Número cero
Para Marcelo, en la hora de su pasión futbolera
Dentro de las múltiples posibilidades que la vida deportiva nos brinda, una de ellas es que puede convertirse en una suerte de emblema para finalmente hablar de temas que preocupan a la sociedad. No es la primera vez que las gestas atléticas son usadas con propósitos muy diferentes o no ancladas simplemente a la jerga deportiva. Escritores y analistas diversos utilizan esos recursos para hablar de los conflictos sociales, de la heroicidad ciudadana, como la que acabamos de experimentar a raíz de los sismos de septiembre. Enrique Serna, Juan Villoro, Germán Dehesa, Eduardo Galeno o el sociólogo francés, Pierre Bourdieu se sirven de las metáforas del juego para exponer o ilustrar sus ideas. Nuestro coterráneo, el antropólogo Andrés Fábregas Puig, se conecta con el deporte de las patadas y penetra en el nido de las chivas rayadas del Guadalajara para explorar de qué está hecha su afición y los delirios que la han convertido en símbolo mediante el cual se gestiona la multiplicidad de identidades que son convocadas.
Esta columna nace a raíz de la afición de mi hijo más pequeño por el fútbol. Se esmera tanto en el juego que, en ocasiones, le cuesta un poco de trabajo procesar sus frustraciones, sea por las derrotas o por su escasa participación en el juego. Marcelo, a su corta edad, es un niño que apenas comienza a experimentar una de las grandes pasiones sobre las que se sustenta un juego de contacto y que exige una suerte de comunión entre sus participantes. En cierto modo, me siento responsable de su afición, pero solamente en parte. Él es fruto, en efecto, de mis propias falencias en torno a los deportes, pero sobre todo de la generación con la que convive a diario en su escuela o en el campo de juego. En algún momento compartí con él un video donde Ricardo Ferreti, técnico de los Tigres de la Universidad de Nuevo León, expresaba de manera prolija su furiosa pedagogía de insultos. Los jugadores maltratados podían revelarse, sobreponerse a las duras exigencias mediante un catálogo de improperios, claudicar en sus intentos o sacar de sus entrañas el carácter necesario para superar esos escollos y demostrar que son atletas de alto rendimiento. Por supuesto que no avalo una enseñanza de esa naturaleza, pero esos son algunos de los retos que los jugadores enfrentan: un entrenador severo y grosero que les exige el máximo de sus esfuerzos físicos e intelectuales. “Si él da mal, se perdió la pinche pelota”, espeta el Tuca con rabiosos gritos. En efecto, uno de los principales chistes del fútbol es, precisamente, el control del balón; si eso no se logra, muy difícilmente puede uno albergar siquiera ofrecer algún nivel de competencia al contrario.
Tiro libre no pretende catequizar, mucho menos adoctrinar a nadie, pero se sirve de los avatares del juego para plantear algunos temas que pueden ser de interés colectivo. En todo caso, se trata de ofrecer un punto de vista, una manera de ver eso que llamamos realidad y que puede tomar signos de tragedia o farsa. Desde la lógica del juego, el tiro libre se cobra después de que algún integrante del equipo ha cometido una falta, ejecutando los contrarios un disparo directo al arco; aunque también existe el tiro libre indirecto que implica poner el balón en circulación mediante dos toques. La vertiente figurativa de todo esto supone múltiples temas y actores que compiten por alcanzar sus objetivos, mientras el analistas nos ofrece su interpretación de los acontecimientos.
Con Tiro libre nos servimos de su alegoría para construir una crítica a los excesos que desde las esferas del poder terminan blandiéndose hacia la sociedad en su conjunto o a un segmento de ella. Por eso, Tiro libre pretende constituirse en un mirador que quiere contribuir al cotejo de las acciones u omisiones que desde los círculos de la dominación, terminan envileciendo o violentando a la sociedad por la vía de la fuerza, la indolencia y el desgaste.
Con este título damos inicio a una experiencia de comunicación que nos permita abrir la perspectiva hacia los problemas sociales contemporáneos. Por esta vía, tratamos de interrogar los hechos más relevantes de la agenda pública y aproximarnos a los acontecimientos no buscando objetividades, sino explorando miradas que permitan poner en tensión nuestras propias certezas.
Esta columna que ahora ve la luz quiere ante todo ser un registro de los acontecimientos más importantes desde una perspectiva crítica y la pluralidad que significan las distintas voces que pueblan la ciudadanía. Las opiniones que desde este espacio pretendemos que surjan se alimentan de la confrontación de ideas y de los conflictos contemporáneos expresados a través de múltiples formas de descontento social. Así, pretendemos capturar aquellas condiciones en que la multitud acude a los lugares públicos, se hace presente y traduce sus malestares en emplazamientos frecuentes a la autoridad. En este sentido, esta columna pretende ser un canal de expresión de la polifonía que emerge de lo social cuando se confrontan ideas, se ponen a prueba las normas y se articulan muchedumbres en torno a diversas demandas.
Ese es el compromiso de Tiro libre en los aciagos momentos que nos han tocado vivir. Y no queda otro camino que el ejercicio de la libertad para continuar tejiendo nuevas historias, en ese mar plagado de acechanzas criminales en que se ha convertido el periodismo en nuestros días.
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