Velasco, decadencia y sucesión
La sucesión de la gubernatura de Chiapas será para Manuel Velasco, todo menos un juego de niños. De hecho será el trance político más difícil de su vida, pues de cómo se produzca ese desenlace depende su futuro.
A la cita con este desafío el gobernador llega en condiciones críticas. Internamente nunca logró consolidarse, no pudo superar su debilidad de origen pues fue incapaz de sacudirse del todo el poder y el tutelaje del exgobernador Juan Sabines, a quien estuvo sometido la primera parte de este sexenio cuando le impuso a funcionarios en carteras estratégicas de su gabinete. Zafarse un poco de esas cadenas le costó a Velasco pactar apoyos con grupos de poder locales que también lo cercaron y maniataron a sus intereses, dejándole poco margen de maniobra.
Su proclividad a la política-espectáculo y al gobierno paternalista y clientelar, sustituyó a la responsabilidad de hacer política de fondo para solucionar los problemas más urgentes del estado en materia de salud, economía, educación, seguridad e infraestructura; pero sobre todo, su indolencia no le permitió mantener bajo control los factores de ingobernabilidad ligados a conflictos sociales y políticos.
En el inicio del proceso sucesorio, Manuel Velasco enfrenta una notable crisis de credibilidad que se expresa por una parte en los ínfimos logros de su administración a un año de concluir su periodo y, por otra, en las reiteradas denuncias de corrupción de miembros de su gabinete, en las crecientes manifestaciones de protesta de campesinos y maestros, en el descontento de los empresarios por el manejo de la economía y los cotidianos bloqueos que vulneran el Estado de derecho, así como en la irritabilidad que se acumula en las redes sociales por el despilfarro de recursos en obras no prioritarias, por la mentira del cero endeudamiento, por obras pagadas y no construidas, por el desvío de recursos observados anualmente por la Auditoría Superior de la Federación y por las públicas evidencias de maltrato a sus colaboradores.
En el plano nacional, ese ámbito tan importante en su trayectoria política, las circunstancias tampoco le son favorables a Velasco. Quien fuera su principal respaldo, el presidente Enrique Peña Nieto, llega al final de su mandato también en medio de una severa crisis de credibilidad, inmiscuido en escándalos de corrupción y cuestionado por la violenta inseguridad en el país, así como por el fracaso del combate a la pobreza y los nulos beneficios a la ciudadanía de sus reformas estructurales.
A este desamparo presidencial habría que sumarle su precipitada actividad en el juego sucesorio nacional. Sus ambivalentes guiños a funcionarios federales como Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño, Manlio Fabio Beltrones y José Antonio Meade, lo dejaron entrampado en una crisis de confianza frente a sus posibles apoyos políticos. A ninguno de los presidenciables le resulta ya confiable.
En estas circunstancias, el único salvavidas, la única moneda de negociación que le queda a Manuel Velasco es la promesa de una cuantiosa reserva de votos, de ahí que una de sus prioridades sea fortalecer el andamiaje institucional clientelar que le permita operar de nuevo una elección de Estado a favor de los candidatos que salvaguarden sus intereses.
Si no es con el PRI, el Verde se la jugará con el Frente Ciudadano (PAN-PRD-MC), con la chiquillada de Mover a Chiapas y Chiapas Unido, o incluso con Morena, directa o indirectamente. Lo que no puede hacer ya Velasco es cometer errores, porque una decisión equivocada en esta delicada coyuntura podría costarle no sólo su futuro político, sino hasta la libertad. Tela para ese propósito hay bastante de donde cortar.
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