Entre el dolor y la vergüenza
Entre el dolor y la vergüenza
Por Efraín Quiñonez León
Como Roberto Saviano, todos vivimos nuestra propia cárcel en este clima de violencia, inseguridad, injusticia, corrupción y terremotos frecuentes.
Un sicario puede cruzar la frontera sur, asesinar a alguien y cobrar por sus servicios hasta 5 mil pesos. La sola idea de un oficio especializado en procurar dolor y muerte es, de suyo, espantosa. Sin embargo, es una de las actividades más antiguas. Al Capone contaba con un séquito de matones que mantenían a la ciudad de Chicago sumida en el terror a principios del siglo XX. El Chapo Guzmán, el mayo Zambada y un sin fin de capos del narco reactualizan nuestras experiencias del miedo a lado de asesinos a suelto. En la economía del delito y la muerte, las industrias ilegales muestran su rostro funesto generando empleos que el sistema es incapaz de crear.
En Chiapas, cada vez más mujeres son asesinadas porque la impunidad es la puerta de entrada a la materialización del odio, resentimientos mal procesados o por un vil y vulgar sentido de superioridad. Ante la incapacidad y complicidad de las autoridades que no actúan, desfilan mujeres sin rostro y se acumulan en el catálogo pavoroso de la ignominia. Las víctimas pueden aparecer mutiladas, como sus propias familias, en algún paraje de la selva urbana de Tuxtla, Tapachula o San Cristóbal.
El tráfico de migrantes contribuye a la economía del delito no sólo mediante la extracción de dinero sino, además, entregando la vida, siendo merced de los traficantes que a menudo disponen hasta del cuerpo de sus víctimas. Mujeres centroamericanas cruzan la frontera sur esperando no ser violadas; en su defecto, portan preservativos como medida de prevención y se sobreponen al horror.
Cuando el día tiende a convertirse en noche, la ciudad se va quedando en tinieblas y se respira un aire de miedo. Sólo los temerarios se atreven a desafiar estos momentos y los automovilistas pisan el acelerador e ignoran lo que sus cápsulas del tiempo no les dejan ver. Afuera, alguien sufre un levantón o secuestro. Sólo las familias se movilizan, la mayoría somos como gorilas en la niebla ante el dolor. Nuestras insensibilidades van normalizando las horripilantes rutinas de la vida diaria. Quizá por miedo, cada vez parecemos más indiferentes al dolor ajeno.
Un amigo me contó que en Chiapas pasa todo y no pasa nada. Tráfico de personas, armas, drogas y, en general, toda clase de bienes del comercio ilegal. Y las autoridades de los distintos niveles de gobierno ni siquiera se toman la molestia de actuar, son imperturbables en su letargo, trafican con la ley brindando impunidad por dinero. Carcomidos por la inmoralidad que les caracteriza en su mayoría, muestran de manera cínica la gran debilidad que les acompaña en cada acción omitida.
Mientras las cárceles se pueblan de gente pobre, los funcionarios que han demostrado su colusión con las redes criminales de distinto signo disfrutan de sus nuevos encargos y del producto de sus consabidas acciones ilegales. Dentro de las múltiples expresiones de su arbitrariedad, tanto como su abierta ilegalidad, la autoridad hace patente su extrema precariedad y la entrega a las redes criminales de amplios tramos del Estado en territorio y funciones.
Otro amigo me relata desde la distancia que Pablo Salazar se había distinguido, entre otras cosas, por hostilizar a los periodistas, pero Juan Sabines Guerrero lo superó con mucho. Las agresiones y los encarcelamientos a quienes opinasen diferente se hizo práctica de gobierno durante la administración de Sabines. Por fortuna, la situación no escaló al grado de lo que ocurre en otras partes de la república; como en Veracruz, donde se contabilizan una veintena de periodistas asesinados en poco más de un sexenio y la situación no parece tener fin.
Los maestros mantienen una dura protesta por la reforma educativa, resisten con todas sus fuerzas y uno de ellos termina muriendo en un mar de confusiones sobre el actuar de las fuerzas policiales de todos los órdenes de gobierno, sólo superado por los acontecimientos de Nochixtlán. Al final, vuelven a experimentar desánimo frente a las añejas prácticas de sus liderazgos que ven en la muchedumbre el recurso ideal para extraer rentas económicas y políticas. Mientras tanto, las demandas de la base deberán esperar otros tiempos.
Se especula que un alcalde en la frontera ha sido puesto en el cargo por el capo local o jefe que controla la plaza. Tiempo después se sabe que esa autoridad ha sido asesinada en condiciones hiperviolentas, historia que se repite de esta forma o magnificada en otras zonas de la entidad. Chiapas, por desgracia, es hoy un pueblo sumido en la anarquía y el desorden que a nadie conviene, salvo aquellos que extraen algunas ganancias frente a semejante estado de cosas.
Pronto habrá elecciones y los chiapanecos, estoy seguro, volverán a dar a la nación muestras inequívocas de su voluntad democrática y pacífica. Las elecciones son muy importantes y deberán fijarse bien en quien delegan la responsabilidad de gobernarlos, pero no basta con eso. Sobre los gobernantes hay que ejercer siempre un control ciudadano que permita corregir sus excesos y desviaciones.
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