La quiebra de los partidos políticos
En fechas pasadas escribí, retomando lo dicho por el sociólogo Manuel Castells, sobre la cada vez peor imagen y condición de los políticos, sin especificar país en esa afirmación tan contundente, por preocupante. Escándalos, corrupciones y poco o nada compromiso con la ciudadanía parecen extenderse por el mundo como una plaga. Dentro de esa grave crisis de representación, puesto que eso son los políticos, los representantes de sus electores, debe incluirse también la que viven los partidos políticos.
El sistema político liberal, con todas las dificultades vividas para reconocer la capacidad de toda la población para ejercer el derecho al voto, se conformó mediante el Estado moderno y con unas votaciones, deseadas democráticas, donde de forma prioritaria se presentarían partidos y así elegir al ejecutivo y el legislativo del país. Forma de aglutinar en una institución las formas de pensar y actuar convergentes, siendo las diferencias entre partidos políticos aquellas pensadas como ideológicas. Algunos países han consolidado un bipartidismo que les ha permitido mantener una estabilidad política, como es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica. En cambio, los distintos países de Europa, incluso los ubicados en su Comunidad Europea, están observando desde hace años el surgimiento de agrupaciones de toda naturaleza y tendencia, incluso con algunas de claro extremismo xenófobo.
América Latina también está viviendo cambios en partidos que fueron el soporte de Repúblicas, y de ahí han surgido movimientos que muestran distintas acciones de gobierno en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador. En el caso de México la emergencia de candidaturas, o al menos precandidaturas, de muchos políticos independientes muestra un cierto desánimo, por decir lo menos, de los institutos políticos que llevan años en el panorama nacional.
Estas circunstancias deben llevar a una reflexión de largo aliento, puesto que de lo contrario pueden condicionar situaciones políticas y sociales impredecibles. No es ser tremendista decir que para cualquier observador es fácil observar la desazón que muchos de nuestros conciudadanos muestran frente a los partidos.
Las anquilosadas estructuras internas de esas instituciones reducen espacios de participación y, por lo mismo, evitan que se renueven cuadros e incluso que se escuchen las opiniones de los militantes de base. Lo mismo ocurre si se piensa en la distancia cada vez mayor entre los ciudadanos y sus problemas, de las propuestas y acciones de los políticos profesionales, puesto que ya se sabe que las promesas de campaña no suelen aplicarse una vez en los puestos de ejecución. En definitiva, los partidos políticos deberían hacer una profunda reflexión de su funcionamiento y objetivos, de lo contrario parece complicado que la ciudadanía no se aleje de ellos y opte por nuevas opciones, siempre difíciles de valorar sin contar con antecedentes de personas o posibles intereses de grupo que representen.
Normalmente esos cambios son provocados o empujados desde abajo, puesto que quienes controlan las estructuras, en este caso de los partidos, tienen poco interés en efectuar cambios, pero tal como se observa hoy en día, las crisis en las cúpulas suelen crecer y las últimas fechas han sido muy reveladoras en México con lo ocurrido, de momento, en PAN o PRD.
Mientras todo se transforma aceleradamente en el mundo, parece que estos institutos políticos se quedan en viejas prácticas y formas. Habrá que esperar qué tanto afectará ese temor a los cambios, esa negligencia a la acción en los próximos años.
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