Definición de tienda
En Comitán existe la tienda de don Santiago y se dice que él “vende de todo”. Es una exageración. Lo mismo se dijo, en los años cincuenta, de la tienda de don Rubén Pulido. Cuando alguien buscaba algún producto, las personas de aquel tiempo recomendaban ir con don Rubén: “Ahí lo vas a encontrar ¡seguro!, vende de todo”. Era también una exageración. Pero, cuando fui niño, yo creía que en la tienda de doña Angelita había de todo. Claro, mi concepto de “todo” se reducía al mundo de los juguetes. En los estantes de madera de la tienda de doña Angelita había pelotas, grandes y pequeñas, duras y suaves; había trenes, carritos, máscaras de luchadores, trompos, yoyos, aviones y cohetes a los que se les ponía un fulminante en la punta, fulminante que tronaba al caer el cohete al piso. En la tienda de doña Angelita había de todo, todo lo que un niño ambicionaba: soldados de plástico y de plomo, cubos de madera, luchadores con ring y boxeadores que se golpeaban cada vez que uno oprimía un botón en el centro.
Tienda, entonces, es el local donde venden de todo. Las plazas actuales no son más que versiones remasterizadas de las tiendas de doña Angelita, de don Santiago y de don Rubén.
En Chiapas un día dejamos de creer en nosotros y llegaron las tiendas OXXO que nos dijeron que ahí sí se halla de todo. ¡Mentira! Lo único que tiene un OXXO de novedoso (valga la rima) es que es, por así decirlo, de estantería abierta y el cliente puede elegir lo que desea recorriendo los pasillos entre estantes. A las personas de estos tiempos les encanta caminar entre pasillos y elegir y al final salir con cosas que no deseaba. Dejamos de creer en nosotros.
Ahora, muchas personas elogian la posibilidad de elegir libremente y, sobre todo, de no tener que soportar la cara de piedra del tendero antiguo y de sufrir su mal humor. Dejamos de creer en nosotros.
Si bien es cierto que don fulano de tal o doña sutana (propietarios de misceláneas) tenían un carácter de papaya podrida, también debe reconocerse que en los tendejones se concentraba la esencia de la vida. Cuando yo me acercaba al mostrador de la tienda de doña Angelita, colocaba mis manos en el tablero y, desde mi altura, pedía que me mostraran las máscaras de luchadores, y la dueña me miraba con cara de fastidio y preguntaba si iba a comprar, un poco como sentenciando la clásica del mercado de “Si no compra no magulle”, yo me sentía cucaracha sifilítica. Lo único que me daba valor era el valor del dinero, sacaba las monedas de la bolsa del pantalón y las enseñaba. Eso era el Ábrete Sésamo que hacía el prodigio: doña Angelita daba indicaciones a una muchacha para que bajara la bolsa de máscaras, que se apurara, ¿no miraba que el niño tenía la paga ya en la mano?
Pero la característica de compra-venta no es una condición necesaria en la definición de tienda. Yo, en varias ocasiones, me pasé más de una hora viendo los estantes llenos de juguetes y doña Angelita jamás me lo impidió. Como que sabía que esa revisión hacía que el deseo fuera profundizando en mí y, tal vez, pensaba que en algún momento mi deseo sería tan profundo que buscaría el modo de agenciarme dinero para adquirir el objeto de mi deseo, sin importar que fuera haciendo mandados o hurtando algunas monedas al bolso de mi mamá.
Hoy, la definición de tienda se ajusta más a la definición clásica, porque en mis tiempos de niño las tiendas eran lugares como parques de diversiones donde, en ocasiones, disponían vitrinas arregladas de tal manera que eran como escenas de películas o representaciones de cuentos infantiles.
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