Desde la tierra caliente a Los Altos
“Bajucú” hemos escrito y sí, ya están aquí, en donde se apean y descansan por un rato. Punto a partir del cual, por aquellos años, dice Clarangélica, a pie se alcanzaban las tres localidades tojolabales de Rosario, Buenavista y San Antonio, las tres de apellido Bahuitz, como para recordar su origen: antiguamente las tierras de estas comunidades fueron absorbidas por la hacienda de ese nombre. Del mismo modo como ocurrió con este sitio, constituido por la antigua casona señorial, el patio rectangular amplio, la capilla de enfrente ubicada en lo alto del cerro —terminada sin embargo hasta 1949— y las varias pequeñas casas circundantes, de los peones tojolabales. Todo ello formó parte de la hacienda Bajucú, hasta que se convierte en ejido, a principios de los setenta.
Y les parece digno recordar que esta finca, seguramente extensa, fue de la familia Castellanos, de los padres de doña Chayo, estrella refulgente de las letras de Chiapas: Rosario Castellanos Figueroa. De quien se cree, siendo adolescente o joven, visita la finca a lomo de caballo o mula, igual como hizo con Chapatengo en dos ocasiones, a principios de los cincuenta, latifundio de su heredad, ubicado en las inmediaciones de Socoltenango y La Concordia.
Pero al fin que están nuestros viandantes aquí, igual que en 1980 u 81, aunque para su desdicha, la casona de amplios corredores, pisos rojos enladrillados y magníficas columnas, provistas de basas y capiteles, hoy está a punto de su destrucción. Las chozas de los acasillados desaparecieron. Del fastuoso patio o plaza nada queda, salvo la clínica, escuela y kínder que sobre ella se construyeron: adefesios horrorosos, apuñuscados. De los antiguos cántaros colorados de estupenda alfarería, en los que se acarreaba el agua en toda el área, sólo algún remedo se ve aquí y allá, en los sustitutos plásticos que vienen de Guatemala.
Siguen pues, la carretera, aunque ya es hora del tentempié, una de la tarde, mismo que hacen en el camino. Ven por ahí el desvío del Vergel y El Vergelito, zona de las lagunas esbeltas y de los maizales majestuosos que casi invaden el pavimento y… llegan a la entrada de Nuevo Reforma, en donde un escaparate de tablas blancas y texto en rojo y negro solemnemente advierte: “Atento aviso. Se recomienda a los transportistas bajar su velocidad a 20 km/h mientras pasa el poblado. Viaje normal de 04:00 am a 09:00 pm. Quien viole este acuerdo, será detenido y multado con $300.00 pesos”.
Aquí mismo se observa un paradero circular provisto de techo, mesa y bancos, junto a una casa nueva y cerrada, sobre cuya fachada se exhibe la estrella rojinegra del EZLN y los vocablos “Tienda” y “Colectivo”. Más allá, probablemente el centro del lugar, un muro formal junto a una casa vieja de madera, exhibe al centro la estrella consabida y las siglas EZLN. Al rededor el anuncio avisa: “Bienvenidos a Nueva Reforma, municipio autónomo 17 de Noviembre. Caracol IV Morelia, Chiapas, México” y… ¡nada de asombro! sino tan sólo constatación, pues desde su irrupción, perfectamente saben de la administración de los distritos territoriales de la organización: los municipios autónomos rebeldes zapatistas, fundados junto con su alzamiento en 1994, y los caracoles y Juntas de Buen Gobierno, instituidos en 2003.
Tocan, por así decir, cuatro o cinco kilómetros adelante, el ejido Cuauhtémoc, en donde un viejo mural grande, algo deslavado por el tiempo y la intemperie, intenta explicar los últimos días de Cuauhtémoc, el rey mexica: dos viñetas bien logradas, narran “el tormento de Cuauhtémoc” y “el ahorcamiento del caudillo”, y así se intitulan los frescos, mientras en la parte superior anotan: “Ejido Cuauhtémoc, municipio autónomo 17 de Noviembre. Caracol IV en Morelia, Chiapas, México”. Abajo se lee: “¡La lucha sigue! ¡Cuauhtémoc vive!”, texto adornado con estrellas rojinegras. Los bordes extremos del muro, igual repiten las estrellas, lo mismo que el ya clásico ¡Viva el EZLN!
Continúan y esto sí que los alarma: varios campesinos a ambos lados de la carretera, chaporrean el monte, mientras alguien con señas pide que se paren. Detienen la camioneta, adelante se acerca un miliciano, les entrega una ficha —papel sellado por algún Comisariado de Bienes Comunales—, y pide a Juan José “cooperación voluntaria” de veinte pesos. Más allá cierran el camino con la típica trampa militar tabla con clavos, aunque inmediatamente en cuanto sueltan su coperacha es retirada, franquean el paso y hasta los despiden.
Excelente sistema: amarrado el tablón de madera a ambos lados con cuerdas, un miliciano por el lado derecho tira para colocarla al centro del camino, mientras otro por el izquierdo jala a su vez para retirarla.
Más adelante, a la izquierda observan, sobre un altozano, cualquier junta de campesinos jóvenes, sobre el corredor de lo que seguramente fue la casa grande de alguna finca. Augusto baja del vehículo, se acerca al patio de enfrente, toma fotografías aunque… observa que se alebrestan; que no están muy de acuerdo con las fotos. Avanzan algunos hacia él y pronto piensa que probablemente no son militantes del EZLN. Claramente lee en el dintel de la puerta: “Agencia Rural Municipal”, aunque no logra distinguir nada más. Por si las dudas sin embargo, desanda sus pasos, regresa al auto y continúan.
En las inmediaciones de Altamirano
Avanzan y “algo más allá ha de estar Altamirano”, concluyen los tres, con base en el mapa que les sirve de referencia. Aunque de pronto, un convoy de tres vehículos militares artillados, los saca de la modorra y el tedio del medio día. Vienen de algún cuartel de la región y efectúan el recorrido de vigilancia rutinaria, naturalmente con sus respectivas dotaciones de personal y armamento; una ametralladora potente en cada uno. Seis por dos doce, 36 elementos de tropa con sus respectivos fusiles y aparejos, además de conductores, comunicaciones y artilleros.
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