Del melón a la calabaza
Casa de citas/ 352
Del melón a la calabaza
Héctor Cortés Mandujano
Mi vida gira alrededor de libros y aventuras literarias,
¿pero cuándo gira mi vida alrededor de la vida?
Ernesto Carrión
Ernesto Carrión nació en Guayaquil, Ecuador, en 1977. Su libro Viaje de gorilas (Ediciones Morbo, 2012) llegó a mis manos como regalo de José Landa. Es un libro extraño, de páginas a veces desconcertantes. Dice Carrión (p. 67): “Mi obra es mi juego personal y no puede ser juzgada por nadie que presuma de entenderla. Sólo yo la comprendo… […] La he construido con todos los materiales no ficticios que encontré en mi cabeza y con todos los materiales ficticios que encontré en el mundo”.
Es el suyo un viaje con mapa propio (p. 83): “Somos tantas personas; y nos hemos cambiado de cabeza tantas veces como de vestimenta, en cada viaje hacia nosotros mismos, que has olvidado que tu nombre además significaba NADIE”.
Su libro es tan personal, que de pronto dice (p. 96): “Excúsame, Lector, olvido a ratos que también estás viajando”. Una cita más (p. 97): “Agradezco al observador de la belleza que ya no me ardan los ojos cuando estoy sobándome la muerte”.
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Leo 4 guiones para cine, de Felipe Cazals (UNAM, 2012), elegante librote que compendia “Su alteza serenísima”, “Digna hasta el último aliento”, “Las vueltas del Citrillo” y “Chicogrande”.
Cazals filmó muchas películas célebres escritas por otros hasta que, ya no joven precisamente, se lanzó a escribir para sí mismo. Hay palabras que aprender con Cazals, quien gusta de las antiguas. Escuincla, por ejemplo, yo no sabía que significaba, como dice el pie de página (28), “perro sin pelo”.
Me encantó el guion de Digna hasta el último aliento (aunque no la he visto en cine), fusión de realidad e interpretación de la realidad, de verdad e invención. En Las vueltas del Citrillo luce su conocimiento del lenguaje popular. Cuenta el Cabo Aboytes que en un trabajo que proponen habrá, entre otros privilegios (p. 281), “hocico libre”, que el pie de página se encarga de traducir como “comida gratis”.
Y cita antiguos refranes (p. 290): “¡La que se casa, en su casa! ¡La soltera en dondequiera!”; y (p. 291): “Te juzgué melón… y me resultaste calabaza”.
Sabe de cómo los mexicanos postergan el último trago (p. 317): “Es la parada decisiva para el antepenúltimo trago, seguido de cerca por el penúltimo, que precede rigorosamente al último de los últimos, antes de tomarse el de adeveras”.
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Una niña rica lleva sobras de la fiesta a una recién viuda pobre. La hacen entrar a la casa miserable y le enseñan el muerto en el cuento “Garden-Party”, de Katherine Mansfield (del volumen En la bahía, Bruguera, 1981). Se sorprende con el cadáver del joven que parece tranquilo, feliz. El hermano llega por ella y la encuentra llorando (p. 174):
“—No llores –dijo con su voz afectuosa y cálida–. ¿Era horrible?
“—No –sollozó Laura–. Era maravilloso.”
En “Las hijas del difunto coronel” muere el padre y las hijas solteras, que nunca han tenido una aventura, un novio, un marido; que nunca han tomado una decisión de ningún tipo, tienen que enterrar al padre. Se sienten aterrorizadas (p. 190): “¿Qué iba a decir su padre cuando lo supiera? Porque lo sabría tarde o temprano. Siempre sucedía. Enterrado. Vosotras, mis dos hijas, me habéis enterrado”. Y esa dependencia emocional enfermiza sí es horrible.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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