Desde la tierra caliente a Los Altos

© Con Armando Molina en el Café La Habana. Ocosingo, Chiapas (2017)

Séptima parte

Comen pues, sabroso, mientras observan a una familia completa de maya-lacandones que… son aún identificables por su cabellera larga; dos de ellos, mayores, vestidos a la antigua usanza, con túnicas largas de manta, mangas cortas y cuello informal. Luego deambulan por los portales, compran el famosísimo queso-bola de Ocosingo, el de coraza gruesa y avejentada, queso de crema en verdad añejo, y algo de macadamia a granel, la nuez que se cultiva por estos lares, a 55 pesos el kilo. Van al hotel previamente reservado, pues es verano y en la tierra todo mundo anda  de vacaciones; en donde se enteran ¡Ajúa! ¡Esto es Chiapas! Que la ciudad está incomunicada, desde hoy por la mañana, hacia San Cristóbal y Palenque. Que campesinos poderosos bloquean estas dos arterias.

Descansan, se acicalan y ya son las 07:30. Marchan hacia el café-restaurant La Habana de Armando Molina Nango, amigo de Augusto, acalteco de origen, aunque desde hace 30 años, ocosinguense u ocosinguero de corazón. Clara llama a un antiguo amigo suyo, al profesor José Adrián Castro, profesional electoral del Consejo Distrital del INE radicado acá. Siguen las presentaciones, piden helados y… a degustar de lo lindo la camaradería, el buen gusto, el candor del “licenciado Molina Nango”, como escuchan que tratan y saludan a Armando, su contemporáneo en San Cristóbal. Años ochenta asimismo, aunque él y su compañera estudian en la Facultad de Derecho, mientras Clarangélica y Augusto en la de Ciencias Sociales.

Conversan sobre la excelente colección de afiches que decora el lugar, todos relativos a Bruno Traven, el eterno viajero; su historia, su biografía y sus diversas novelas. Cuenta Armando algo sobre los viajes y estancias del autor en la Selva Lacandona y en la propia Ocosingo; pasajes de Puente en la Selva y de Marcha al Imperio de la Caoba. Advierten, sin embargo, los invitados, la ausencia de los posters correspondientes a Gobierno y sobre todo a Trozas, última novela del Ciclo de la Caoba, de la que aún hoy, por increíble que parezca, no existe traducción al español, aunque mientras tanto… todos son tratados por los camareros a cuerpo de rey.

Les sirven una o dos rondas de mojitos cargados de yerbabuena, para recordar la Bodeguita del Medio; luego una de daiquirís al estilo del Floridita en La Habana, y entran al tema de los servicios públicos municipales. Al de los vertientes y manantiales que proveen de agua a la ciudad, hoy en poder de unos, aunque en perjuicio de la comunidad; al asunto de la reiterada incapacidad gubernamental para mantener despejadas las vías de comunicación, pero… les informan que ya está la cena y pronto bajan al restaurant. En donde ¡Pordios que esto es un agasajo!, piensan los viajeros: trozos de pizzas de diferentes matices; pastas, ensaladas y salsas que puntualmente les ofrece su esposa Vidaura Moreno.

Muros rojos y sobre ellos imágenes entrañables: el Capitolio, el Paseo del Prado y la Catedral, todo en La Habana, al igual que retratos de Camilo Cienfuegos, el Che Guevara, Haydee Santamaría y el propio Fidel. Deriva la charla hacia las revoluciones y el mundo, aunque muy pronto son las diez de la noche. Hora adecuada para dar fin a la juerga.

Todos se despiden. Prometen que antes del juicio final habrán de hacer un viaje acompañados, a través de la Lacandonia… para dejarse conducir por el valle y el río Santo Domingo, y estacionarse ahí precisamente dos días, en la ribera homónima, a mitad de la selva, en donde, asegura Armando, aún siguen en pie y ahora a pleno servicio, las elegantes y mejor provistas cabañas de madera, las “casas del gobierno”, construidas a mitad de los años setenta.

Vuelven al hostal, les informan que continúan las vías carreteras secuestradas, razón por la que toman acuerdo: descansarán, saldrán a las 07:30 de la mañana, y en cuanto a la ruta… ¡Ahí Dios dirá! expresa doña Clara. Si fuese necesario llamarán a Armando y al profesor Castro. Ellos les ayudarán a salir.

Y sí. Han corrido con suerte: amanece despejado el camino hacia el Norte, a pesar de varios tráilers y camiones varados. Cargan combustible, rellenan el termo de café y sucede lo de siempre desde hace algunos años: la carretera en algunos puntos destrozada, e invadido el derecho de vía por casas y negocios, hasta algo antes del cuartel militar de Jotolá.

“Se venden caballos pura sangre” anuncia un letrero negriblanco, para alegrar su partida.

 

La antigua Chilón y Petalcingo

Hoy, el desvío de Temó se ha convertido en un punto de tráfico nodal. Es una especie de campamento, mercado y cloaca. Llegan a él y se enrumban hacia el Noroeste, con punto fijo en la pequeña y antiquísima ciudad de Tila. Varios campesinos de a pie llevan sombrero, botas de hule o de piel, machete desnudo, desprovisto de funda, y algunos, mochilas con que han sustituido el viejo morral. Nadie carga recipiente alguno y mucho menos pumpo o tecomate, como se estilaba aún ayer, para abastecerse de agua.

Cinco o seis kilómetros han recorrido apenas y ya están en San Jerónimo Bachajón, en donde desayunan rico. Aquí les dicen que justo a la salida del pueblo, a la izquierda, está el desvío para llegar a la cabecera municipal de Sitalá, pueblo de ascendencia tzeltal, al igual que toda el área, incluyendo Bachajón y Ocosingo, zona a la que, recuerda Augusto, vino alguna vez en helicóptero.

En esa ocasión acompaña, igual que otros funcionarios, a aquella celebridad especie de Rambo en que se había convertido Jorge Obrador Capellini, delegado de la Secretaría de Reforma Agraria durante los años del gobierno Gonzálezgarridista. Algún asunto agrario debía resolverse con urgencia, pues de otro modo la sangre llegaría al río. No recuerda con nitidez si aterrizaron en Bachajón o en Sitalá, pero sí dos cosas indelebles: que Augusto va en representación de su compa Marco Besares, entonces titular de SDRyE hoy Secretaría del Campo y que, de manos de alguien, en la propia nave, puertas corridas, sale una pachita…

Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com

 

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