Cuando Catalunya es más que un lugar de nacimiento
Quienes me conocen saben que soy catalán, aunque llevo 27 años viviendo en México; la mayor parte de ese tiempo en Chiapas. La mitad de mi vida. El lugar de nacimiento en nuestra vida es una anécdota, que ni siquiera decidimos. Un albur del destino pero que por crianza nos marca. Lógico. Hoy ese sello brota con dolor y mucha, mucha rabia. Ayer viví a través de la radio y las redes sociales lo que estaba ocurriendo en Catalunya, mi tierra.
No es el momento de analizar por qué se ha llegado a la situación que condujo ayer a una violencia impensable de más de 8000 efectivos policiales, llegados expresamente a Catalunya para evitar la celebración de un referéndum considerado ilegal por el Estado español. Como acabo de decir, hoy no quiero entrar en ello, sino hablar de la violencia contra personas que protegían colegios electorales, de forma pacífica, con las manos arriba, o entrelazando sus brazos. Ello no solo es un uso desmesurado de la fuerza, como cualquiera podrá comprobarlo a través de imágenes colgadas en internet, sino un abuso a un derecho civil básico, como el de reunión.
Indignación, repugnancia y rabia, mucha rabia, ver como ancianas, jóvenes, y muchas mujeres eran golpeadas por estar defendiendo su deseo de votar. La muchacha a la que se le rompieron los dedos de la mano, uno a uno, es un ejemplo de esa barbarie de descerebrados que solo tienen la porra, las pelotas de goma y los gases lacrimógenos para combatir ideas, pero sobre todo a ciudadanos.
Rabia, mucha rabia, ver cómo el anticatalanismo del gobierno de Mariano Rajoy es capaz de aplaudir esas actuaciones y de negarlas, como si las imágenes no existieran. Y más rabia al ver que los medios de comunicación españoles son peores que los del siglo XIX, aquellos que rechazaban la independencia de las colonias americanas con incontables mentiras. Vergüenza ajena al ver lo que se hace de una profesión digna como la de informar objetivamente, deontología del periodista.
Y más rabia que me hizo escribir o subir imágenes constantemente en Facebook, ante mi impotencia, pero también ante los silencios y frente a ciertos comentarios, como el que me reclamó que una imagen no correspondía al día 1 de octubre de 2017, como si una imagen pudiera acallar las cientos que se produjeron en todo el territorio catalán, desde la ciudad más grande, Barcelona, hasta los pueblos más chicos, donde campesinos y ancianos defendían su deseo de expresarse.
Rabia, y más rabia, porque fuerzas policiales en algunos territorios del Estado español eran despedidos con el grito de “A por ellos oe” “A por ellos oe”, como si fueran a enfrentarse a un enemigo armado, como si las boletas electorales y las urnas fueran armas de destrucción masiva. Como algún twitero ha dicho: “urnas de destrucción masiva”.
Hoy España ha perdido a los catalanes! Las jóvenes generaciones, que nunca vivieron las cargas policiales de los que llamábamos “grises” en mi época, no olvidarán las caras de sus vecinos, sus familiares y amigos golpeados impunemente. Esa rabia, la que produce observar el deseo de humillar a un pueblo a través de los golpes a sus gentes. La ignominia del otro, al que dicen querer, como los maltratadores de mujeres amparados en el discurso del amor para vulnerar su dignidad.
Rabia, muchas rabia, que también se torna en orgullo cuando veo la capacidad organizativa de un pueblo asediado, y aun así capaz de ocultar urnas y papeletas de manera individual y silenciosa. Un pueblo que gritaba, no pasarán, recordando el orgullo republicano en la terrible guerra civil y la represión franquista de una dictadura que todavía tiene las cunetas llenas de muertos, mismos que no se pueden identificar por la prohibición de los partidos mayoritarios en España. Orgullo por los cientos de españoles apoyando a sus amigos catalanes en muchas ciudades.
Rabia y orgullo que hoy me tienen profundamente triste y me uno a las lágrimas de Gerard Piqué y a la de muchas personas que lloraban al ver a sus ancianos ir a votar. Hoy, no me quedan palabras.
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