Sindicalismo pendenciero
No se han resuelto aún los problemas derivados de los sismos de septiembre, cuando ya tenemos en puerta las lluvias que eventualmente podrían agravar más las penurias de muchas familias chiapanecas. Pero no sé si eso es más delicado que los conflictos originados por la Confederación de Trabajadores de México, que ha puesto en jaque tanto a las autoridades estatales, como algunos alcaldes de la entidad.
Después de tantos años de haber servido al régimen político, la CTM ha venido experimentando una suerte de mutación y su relación con los gobiernos en turno, al menos desde el presidente De la Madrid, ha venido cambiando. El punto de quiebre de la relación con los sindicatos ocurrió durante la administración del presidente, Carlos Salinas.
Como se sabe, Salinas implantó una política de control sobre las dirigencias sindicales que habían desafiado al régimen justamente en la coyuntura electoral de 1988; elecciones que fueron calificadas como las más polémicas y sucias en la historia política reciente, y de la cual el PRI saldría victorioso. Joaquín Hernández Galicia, otrora líder del sindicato petrolero, fue uno de los primeros en experimentar la mano dura del salinismo al caer preso acusado de corrupción, mientras lo exhibían con un “arsenal” de armas de uso exclusivo del ejército para incriminarlo. El operador de todo ello fue el exsecretario de gobernación y reconocido policía político, Fernando Gutiérrez Barrios, fallecido hace algunos años.
Con la derrota de los movimientos sindicalistas radicales en las primeras décadas del siglo XX, el resultado fue la entronización de las peores prácticas de las organizaciones obreras simbolizadas en la CTM. De los escombros de los movimientos sindicalistas comunistas emergió Fidel Velázquez, el gran líder que siempre ofreció sus servicios al régimen garantizándole estabilidad; entregando a cambio la autonomía y postergando al infinito las demandas de la clase trabajadora. El mal llamado “pacto social” (en sentido estricto fue más bien un acuerdo entre élites políticas y económicas para retener el poder) deriva entonces de la subordinación de una de las partes en favor de la casta de dirigentes políticos que resultaron victoriosos con la revolución mexicana, quienes se empeñaron afanosamente en apropiarse del discurso nacionalista y de las demandas de justicia social que resultaron del conflicto, sin que estas se resolvieran a plenitud.
La CTM simboliza el atraso político más abyecto porque las prácticas por ella enarboladas terminaron por envilecer a la clase trabajadora. El vínculo perverso con el poder ahogó los deseos autonomistas de las bases obreras y desarrolló una pedagogía basada en el clientelismo que suspendió abruptamente las prácticas democráticas y solidarias derivadas de las luchas obreras de principios del siglo XX.
Así, el movimiento obrero y el sindicalismo en general, se condujo y recibió del régimen los principales estímulos para actuar en la zona gris de la legalidad porque resultaba el mejor escenario para el poder político. Mientras los movimientos sociales transiten por esas zonas entre legales e ilegales quien gana es el gobierno, pues le deja abierto el camino para supuestamente aplicar la ley, cuando simple y llanamente se trata de venganzas políticas. La ley es invocada no para hacer justicia sino para repartir castigos y criminalizar las protestas. Los líderes sindicales no han caído en desgracia por corruptos, sino por haberse atrevido a desafiar al poder de los presidentes de la república. Mientras no tocaran los intereses de la minoría de políticos profesionales que nos gobierna, podían literalmente hacer lo que les venía en gana.
De estas enseñanzas surgieron líderes sindicales impresentables, pero magnánimos con sus agremiados. El pueblo escribiría su epitafio con letras de oro afirmando que aunque robaban, tenían la gracia de apoyar al pueblo. Las historias de gratitud hacían de la imagen del líder sindical la efigie adorada frente al abandono del gobierno. Los líderes sindicales podían ser ostensiblemente corruptos y despiadados con sus bases, pero también eran capaces de halagar con baratijas los deseos más profundos de estas; sacrificando con ello su autonomía, dignidad y posponiendo para mejores épocas sus derechos los cuales, por cierto, no eran asumidos como propios.
Quizás por la coyuntura política que ahora se vive en Chiapas y el país, es que la CTM ha desplegado diferentes acciones para presionar al gobierno con el propósito de obtener beneficios económicos y políticos. Al más viejo estilo, coronado por la añeja impunidad de la que goza, la CTM vuelve a dejar sentir su presencia en varios municipios de la entidad sureña. Lo mismo impide la construcción de un hospital en Tapachula, que intenta acallar las voces que la critican. La CTM en Chiapas no conoce otras formas de debate público que el uso de la fuerza para conseguir sus propósitos. Así, con frecuencia utiliza a sus agremiados como armas de choque para satisfacer sus apetitos de poder que se materializan en cargos públicos o negocios de distintos giros.
En Chiapas, el gremio del transporte afiliado a la CTM constituye el ariete que siempre se ha empleado con el propósito de obtener beneficios para sus dirigentes y, al mismo tiempo, para intentar someter a los distintos gobiernos. En Nuevo León, por ejemplo, el dirigente de esa central obrera literalmente cobrara una renta por derecho de piso con la complacencia de las autoridades locales, hasta que le llegó el día en que se le intentó poner un alto y estalló un conflicto.
No veo razones por qué en Chiapas suceda lo contrario si las formas de extracción de rentas de la CTM está en su ADN y la definen prácticamente desde sus orígenes; con mayor razón en un estado en que las tradiciones políticas están marcadas por el clientelismo y el caciquismo, por la personalísima forma de hacer política basada en la violencia y el espíritu de choque para obtener beneficios.
La pregunta que nos queda ahora es la siguiente: ¿Hasta dónde estará dispuesto el gobierno en turno a soportar los desafíos de la CTM? Porque su inacción puede leerse como incompetencia, debilidad o contubernio.
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