Los Congresos Científicos: necesidad o decepción
El avance científico real se ha considerado siempre, y con mucha razón, resultado del intercambio constante de conocimientos. Hace no demasiados años esas posibilidades de trueque de ideas eran más difíciles de efectuar debido a los condicionantes del transporte, mismo que incluía las obras publicadas en forma de libro o en revistas. En la actualidad solo el internet permite la circulación de información, incluso demasiada, con celeridad. Por tal motivo, ni siquiera se necesitan obras en papel, o vernos cara a cara, para conocer artículos y libros publicados en cualquier lugar del mundo.
Sin embargo, estas nuevas situaciones no han modificado la idea de los encuentros, con diferentes características, entre académicos dedicados a alguna de las disciplinas consideradas científicas, ya sea en las denominadas Ciencias Sociales o aquellas conocidas como ciencias duras. Incluso ese tipo de encuentros personales se extiende a trabajos alejados de la cientificidad y que se relacionan con la creatividad, como son las reuniones que amalgaman a novelistas y poetas. En definitiva, los cambios actuales no han impreso, al menos todavía, una mutación en la idea de vernos, de conocernos, aunque ello no siempre cause las buenas sensaciones esperadas al establecer relación con ciertas personas.
Lo anterior lleva, al menos, a dos reflexiones que deseo poner en este texto. La primera es totalmente positiva y remite a ese requisito de humanidad, cada vez más puesta en entredicho, que es la de vernos, tocarnos y, sobre todo, poder hablar. Encuentros o reencuentros entre personas desconocidas o conocidas que abren esas ventanas del diálogo tan necesarias para seguir reconociéndonos como seres humanos.
Por otra parte, esas reuniones se han convertido en un tumulto de gentes, masificadas hasta límites exhaustivos si uno desea acudir a todas las conferencias, ponencias o mesas de debate. Es decir, el crecimiento en el número de investigadores, como es el caso ocurrido en México, ha hecho aumentar el volumen de información presentada en Congresos, Coloquios, Encuentros, etc.
Lo anterior también representa un colapso argumentativo para los mismos académicos que deciden ir a alguna de esas actividades. Los tiempos para exponer ideas o análisis se van reduciendo y, con ello, se constriñen las posibilidades de intercambio del supuesto conocimiento construido.
Por esos motivos, aunque podrían aumentarse, también esas reuniones han empezado a leerse como meras formas de “turismo académico”. Una posibilidad de viajar, de conocer lugares cercanos o lejanos y no visitados por los académicos. Así, lo que en un tiempo fue necesidad imperiosa, o la única forma de conocer los nuevos conocimientos, es hoy una falacia que sigue sustentándose para regocijo por el encuentro entre personas, pero que se aleja de su cometido inicial y se incrusta en esta modernidad tardía donde los desplazamientos humanos van más allá de cualquier fin o interés, para la banalización del recorrido por el simple hecho de efectuarlo. Es así que resulta imposible entender los Congresos y Encuentros sin esa parte turística que contiene en su propio ser la vacuidad del desplazamiento.
Quienes asisten o asistimos a esas actividades lo seguiremos haciendo, a veces porque también estamos obligados, pero ello no significa que la creación de conocimiento tenga mucho que ver con ellas. Del dicho al hecho hay mucho trecho, y para este caso son muchos los dichos y pocos los hechos que se concretan en los últimos años.
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