El cuento en Chiapas
Casa de citas/ 351
El cuento en Chiapas*
Héctor Cortés Mandujano
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Cada vez que tengo entre mis manos una antología pienso irremediablemente, y como si me lo hubiera dicho a mí, en Rosario Castellanos y su opinión de las antologías: son antojolías, dijo. Parece un chiste fácil, pero viniendo de alguien inteligente e irónica como ella, hay que tomarse en serio el aserto. Veamos. Si Sabines y Paz, por ejemplo, fueran convocados para hacer una selección de sus versos favoritos de, pongamos, Neruda, tendrían, creo, más divergencias que convergencias. La explicación es simple: no nos vestimos igual, no creemos en las mismas cosas, no somos lo mismo. En las lecturas ocurre de esa manera: nuestros libros favoritos dicen a veces más de nosotros que del autor.
El cuento en Chiapas (1913-2015) [Secretaría de Cultura-Coneculta Chiapas, 2017], antología crítica de Alejandro Aldana Sellschopp, es, pues, el resultado de sus lecturas, de su toma de partido por unos autores y no por otros, de su inclinación por unos textos y no por otros, de su elección personalísima. Por fortuna, estamos ante un buen lector, además creador (y los escritores leen de otra manera a sus colegas), que ha decidido compartir con nosotros sus hallazgos, sus textos admirados, sus filias y, también, dado que toda elección es renuncia, los textos que a su juicio no pasan la trama del cedazo.
Sin ir más lejos, para ejemplificar, y refiriéndome a los infaltables en una antología del cuento en Chiapas, Castellanos y Zepeda, yo no hubiera escogido los mismos que Aldana: “Domingo” y “De la marimba al son”. He leído de pe a pa a estos dos y, en el caso de que hiciera alguna vez algo antológico de ellos, sin duda elegiría “El viudo Román”, de Rosario, y “El muro”, de Eraclio.
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Me encantó la primera línea de Roberto López Moreno en su texto introductorio (p. 11): “La gran maquinaria verde se mueve, gigantesca, dentro de la mente de Alejandro Aldana Sellschopp”, y me gusta porque da una idea de cómo este trabajo requirió una enorme colección de horas, de lecturas, de reflexión, de quitar y poner, de volver a pensar y seguir leyendo.
Parece una locura que alguien decida juntar 102 años de cuentos en un libro. Es un esfuerzo tremendo y tal vez nadie quede contento, como suele ocurrir con los libros que incluyen y excluyen. Pero Aldana lo hizo y hay que aplaudirlo porque, además, aunque luego me referiré a eso, el libro, al margen de lo que gusten y manden, en un magnífico material de lecturas.
Decidió Alejandro que el año de publicación de los cuentos vertebrara el orden de este volumen antológico (p. 23), “sin recurrir a la ‘metodología’ de solicitar a los autores vivos los que consideraran su mejor trabajo”, excepción hecha parece, por las notas a pie de página, de los textos “Épico”, de Gabriel Hernández (p. 255): “El cuento antologado es una versión proporcionada por el autor”, y “En Venta 1”, de Luis Antonio Rincón (p. 292): “El cuento antologado es inédito”.
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El cuento en Chiapas (1913-2015) es un compendio de 43 cuentos y 43 autores: siete mujeres, 36 hombres; cuatro indígenas (dos tsetsales, dos tsotsiles) y 39 mestizos; seis nacidos en otra parte y 37 en Chiapas.
Las tres primeras décadas (1910, 1920, 1930) sólo aportan un texto cada una; las tres siguientes (1940, 1950, 1960), dos; 1980 sube a cinco; en 1990 ya hay ocho, y el último periodo, de 2000 a 2015, se sale de toda proporción anterior: 21.
Aldana nos presenta cada década con notas que contextualizan lo que se estaba publicando en América Latina y en el centro del país, pero no en Chiapas (salvo en la introducción correspondiente a 1970 donde sí hace anotaciones sobre autores y libros del estado). Creo que Alejandro, dado el trabajo que ya hizo, podría hacer un pequeño e interesante tomo sobre esa franja oculta.
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Qué maravillosos y dúctiles son los escritores muertos. Se les puede leer y excluir, sin que se molesten, salvo que algún deudo enfadoso ande cuidando su memoria. Por eso son, creo, tan limpias y tan irreprochables, mis favoritas, las primeras 107 páginas de esta antología (de 1910 a 1930). Están los que tiene que estar (yo quitaría, incluso, a José Casahonda) y cada texto se disfruta con el placer que produce lo bien ejecutado.
El problema empieza con los escritores vivos (“Conozco a esos plebeyos”, como dice Serrat, “¡soy uno de ellos!). Allí la antología, me parece, tiene picos y barrancos y una nómina que va engordando el caldo. Allí también uno puede explicarse que un cuidado texto, de un muerto, represente a una década y 21, de 21 vivos, sean los escogidos para la otra.
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Como sé que a Alejandro le gustará que yo diga cuáles son mis cuentos preferidos y se trata de celebrar este librote espléndido y a su antologador, mis tres favoritos son, en el orden en que se presentan: uno: “El caballo de la molendera”, de Daniel A. Zepeda, texto maravilloso, que con dos talentosos usos del español y con un narrador diferido (muy a la Henry James), da una cátedra de cómo se puede contar un cuento regional, que rebase la casi infranqueable frontera del posol y que hable de la explotación del hombre por el hombre, sin caer en las lamentables y torpes narraciones panfletarias del pobre indito y el patrón malvado, que a veces, de tanto cargar las tintas, más parecen cuentos de hadas; dos: “Épico”, de Gabriel Hernández, inteligente, creativo, redondo, y, tres: “La María”, de Uvel Vázquez, que sin el fárrago de varios de los textos escogidos, con verdadera economía de lenguaje, con música y con humor, pinta a los personajes y sus mundos en un cuento dulce y logradísimo.
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El trabajo de Alejandro Aldana Sellschopp tiene muchos méritos. Enumeraré unos cuantos: no sólo escogió los cuentos, sino hace de cada uno un análisis crítico, es decir, no sólo los pone en el libro, sino comparte con nosotros las razones de su inclusión; él es también cuentista y tuvo la elegancia, la inteligencia y el buen gusto de no incluirse; es un escritor, pues, con una obra sólida y lee a sus compañeras y compañeros de oficio con la distancia del que sabe su propio cuento y trata de no tomar gato por liebre.
Me parece que El cuento en Chiapas (1913-2015) es un libro que muestra la buena salud de la narrativa chiapaneca, su diversidad, sus distintas vías, sus encrucijadas. Felicito mucho a Alejandro Aldana por el gran trabajo que hizo, por su generosidad en usar mucho de su tiempo en un libro que, como todas las cosas se parecen a sus dueños, tiene seriedad, talento y conocimiento.
Le agradezco que me haya incluido y felicito también a las personas que lo ayudaron y a las instancias editoras, porque entre los méritos del libro están su limpia diagramación, su gran formato, su tipografía y su atractivo diseño. Léanlo, critíquenlo, disfrútenlo, que son las únicas maneras de mantenerlo vivo. Gracias.
*Texto Leído en la presentación del libro. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 10 de noviembre de 2017.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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