Picnic al lado de una tumba
Casa de citas/ 346
Picnic al lado de una tumba
Héctor Cortés Mandujano
Mi mujer, santo y seña de mi vida, está siempre actualizada porque lee en su iPad revistas y diarios, artículos, reportajes sobre la realidad inmediata; ve noticiarios y oye radio. Yo no sé nada de actualidades, porque sólo leo libros y veo películas. Por eso ella, a quien le conté minuciosamente Nunca me abandones, cuando la leí, no olvidó el nombre del autor del que me ha visto leer varios libros. Me mandó un was para decirme que había ganado el Nobel Kazuo Ishiguro. Me sentí muy alegre. Soy un agradecido desde hace tanto por su literatura y porque no es un hombre que esté opinando de todo ni metido en escándalos. Es un escritor, solamente. Muy bien, academia sueca, eso es dar en el blanco.
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El artista, después de todo, es un ser solitario
Virginia Woolf
Publicada después de su muerte por Leonard, su viudo, La muerte de la polilla y otros ensayos (mi ejemplar fue editado por La Bestia Equilátera, en 2012), de Virginia Woolf (1882-1941), reúne un poco más de una veintena de textos en los cuales hay muchas ideas que pueden compartirse. Aquí algunas.
Su impresión al llegar a un pueblo (p. 25): “Allí se sentía que la muerte era algo alegre. […] Un hombre cava una tumba y unos niños hacen un picnic al costado, mientras él trabaja”.
En un merodeo callejero por Londres se halla libros por todas partes (p. 40): “Los libros de segunda mano son libros salvajes, libros sin hogar; llegaron a estar todos juntos en grandes rebaños de pelaje variado y poseen un encanto del que carecen los volúmenes domesticados de la biblioteca. Además, en esta azarosa y miscelánea compañía podemos toparnos con un completo extraño que, con un poco de suerte, se transformará en el mejor amigos que tenemos en el mundo”.
Cuenta sobre una representación de Noche de reyes (pp. 55-56): “Shakespeare no escribe con la totalidad de su mente en movimiento y bajo control sino con una suerte de antenas sensitivas que juegan y se divierten con las palabras. […] Del eco de una palabra nace otra, y es quizás por esa razón que la obra parece estar –mientras la leemos– continuamente al borde la música”.
Habla de las cartas de Horace Walpole, del arte humano (p. 73): “Cualquiera que sea la ruina que arrase el mapa de Europa en los años venideros, es un consuelo pensar que todavía habrá personas capaces de quedar absortas ante el mapa del rostro humano”.
Cita una carta de William Cole escrita en 1765, que parece haberse escrito ahora mismo (p. 78): “No te equivocas en cuanto a mi indiferencia por lo que está ocurriendo en el mundo en que vivo, como si no me concerniera en absoluto, excepto para pagar, al igual que mis contemporáneos, los tributos e impuestos usuales. […] Me he convencido –y estoy muy satisfecho con mi convicción– de que todas las oposiciones son productos de pormenores ínfimos, y de que se lucha por el poder, la riqueza y los honores, no por el bien común”.
Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del imperio romano, se pregunta en una cita de la Woolf (p. 105) “si algunas flores de la imaginación, algunos errores gratos, no habrán sido erradicados junto con las malezas del prejuicio”.
La escritura de Virginia Woolf es inteligente y poética, uno la lee con atención y saltan párrafos memorables, como éste que habla de los volúmenes de cartas de Coleridge (p. 116): “Configuran una colosal masa de materia trémula, como si el enjambre se hubiera adherido a una rama y pendiera de ella. Las oraciones ruedan como gotas sobre el cristal de una ventana; cada gota arrastra a la siguiente, pero cuando llegan abajo, el cristal está marcado”.
Dedica un largo ensayo a Henry James (p. 166): “Para ser tan sutil como Henry James también hay que ser robusto: para disfrutar su poder de selección exquisita hay que haber ‘vivido y amado y maldecido y tropezado y disfrutado y sufrido’, y, con el apetito de un gigante, haberlo devorado todo”.
La poesía desde aquellos años se había retirado de la experiencia humana (p. 228): “Estamos en octubre de 1931 y desde hace un tiempo la poesía ha perdido contacto con –¿cómo lo llamaremos?– … ¿acaso lo llamaremos, de manera concisa y desacertada, ‘la vida’?”
Y en el último texto habla de su trabajo (p. 255): “Debo tener un automóvil. Y así fue como me hice novelista: porque, por raro que parezca, la gente te dará un automóvil si le cuentas una historia”.
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