrosamente ajena a cualquier vínculo con la realidad.

 

En el gran negocio que se ha convertido la política, donde lo que menos importa es la vocación de servicio público y de generar bienestar colectivo, todos hacen que entienden lo que se juega. Todos hacen la finta de que se está ante un “deber” cívico de muchas alturas, cuando en realidad vemos, inermes e impávidos, como se desperdicia una considerable cantidad de los dineros públicos al servicio de nada, de la política basura. Esta complicidad parte a México en dos mundos, el cortesano, el palaciego, el transa que necesita enriquecerse a toda costa; el que vive con lujos y dirigentes políticos millonarios, despilfarrando, robando y sin ningún rasguño legal que les permita vivir como reyezuelos medievales. El otro, el de la realidad de a pie. El que paga el doble de luz desde hace dos años; el que se queja del gas que en seis años ha subido el 300 por ciento; el que ve que se roban los erarios estatales y no pasa nada; más aún, quien paga esos déficits somos quienes compramos una de las gasolinas más caras del mundo, en un territorio donde se produce –increíble pero cierto-, harto petróleo. Dos mundos, dos realidades.

 

Por asombroso que parezca, los discursos políticos, entre más esperpentos sean más se acomodan a los personajes que los pronuncian. El PRI critica de “populismo” a quien no comparte su visión de país, pero su candidato, al ser nombrado no democráticamente sino por imposición casi dictatorial del presidente en turno, como casi un siglo, se atraganta de ruidos de matracas y de porras de aquellas “fuerzas vivas” que, acarreados y prácticamente comprados para hacer ruido, en su momento elogian a cualquiera que les dicte “el dedazo”. Sea hombre, mujer o gárgola , dijera el refrán popular. Luego el candidato dice que combatirá la pobreza (¿no lo han hecho desde hace seis años?); la violencia se enfrenta con la legalidad (¿y qué esperan para hacerlo ya?); seguirá el rumbo que ha llevado a México al progreso (sin palabras).

 

Otro candidato, bravo y envalentonado, declara demencial una mínima consideración a que la guerra y la violencia pare de una vez por todas en el país. Claro, su familia vive en Estados Unidos, disfrutando de una paz que desde luego no hay en México. Si llegara a ser presidente seguro se amurallaba en torno a guardaespaldas y no sabría que contestar sobre las medidas a tomar ante los 130 mil muertos que ha dejado la guerra contra el narcotráfico que el mismo avaló con su partido, el PAN, en el sexenio pasado, porque igual nunca se ha subido a un metro.

 

El candidato de la izquierda dice que está a favor de lo que “al pueblo le convenga”, pero se alía con un partido de súper derecha que impone “ante el pueblo” una visión de la vida, anquilosada, recalcitrante y fascistoide. No importan los ideales, solo el pragmatismo del conteo de votos. Hoy soy y mañana no. Total, “el pueblo” entenderá.

 

La joya de la corona, por si faltaba, se la lleva el senador por el PAN, el escandaloso Javier Lozano, el mismo que declaró hace poco que no debía bajarse el sueldo porque así lo conminaban a robar para subsistir. Como se sabe, mandó a callar al actor Gael García Bernal, por meterse en “lo que no sabe”, es decir, la política, que es del pueblo y para el pueblo. O sea, él sí sabe porque no trabaja para el pueblo, o porque no le interesa quien le paga. O sea, ¿el bruto quién es? No sabe que su millonario sueldo sale de un trabajo que es para el pueblo, para nosotros. O sea, seguro no entiende que no entiende. Pobre wey. Mejor que robe para sobrevivir. Todavía más: en una pandemia cada vez más recurrida entre los políticos que se creen sabios, corrigió ortografía al otro actor, Diego Luna, cuando el senador no sabe que no sabe porque tampoco conoce una tal Real Academia Española que lo corrigió y lo puso en ridículo de no parecerse cada vez  a su Jefe, que nunca ha leído un libro. Ojalá se lo hayan pedido a Santa Claus. Por cierto, feliz año nuevo a todo el mundo.

 

 

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